Rusia levantó la semana pasado la moratoria al despliege de misiles de corto y medio alcance en vigor desde 2019, cuando se impuso tras el abandono del tratado internacional sobre Fuerzas Nucleares de Rango Intermedio (INF) de eliminación de esa clase de armamento firmado en 1987 por la Unión Soviética y Estados Unidos.
Asimismo, amenazó con usar estas armas si lo veía necesario. «Rusia ya no se considera limitada por nada. Se considera con derecho, si es necesario, a tomar las medidas apropiadas», advirtió Dmitri Peskov, portavoz de la Presidencia rusa.
Ante este escenario, el Royal United Services Institute (RUSI) sugiere en un reciente informe que la estrategia nuclear rusa «parece encontrarse en un punto de inflexión» e identifica dos tendencias que, aunque existen desde antes de la guerra en Ucrania, se han acelerado desde que comenzó el conflicto.
La primera es «la percepción de un aumento en la capacidad estadounidense para establecer objetivos de contrafuerza, utilizando una combinación de capacidades convencionales y nucleares». Cabe recordar que EEUU proporciona la gran mayoría de la disuasión nuclear de la OTAN.
La segunda se centra en «la posibilidad de que la mejora de las defensas aéreas y antimisiles a nivel de teatro de operaciones en Europa pueda suponer un problema para los conceptos rusos previos a la guerra en Ucrania sobre el uso de armas nucleares de forma calibrada o dosificada, en el marco de una guerra regional».
En otras palabras, Moscú teme que Washington pueda golpear sus fuerzas estratégicas antes de que Rusia pueda responder, y que las defensas euroepas limten la utilidad de los ataques nucleares. Juntos, Rusia y EEUU controlan cerca del 90% de las armas nucleares del mundo.
«Fuerte incentivo» para usar armas nucleares
Esta doble preocupación está empujando, según el RUSI, hacia un escenario más peligroso: «La amenaza de contrafuerza crea un fuerte incentivo para emplear armas nucleares a una escala mayor de la que permite la dosificación, sobre todo en la medida en que la amenaza depende de los sistemas a nivel de teatro de operaciones, y dados los riesgos de una escalada gradual en ausencia de una capacidad estable de segundo ataque».
La experiencia en Ucrania, continúa el análisis, podría reforzar esta segunda percepción. Los sistemas de defensa aérea occidentales han mostrado una eficacia notable, alimentando la idea en Moscú de que, en un conflicto mayor, su «flexibilidad» nuclear podría verse reducida. No es casualidad que «ambas preocupaciones se hayan reflejado en cambios en la política declaratoria de Rusia desde 2020» y en sus planes de adquisiciones militares.
El tablero geopolítico se complica con la irrupción de China como actor nuclear de peso, avisa el RUSI. Aunque podría parecer una ventaja para Rusia contar con otro socio que equilibre a EEUU, el RUSI alerta de que «no se considera necesariamente un bien incuestionable«. La razón es que China, con su expansión militar, incentiva el despliegue de capacidades estadounidenses en el Pacífico, «una medida que Rusia percibe como amenazante«.
Futuro «incierto»
En este contexto, el centro de estudios reconoce que «el camino a seguir es incierto». Comenta que mucho dependerá de «la estabilidad de los compromisos de Estados Unidos con Europa» y de los avances en defensas aéreas integradas y capacidades de ataque profundo. Aunque también subraya que Rusia dispone de cartas que jugar: desde nuevos sistemas de alcance regional hasta mejores capacidades antiespaciales.
El dilema central que surge es que vincular explícitamente las inversiones occidentales en defensas y ataques profundos con las preocupaciones rusas puede «limitar la libertad de Rusia para emplear armas nucleares como herramienta coercitiva».
Sin embargo, aquí emerge lo que el RUSI llama «la paradoja de la estabilidad-inestabilidad«: «Restringir a Rusia tiene un costo. Los acontecimientos que limitan la libertad de acción percibida de Rusia antes de un conflicto también pueden dificultar el control de la escalada dentro de un conflicto».