Siete meses después de la caída del dictador Bashar al-Assad, Siria se está hundiendo en otra ola de sangrienta violencia sectaria. Una disputa local entre un miembro de una tribu beduina y un miembro de la minoría drusa acabaron en enfrentamientos descontrolados, que atrajeron a las fuerzas del Gobierno sirio (aún no elegido por los ciudadanos) y desencadenaron ataques aéreos israelíes, dejando un rastro de cadáveres a su paso. Cientos. Y sumando.
Las escenas vividas estos días recordaban las masacres del pasado marzo en zonas costeras, cuando 1.500 civiles, en su mayoría alauitas, fueron asesinados en venganza por un asalto fallido de combatientes leales a Assad, de la misma fe. Desde entonces, los choques han sido más soterrados, pero no se han detenido. Ha habido desplazamiento de ciudadanos y asesinatos que han frenado el entusiasmo recién nacido en torno al nuevo Estado sirio. Un sombrío recordatorio de los enormes desafíos que enfrenta para unificar el país después de casi 14 años de brutal guerra civil.
El actual presidente, Ahmed al-Sharaa -cuyo grupo islamista sunita lideró la ofensiva que derrocó a Assad- se ha ganado el apoyo de la mayor parte del mundo occidental, un éxito sólo comparable a sus impresionantes victorias en el campo de batalla, arrastrando consigo a otras milicias menores que, sumadas, acabaron por tomar Damasco. Hasta el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, se ha entrevistado con él y lo ha calificado de «tipo atractivo y duro», mientras que la UE se apresuró a sacar a la Siria de Sharaa del aislamiento internacional.
Pero la botella de champán ya no derrama burbujas en un estallido de esperanza y cambio. Ahora, todo está derramado y pegajoso y, como mucho, queda la resaca. El país se encuentra profundamente dividido, una amalgama en la que se suman el Ejército aún en formación con armas y drogas y señores de la guerra, clanes, sectas y creencias distintas e intereses creados, dentro y fuera del país.
Las negociaciones para integrar el tercio del país controlado por las fuerzas kurdas se han estancado y lo mismo ha fallado el intento de integrar plenamente la provincia de Al Sueida, de mayoría drusa, epicentro de la violencia de estos días y donde ha sido imposible el consenso. La entrada en liza de Tel Aviv, que dice defender a los drusos y por eso ataca en el sur y hasta en edificios del régimen en Damasco, ha terminado por complicar la situación, ahora mismo irresoluble.
La clave drusa
Los drusos son una minoría religiosa y étnica concentrada en el sur de Siria, en particular en la citada región de Al Sueida. Históricamente, han mantenido una fuerte identidad comunitaria y cierto grado de autonomía dentro del Estado. Sus relaciones con Damasco han sido tensas durante mucho tiempo, a menudo se han resistido a la autoridad centralizada, ya sea durante el Mandato Francés colonial o bajo los sucesivos Gobiernos y regímenes sirios. Las tensiones entre las milicias drusas y las tribus beduinas sunitas vecinas son anteriores al Estado sirio moderno y tienden a resurgir en momentos de fragmentación nacional. No es algo nuevo, pues.
Durante el levantamiento sirio finales de 2024, el que al fin acabó con Assad y su entramado, los drusos siguieron un camino distinto: en lugar de alinearse con el régimen o la oposición, optaron por proteger a sus comunidades locales y mantenerse en gran medida neutrales. Esta autonomía ha frustrado durante mucho tiempo a Damasco, primero bajo el poder absoluto de Assad y ahora bajo el del presidente interino, Ahmed al-Sharaa, quien busca reafirmar el control estatal sobre el sur, sin éxito. Los drusos sirios tienen razones particulares para desconfiar del nuevo régimen de Damasco, dadas sus raíces yihadistas y su historial de violencia antidrusa durante la guerra civil.
Tras la caída del régimen baazista, el jeque Hikmat al-Hijri, uno de los líderes espirituales drusos más influyentes de Siria, pidió protección internacional para su comunidad, en previsión de los choques sectarios que, al fin, han estallado. Este llamamiento marcó un cambio importante, poniendo de relieve el creciente distanciamiento de Damasco, incluso sin Assad de por medio. Sin embargo, al-Hijri no es la única voz de los drusos. Otros líderes de la comunidad han adoptado posturas diferentes y algunos advierten contra buscar protección externa, en particular de Tel Aviv, por temor a que eso pueda profundizar su aislamiento y poner en peligro cualquier futuro consenso nacional. Más enredo en la madeja.
