Trump desata sus aranceles globales e ignora las señales de alarma en la economía estadounidense

Lo único seguro en la nueva era de los aranceles de Donald Trump es la incertidumbre. Tanto dentro como fuera de Estados Unidos. A las puertas de los nuevos gravámenes mundiales que entran en vigor este 7 de agosto, el presidente ha demostrado que no hace distinciones entre aquellos países con los que ha pactado y los que no. En los últimos días, tan pronto ha amenazado a la UE con aumentar los impuestos al 35% (a pesar del 15% acordado), como ha anunciado un 25% adicional para la India. Dentro de EEUU, los efectos incipientes de los aranceles apuntan en dirección contraria a la gran “época dorada” que ha prometido el republicano.

Esta madrugada Washington impugna las últimas décadas de libre comercio promocionado en su propio beneficio, pero que según Trump ha sido injusto con los intereses del país. En un galimatías donde se entremezclan los aranceles universales del 10%, más los específicos para algunos productos como el 50% al acero, también se empezarán a cobrar los unilaterales a los 70 países que no lograron pactar una nueva cifra y los nuevos negociados con 34 socios comerciales.

En esta última categoría se incluyen los 27 miembros de la UE, cuyos productos serán gravados con un arancel del 15%. Al menos, hasta que Trump no diga lo contrario e intente cumplir sus amenazas. El desasosiego ya era previo a la última salida de tono del presidente, pues en la víspera de la entrada en vigor del acuerdo aún no se ha publicado ningún documento que explicite los detalles sobre cómo alcanzar los términos consensuados.

Las negociaciones de última hora entre Bruselas y Washington para lograr una excepción a los vinos, licores y cervezas europeos, ya dejaban entrever que, más que un reglamento comercial, se ha consensuado un marco referencial. Ejemplo de ello es que Trump ha estado hablando de los 600.000 millones de dólares que le prometió Bruselas como si fuera un cheque en blanco: “Puedo hacer lo que quiera”, ha llegado a decir. La Comisión Europea tiene ahora dos problemas: navegar con las delirantes expectativas de Trump, y lidiar con unas empresas (y sus accionistas) a los que no puede dictar dónde poner su dinero.

Trump ha mostrado los aranceles como un flujo de riqueza que irá a parar directamente a la economía de su país y pondrá fin a todos los males que supuestamente la aquejan. En la teoría del presidente, alzar las barreras comerciales devolverá las empresas a un país desangrado por la globalización y la deslocalización. También solventará el déficit comercial negativo. Incluso se ha atrevido a plantear que la recaudación (prevé cerca de tres billones de dólares en la próxima década) podrá reemplazar los impuestos sobre la renta.

Sube la inflación, baja el gasto del consumidor

Sin embargo, en los primeros seis meses de experimento comercial (y una buena dosis de incertidumbre), la inflación en Estados Unidos ya se ha disparado hasta el 2,7%, según los datos de junio. Un dato que contrasta con el 2,4% de mayo, y que marca claramente cómo los aranceles están impulsando los precios de algunos bienes. Todo, a la espera de que la semana que viene se publiquen los nuevos datos de evolución de los precios en julio.

Hay que tener en cuenta que muchas empresas se aprovisionaron de existencias ante el espectáculo de Trump en el llamado “día de la liberación” del pasado 2 de abril, con el presidente exhibiendo una pizarra para anunciar aranceles a medio mundo. Y el efecto tardará en notarse en los precios a medida que vaya agotándose ese stock.

A la par de la progresiva escalada de la inflación, el gasto del consumidor se ha enfriado ante un carro de la compra que, al contrario de lo que Trump prometió, no hace más que encarecerse. El banco de inversión Morgan Stanley estima que el consumo privado decelere del crecimiento del 5,7% de 2024 a un 3,7% en 2025. Y este primer freno se produce cuando la mayoría de ciudadanos aún no están notando el impacto incipiente de los primeros aranceles.

Las grandes cadenas están intentando absorber lo máximo posible los primeros aumentos para evitar perder clientes con las subidas del precio final. Sin embargo, esta tendencia no durará mucho, ya que la mayoría de analistas esperan que, en última instancia, las empresas acaben trasladando una mayor proporción del coste a los consumidores. Por ahora, el efecto ya se está notando en las cadenas de comercio minorista, con una ralentización de las ganancias de este sector, mientras los beneficios de banca y tecnológicas siguen disparados, tal y como refleja un reciente análisis de Financial Times.

Esto también explica el comportamiento del balance comercial, que hasta ahora está siendo mejor de lo previsto porque muchas empresas también han aumentado sus exportaciones para aprovisonarse de cara a los aranceles

Por si la volatilidad no fuera suficiente, aún queda por ver cómo se resuelve el tiempo de prórroga del que gozan China y México. El próximo 12 de agosto es la fecha límite para que se consiga cerrar un acuerdo comercial entre Pekín y Washington. A la espera del resultado, continúan en vigor los aranceles del 30% a las importaciones chinas. México, de donde Estados Unidos importa buena parte de los productos frescos que consume, aún tiene margen hasta octubre para lograr un pacto comercial. Este último es uno de los que tiene el potencial de hacer más daño en el bolsillo del ciudadano de a pie.

La situación de la economía estadounidense es prácticamente de pleno empleo, con el paro alrededor del 4,2%, pero los últimos datos de ocupación tampoco coinciden con la imagen de una economía boyante que tanto clama Trump. El viernes pasado se conoció que en julio se crearon unos 73.000 nuevos puestos de trabajo, muy por debajo de los 110.000 que esperaban los analistas .

Furioso ante un claro indicador de desaceleración, con un acusado descenso de las contrataciones, la respuesta del presidente fue negar los hechos y despedir de forma fulminante a la funcionaria que dirigía la Oficina de Estadísticas Laborales, Erika McEntarfer. Este organismo va a afrontar un recorte de su presupuesto del 8% para el próximo año, dentro de la política de recortes draconianos del gasto público de la Administración Trump.

La reacción del mandatario no hace más que generar aún más desconfianza respecto a la economía estadounidense y al valor del dólar como divisa patrón. A esto, hay que sumarle las constantes amenazas de despedir al presidente de la Reserva Federal, Jerome Powell, por no plegarse a sus designios y negarse a bajar los tipos de interés.

La posibilidad de que los indicadores económicos estadounidenses dejen de ser objetivos, más los constantes giros de guion en la política comercial, siguen pesando más para muchas compañías que las amenazas arancelarias a la hora de decidir si ponen sus fábricas de vuelta en el país.

En este sentido, los tantos que Trump se ha podido anotar son escasos. Por un lado, la inversión de 100.000 millones de dólares de la taiwanesa TSMC en la construcción de plantas de semiconductores en EEUU. Y por otro, el anuncio de Apple de invertir 500.000 millones de dólares para abrir una fábrica en Texas en los próximos cuatro años.