Un bastardo, una amante y un funeral de Estado por Juan Carlos: «La campechanía te seduce y somete. No puedes escapar»

Bárbara Arena ha imaginado el funeral del Rey Juan Carlos en Un adiós, su primera novela, publicada por Lengua de trapo en la colección de Episodios Nacionales. La actualización de las historias que explican la actualidad. La escritora debuta con la siguiente premisa: muere el Rey emérito y al funeral de Estado acude una vieja amante que dio a luz a un bastardo. «No menciono en ningún caso a Juan Carlos», aclara. «Puede que sea obvio para algunos lectores, pero no lo menciono. Utilizo una figura que recuerda a un rey. La intención inicial es retratar el escenario. Y se necesitaba un hecho histórico que lo justificara. ¿Dónde puede estar reunida esta España? ¿En una boda? Pues pensé en muertes. Por ejemplo, en la muerte de la Duquesa de Alba, pero a los pijos de Sevilla no los tengo controlados. Mi prioridad era no errar en el tono. No quería aventurarme en terrenos que no conozco», contesta la autora.

La muerte de una figura tan relevante sirve de escaparate a una España muy concreta. Adela, la mujer abandonada por esta evocación de Don Juan Carlos, pertenece a la familia que el cliché definiría como «bien». Se conocen en una montería. Y, a partir de ahí, Un adiós da cuenta de un país que está a punto de esfumarse. «Es un ejercicio de equilibrismo. No he querido faltar al respeto. Esta novela funciona como un dibujo expuesto en un salón. Mi intención es hacer un retrato en tres trazos. Y está sujeta a un contexto y escrita desde mis coordenadas sociales».

O sea, desde la España old money, el Madrid de la calle Antonio Maura, el Upper East Side cheli. La ciudad ya perdida, conquistada por los hispanohablantes a lomos de la gentrificación. «Es absolutamente imposible eludir esa incorporación en estas coordenadas sociales. Hay una conquista a la inversa. Hay convergencias ineludibles y hay esnobismos. Proust hablaba de las diferencias entre nobleza imperial y monárquica en Francia. Cuanto más acentuada esté tu decadencia con más esnobismo te vas a enfrentar a lo nuevo», explica.

Durante un tiempo, antes de ser considerada otra guarida de corruptelas, la Monarquía sirvió de espejo a las familias consideradas de-toda-la-vida. «Quiero aclara que no soy portavoz de ninguna clase. Hablo por mí misma. Más que aspiración, mi entorno veía a la Familia Real como una extensión familiar de lo que era.Era una versión de sí mismos que les gustaba. Había un orgullo. Veían a Juan Carlos hablando con una encantada Lady Di. Ella reía. Se sentían representados por esa elegancia inherente, no en términos estéticos, si no de saber estar en el mundo. La Familia Real era una extensión de sí mismos; la versión de sí mismos que les gustaría ser».

Y, en este punto, puede encontrarse en el planteamiento de Un adiós la metáfora redonda acerca de la decadencia: la caída en desgracia de Don Juan Carlos pervirtió algunas cosas que se daban por intocables. ¿Quién iba a pensar que una niña como Adela sería madre soltera? ¿Por qué acabó convertido en un comisionista? «No sé si todas las amantes acudirían a su funeral. No tengo ni idea. Tampoco de su vida sentimental. En el fondo, su intimidad no se conoce. Por eso doy muy pocos datos sobre él. Le describo poco. Y cuando escribí este texto no tenía ni idea sobre la publicación de sus memorias. Siento que la novela cambia con el contexto. Ahora lo percibo menos intocable que antes. Al cambiar el contexto, cambia el simbolismo de la figura», resuelve Bárbara Arena, que menciona en el libro el suceso de Mitrofán -aquel oso al que emborracharon para facilitar su caza a Don Juan Carlos-, como un guiño. «Es una broma interna con el lector».

«Quiero explorar terrenos incómodos»

¿Por qué quería escribir sobre los pijos? «No doy por acabada mi trayectoria literaria. Espero hacerlo desde otros lugares. Explorar terrenos más incómodos. Quería, como primer ejercicio, reflejar algo que no veía bien reflejado en otras ficciones. Había una caricaturización. El pijo reflejado habitualmente está lejos de lo que conozco. Es mucho más decadante. Y esa decadencia, con belleza y fealdad, me atrae a nivel literario. El tiempo da una pátina que puede ser bonita y a la vez putrefacta».

La nueva autora lleva cierto runrún en Twitter. Tiene partidarios y detractores. «¿A escribir? No me ayuda en nada», ríe. «Me he criado en Twitter y me ha ayudado mucho. Obligado, a golpe de crítica, a usar con cuidado las palabras. Me ha vuelto una persona más sensible, con más matices y capaz de tener autocrítica. Soy una escritora mejor gracias al tiempo que he estado en Internet. Me ha ayudado a emanciparte de mi entorno. Y me ha aportado una distancia intelectual. Mi percepción de las cosas es más elaborada».

Aunque no hable del Rey de manera directa, algunas descripciones son diáfanas. Como la deconstrucción de lo que se dio en llamar campechanía. «Es una manera de diplomacia. Un saber estar desde un lugar de privilegio. Moverse con soltura, encanto y carisma y no es aprendido. Es un superpoder que él tenía».

Bárbara Arena habla ya en pasado. «Cuando ostentas un superpoder no eres consciente de la responsabilidad que entraña. Tiene una cara B. ¿Abusar de la campechanía? Al estar entrenado en seducir, puedes incurrir en irresponsabilidades. Este hombre epataba. Y no hay oportunidad de oponerte porque estás seducido de antemano. Se establece un marco donde ni siquiera tienes voz y voto. Estás sometido. No puedes escapar. Y ahí pasan muchas cosas», avisa.