Los drusos también tienen profundos vínculos familiares y políticos con comunidades del Líbano e Israel, lo que añade una dimensión regional a su situación y aumenta el riesgo de escalada más allá de las fronteras de Siria. Ya se está viendo con el papel israelí, que sostiene que va a proteger a sus «hermanos», ya que hay una importante comunidad drusa en el norte de su país, que entiende idéntica a la del otro lado de la frontera, comunidad que coopera activamente con las autoridades y hasta enrola a sus vecinos en las Fuerzas Armadas de Israel.
La intervención del Gobierno de Benjamin Netanyahu ha complicado aún más la situación y alimentado la sospecha entre otras comunidades sirias. La situación llegó a su punto álgido en Al Sueida, donde han estallado violentos enfrentamientos con las tribus beduinas sunitas vecinas, impulsados por las citadas antiguas tensiones socioeconómicas y religiosas.
Tras la reciente escalada, las fuerzas del Gobierno sirio intervinieron para sofocar los combates entre las milicias drusas y los grupos tribales árabes armados. Aprovechando la oportunidad que ofrecía el vacío de seguridad, el Estado procedió a reafirmar su control sobre la zona y a contrarrestar las crecientes demandas locales de autoadministración.
A pesar de los ataques aéreos israelíes y algunas expresiones internacionales de preocupación, la comunidad drusa se encuentra hoy más vulnerable que nunca. Las fuerzas gubernamentales están a punto de redesplegarse y retirarse parcialmente de Al Sueida, lo que podría considerarse una victoria para el clan al-Hijri. Ya habido anuncios de ello, parciales. Sin embargo, más que nunca antes, todos los actores involucrados se encuentran en una encrucijada.
Por eso se necesita urgentemente una solución negociada y pacífica para la reintegración al Estado sirio. Sin dicho acuerdo, el riesgo de una nueva violencia es inminente. Cualquier nueva escalada podría superar rápidamente el ámbito local, abarcando otras regiones y amenazando la cohesión nacional y la estabilidad regional, por esas alianzas en otros estados vecinos. Entablar el diálogo es urgente, antes de que se desencadene otro capítulo, potencialmente más violento. Pero por ahora, hablar no está sirviendo.
Qué pasa ahora con el Gobierno sirio
Desde la perspectiva del presidente Al Sharaa, los disturbios en Al Sueida representan tanto una amenaza como una oportunidad. Damasco busca reafirmar el control sobre una región que durante mucho tiempo se ha resistido a su autoridad, aprovechando las tensiones históricas para justificar la intervención. Sin embargo, la intromisión directa y creciente de Israel han complicado esos cálculos.
Los ataques israelíes han trascendido el sur, atacando cuarteles militares en Damasco, edificios del Ministerio de Defensa e incluso localizaciones cerca del palacio presidencial. El mensaje es claro: Israel apoya a los drusos y está dispuesto a intensificar los ataques de forma desproporcionada, reestructurando su postura en Siria, un flanco que sobre todo le preocupaba por la expansión en la zona de la milicia libanesa Hezbolá.
Damasco ahora comprende que la mejora de las relaciones con Washington que había emprendido directamente con el propio Trump, que hasta le ha retirado sanciones para que respire, no garantiza una distensión con Israel. Ya se ha visto, desde los atentados de Hamás del 7 de octubre de 2023, que Netanyahu es capaz de sacar los pies del tiesto incluso sin que a Washington le parezca bien, aunque luego no haya consecuencias. También se da cuenta de que si hay un estallido regional más amplio podría involucrar a otros actores esenciales en la zona como Turquía, y no necesariamente para bien de sus intereses. Los fantasmas de la guerra total están aún demasiado cercanos.
Aun así, el régimen de Al Sharaa cree que el tiempo y la fuerza están de su parte. Espera que, tras las negociaciones con los líderes comunitarios, surjan ceses del fuego locales, aunque sean breves, que irán debilitando gradualmente la resistencia. Se suponía que eso se había logrado la semana pasada, pero volvió a correr la sangre. Las violaciones generalizadas y las demandas selectivas de desarme, dirigidas únicamente a las tribus drusas y no a las beduinas, alimentan la desconfianza y refuerzan la percepción de que Damasco ha tomado partido por la dominación, en lugar de la reconciliación, y que se encuentra más cercana a una de las partes en conflicto. No se puede ser juez justo y parte, dicen sus críticos.
