Hay derrotas que engrandecen, gestas para las que no hace falta alzar los brazos. Mathieu Van der Poel es un auténtico verso libre, un fenómeno como quizás jamás presenció la historia del ciclismo. Es valiente, es osado, es un portento. Camino de Chateauroux puso su nombre a una etapa que no ganó, un 13 de julio que será una muesca más en su leyenda. Sólo pudieron con él cuando faltaban 800 metros. [Narración y clasificaciones]
En la ciudad donde Mark Cavendish ganó tres de sus etapas (entre ellas la primera de su carrera en el Tour), una de las pocas jornadas completamente planas de esta edición, 170 kilómetros destinados a poner en bandeja la victoria a uno de los sprinters, Van der Poel decidió que no iba a ser para él un día de bostezos. Así entiende el ciclismo el nieto de Poulidor, como una forma de diversión, como una aventura permanente.
Se confabuló con su compañero Jonas Rickaert y perpetraron un ataque a dúo desde el banderazo de salida en Chinon. Como dos lunáticos bajo la canícula. Cabalgaron 169 kilómetros a full, gozando de una ventaja de hasta 5:30 con un pelotón que tuvo que ponerse las pilas. A falta de 30 los tuvieron un suspiro, pero cuando el viento dio tregua, volvieron a estirar hasta el 1:20. Y soñaron.
Rickaert dejó ya sólo al rey de las clásicas, que exprimió su pulso con los lobos del pelotón hasta que restaban 800 metros. Había volado durante 169 kilómetros a casi 50 por hora. Una oda al ciclismo de ataque.
En la avenida Cavendish, con el pelotón cortado por el viento, el triunfo fue para Tim Merlier, un precioso sprint en el que sobrepasó a Jonathan Milan para sumar su segunda victoria en lo que va de Tour.
La jornada, previa al día nacional francés que se celebrará con una preciosa etapa hasta Le Mont-Dore, ocho puertos (siete de segunda, lo nunca visto), en menos apenas 165 kilómetros, vino marcada por el adiós al Tour de Joao Almeida, un gregario que es un lujo. Y que ya no tendrá Tadej Pogacar a su lado, ese escudero destinado a lanzarle (o salvarle) en las etapas de alta montaña. El portugués, que consiguió resistir el sábado tras su caída del día anterior, en la que se fracturó una costilla (además de numerosas abrasiones, entre ellas en una mano), no pudo superar los dolores y el sufrimiento.