La crisis de Al Sueida expone los riesgos de gestionar la transición siria mediante la coerción, en lugar del consenso. Un peligro que se temía desde el minuto uno no sólo por el historial de violencia que arrastraba el país, sino porque los mandatarios provisionales que estaban ya mandando tienen un pasado yihadista innegable. Se están sumando todos los factores que podrían sabotear el proceso en la región, que eran muchos, y además se suma un Israel dispuesto a explotar la inestabilidad para socavar los esfuerzos de consolidación nacional. Al Sharaa sabe que se adentra en territorio desconocido y tendrá que actualizar sus cálculos.
Hasta el momento, el gabinete de transición ha insistido reiteradamente en que quiere «garantizar los derechos de todos» y «gobernar con todos», un mensaje anhelado por el pueblo sirio, donde tantas minorías han sido privilegiadas o pisoteadas en los últimos 60 años. Ese apoyo a la diversidad, que dice el presidente que es una riqueza, no ha pasado de las palabras a los hechos y es su verdadera deuda pendiente. Medios como The Guardian han desvelado el contenido de canales de Telegram en los que han participado soldados oficiales en los que se hacían chistes con la posibilidad de violar a mujeres drusas o rapar y afeitar a sus hombres para humillarlos. «Un discurso de odio brutal», dice el medio británico, que ha hecho que el choque en el sur se reproduzca, aún a mucha menor escala, en otras ciudades, con choques entre miembros de los dos grupos enfrentados. Que prenda la llama nacional con una crisis mayor puede ser sólo cuestión de tiempo.
Los planes de Israel
Los recientes acontecimientos en Siria han puesto de relieve el hecho de que cualquier entusiasmo acerca de la inminente participación de ese país en los Acuerdos de Abraham era lamentablemente prematuro. ¿De qué estamos hablando? De la iniciativa lanzada por EEUU en 2020, durante el primer mandato de Donald Trump, por la que quería que países árabes entablasen plenas relaciones con Israel en lo diplomático, lo económico, lo turístico, lo académico y hasta en lo defensivo, a cambio de beneficios económicos (nunca políticos) para Palestina. A esta iniciativa se han sumado ya Emiratos Árabes Unidos, Baréin, Marruecos y Sudán, pero el empeño de Washington es ampliar la lista. Hasta ahora se ha intentado fallidamente con la joya de la corona, Arabia Saudí, pero sumar a Siria, ya sin Assad, sería una buena medalla que colgarse, igualmente.
El estallido de violencia sectaria contra la población drusa, a unos 80 kilómetros apenas de la frontera israelí, presenta un desafío multidimensional para Tel Aviv en un momento ya de por sí precario. Sorprendidas por el cruce involuntario de cientos de drusos israelíes hacia Siria, donde se han apresurado a apoyar a sus hermanos, las Fuerzas de Defensa de Israel ya anticipan que los combates continuarán durante varios días. El Gobierno lo dice claro: «No vamos a permitir otro Líbano», dice Katz. «Hemos establecido una política clara: la desmilitarización de la zona al sur de Damasco y la protección de nuestros hermanos, los drusos», añade Netanyahu.
La intervención militar de Israel en Siria se motiva por consideraciones tanto generales como específicas. A nivel micro, la coalición ahora sin mayoría del primer ministro Netanyahu se está alineado vigorosamente con a la comunidad drusa. Movilizar a las FDI -en las que muchos drusos han servido dejándose la vida- para contrarrestar la aparente brutalidad de los drusos sirios permite a Tel Aviv reivindicar la superioridad moral y demostrar su solidaridad con los drusos israelíes. Es el mensaje que no dejan de lanzar en estas horas.
A nivel macro, Israel está actuando para contener un posible deterioro de la situación de seguridad en Siria. Desde la perspectiva de su gabinete, existen varias posibles explicaciones para los ataques contra los drusos: o bien los perpetradores estaban afiliados a Al Sharaa y su Ejército o eran enviados por esta organización (y el presidente está mostrando su verdadera vocación yihadista), o bien el régimen central de Damasco es incapaz aún de ejercer su plena autoridad sobre el país y no se puede confiar en él como aliado. Ninguno de estos escenarios permite a Israel permanecer pasivo, es el argumento más repetido por el ministro de Defensa, el polémico Israel Katz. «Ahora vendrán golpes dolorosos», ha prometido.
Aún así, se espera que Israel se muestre igualmente cauteloso ante los intentos de otros actores regionales, en particular Turquía, de intervenir en el escenario, aunque también hay que estar pendientes de la ficha que muevan Arabia, Emiratos o Qatar, pendientes de cómo reducir la influencia de Irán en Oriente Medio.
Los externos: EEUU y la región
Para Washington, hay mucho en juego a la hora de lograr una rápida reducción de las tensiones en el sur de Siria. Funcionarios de la Administración Trump han estado trabajando -desde la distancia, aún sin enviados especiales- para intentar lograr ese objetivo, pero requerirá un esfuerzo concertado. Los riesgos son significativos. Justo cuando EEUU espera lograr un alto el fuego y un acuerdo sobre la toma de rehenes para avanzar hacia el fin de la guerra en Gaza, un recrudecimiento en otro frente que podría extender la inestabilidad regional es preocupante.
La decisión del presidente Trump, de levantar las sanciones a Siria es una inversión destinada a ayudar al Gobierno de Al Sharaa a estabilizar el país. No es un cheque en blanco, sino que va a exigir resultados. Sin embargo, no puede coexistir con imágenes de combatientes islamistas asociados al gobierno asesinando y humillando a drusos sirios, amigos de Israel. Y cualquier división y caos de este tipo crea oportunidades que Irán puede aprovechar para restablecer la influencia perdida dentro de Siria, que ya no tiene dentro ni a Assad ni a Hizbulá. Todo el llamado Eje de Resistencia yace derrotado o malherido ahora.
La promesa de Trump de aliviar las sanciones y el seguimiento del enviado especial para Siria, Tom Barrack, han otorgado al país una influencia clara sobre Al Sharaa. Sus asesores dicen a la prensa del país que es necesario que la aprovechen de inmediato para presionar a Damasco y frenar a los combatientes que están agravando la situación y atacando a los drusos. Otros socios estadounidenses con influencia en Damasco, como Turquía, Arabia, Emiratos y Qatar, podrían ser reclutados para comunicar mensajes similares y dejar claro que la asistencia y la inversión que Siria necesita para impulsar su recuperación podrían estar en juego.
Israel durante años ha tenido un acuerdo con Rusia, aliado de Assad (el dictador está refugiado en Moscú, de hecho), por el que sus fuerzas en Siria mantenían calmada la zona del sur, un servicio a Tel Aviv. La marcha del exmandatario y de los efectivos de su aliado han hecho que ese entramado de seguridad se desmorone en los siete meses de cambio que han transcurrido. Ahora se ve sin socios fiables al otro lado.
Al mismo tiempo, es esperable que Estados Unidos inste a Israel a moderar sus ataques, porque una cosa es defender a una comunidad y otra, atacar directamente el corazón del Gobierno en Damasco. Eso supone un revés para las actuales conversaciones secretas sobre la desescalada sirio-israelí y, a la par, una afirmación de cuán necesario es ese acuerdo para evitar una desestabilización en cascada. Eso arruinaría la verdadera oportunidad de concluir un acuerdo de no beligerancia entre Israel y Siria a corto plazo, incluso medio, dependiendo de la gravedad de los acontecimientos.
Nadie sabe si Siria puede estabilizarse bajo Al Sharaa y su equipo, pero EEUU podría recordar ya a Tel Aviv que el fracaso de ese experimento aumenta el riesgo de que se reanude el conflicto israelí con los representantes iraníes en Siria, así como el riesgo de enfrentamientos más directos entre israelíes y turcos, cuyos Ejecutivos no dejan de lanzarse lindezas y aplican guerras comerciales. Más inestabilidad es más desestabilización del Gobierno, y eso también supone, a la postre, más amenazas de seguridad para el propio Israel.
Si bien un acuerdo de normalización entre Siria e Israel sigue siendo improbable a corto plazo -ni parcial ni mucho menos parte del cuerpo de Abraham- un pacto de no agresión que aborde las preocupaciones específicas de seguridad israelíes y contenga las operaciones militares israelíes dentro de Siria sigue siendo posible. El régimen sirio se apresuró la semana pasada a anunciar un nuevo alto el fuego con los drusos tras los ataques israelíes, demostrando así su interés en evitar una escalada con Israel. Fue fallido, pero calmó las cosas por unas horas.
Todo depende del enfoque de su adversario, de si se decide a apoyar a quienes buscan unificar el país (o al menos eso prometen), en lugar de fragmentarlo.