Hace poco más de dos años, Tamara Rojo se convirtió en la primera directora artística del Ballet de San Francisco desde su fundación en 1933. «Llegué en una situación bastante privilegiada», cuenta la coreógrafa por videoconferencia desde su casa con vistas al Golden Gate. «Mi antecesor, Helgi Tomasson [que estuvo en el cargo durante 37 años], dejó un legado importantísimo con una gran proyección internacional». Fue, asegura, un traspaso de poderes de lo más continuista. «Desde el principio entendí que mi papel era el de construir e innovar sobre los sólidos cimientos de una de las grandes compañías del mundo. En ningún momento me propuse ser Atila ni destruir una sola piedra de la gloriosa historia de esta institución».
El pasado mes de enero, Rojo inauguró su primera temporada con el estreno en el War Memorial Opera House de Mere Mortals, una obra sobre la inteligencia artificial que reventó la taquilla de la mano de una propuesta inmersiva en la que la música y la danza convergen en un espacio futurista hecho de luces y efectos visuales. «Fuimos añadiendo funciones semana tras semana hasta que alcanzamos la increíble cifra de 10.000 personas que nunca habían ido a un espectáculo de ballet». No ha sido el único récord que ha batido desde su desembarco en el Civic Center: también recibió una donación histórica de 60 millones de dólares destinada a la creación y adquisición de nuevas obras con las que seguir ensanchando el repertorio.
Del 15 al 22 de octubre el SFBallet saldará una importante cuenta pendiente durante su primera visita al Teatro Real de Madrid con la famosa versión que Tomasson ideó para El lago de los cisnes de Chaikovski. «Hablamos de una producción de lo más tradicional», reconoce la ex bailarina española (aunque nacida en Montreal en 1974). «Esta cautivadora versión es muy limpia y fácil de seguir, no hay dilemas freudianos sobre los juegos de identidad de Odette [la princesa-cisne] y Odile [la hija del hechicero que trata de seducir a Sigfrido]». La «integridad y honestidad del vestuario y la cuidada escenografía» permiten que los bailarines desplieguen todo su talento «sin otro objetivo que el de conquistar el corazón de los espectadores».
ESPAÑA, 30 AÑOS DESPUÉS
Más de nueve mil kilómetros separan la sede del SFBallet del Centro de Danza Víctor Ullate donde Tamara Rojo dio sus primeros pasos como bailarina. «A pesar de que la distancia te cambia un poco la perspectiva, tengo la sensación de que en España, que es una potencia cultural de primer orden, no han cambiado mucho las cosas desde que me fui hace más de 30 años», confiesa. «Mientras siga habiendo unaintervención política en el nombramiento de los cargos artísticos de las instituciones públicas no habrá forma de plantear, al menos en lo que a la danza se refiere, proyectos sólidos y transparentes que puedan mantenerse a largo plazo y resistir los intentos de control ideológico por parte de los partidos de ambos bandos».
En su día, Rojo presentó al Gobierno un proyecto de dinamización de la danza española que cayó en saco roto. «Por supuesto que me gustaría volver a mi país», dice la que para muchos sería la persona más adecuada para tomar las riendas de la Compañía Nacional de Danza. «Creo que a veces no somos conscientes del patrimonio que tenemos. Por eso no entiendo la falta de voluntad política para dejar trabajar a los artistas, de cualquier campo, en absoluta libertad». Más allá de eso y del sistema de financiación de Estados Unidos a través de patrocinadores y mecenas, no considera que exista una verdadera brecha atlántica en cuanto a las exigencias y los gustos del público. «Al final somos todos humanos y tenemos nuestro corazoncito…».
«Nunca he sentido un techo de cristal sobre mi cabeza, pero es verdad que nunca bailé una coreografía hecha por una mujer»
En Inglaterra, Rojo puso en marcha un programa de encargo de coreografías a mujeres. «Yo nunca he notado un techo de cristal sobre mi cabeza, pero lo cierto es que en 30 años de carrera jamás bailé una obra hecha por una mujer», se sincera la creadora de dos títulos recientes, Raymonda para el English National Ballet y La cenicienta por encargo del Ballet Real de Suecia. «Han sido experiencias tan estimulantes como agotadoras, así que he decidido darme un descanso para centrarme en otras prioridades del SFBallet», en cuyo organigrama figuran varios nombres de españoles: al menos seis bailarines y el director asociado Antonio Castilla, su mano derecha en la compañía, con quien ya había coincidido en Londres.
LAS CARTAS (ESCÉNICAS) SOBRE LA MESA
Allí, como miembro del Consejo de las Industrias Creativas en el Reino Unido, Rojo defendió muy activamente la importancia de las artes escénicas durante la pandemia. «El confinamiento nos obligó a poner todas las cartas sobre la mesa. Ahora ya nadie se atreve a cuestionar la importancia que tiene un espectáculo en vivo, con independencia de que podamos y debamos retransmitirlo en internet». Según la coreógrafa, el relevo generacional está garantizado tanto en el escenario («hay bailarines jóvenes de un nivel altísimo», celebra) como en el patio de butacas: «En un mundo convulso y radicalizado como el actual, el público busca evadirse, por supuesto, pero sobre todo compartir experiencias y sentir que pertenece a una comunidad».
Nadie mejor que Tamara Rojo sabe hasta qué punto la noción de disciplina se ha redefinido en los últimos años para dar espacio a debates en torno a la salud mental. «En los últimos años hemos asistido a una revolución en el trato de los directores con los bailarines», sostiene quien con más empeño ha liderado este cambio en las condiciones de trabajo de las compañías. «Pero nada de esto se consigue sólo con buenos propósitos, sino que hay que invertir en equipos psicopedagógicos y formadores». Porque, para Rojo, sólo los artistas felices se atreven a asumir riesgos, a exponerse emocionalmente y a dar lo mejor de sí. «De este modo logramos prolongar la carrera de bailarines que antes ni siquiera llegaban a la madurez artística».
Ella colgó las zapatillas en 2022 tras más de tres décadas cosechando aplausos. «Me acuerdo que estaba haciendo un Cisne Negro y por primera vezexperimenté miedo escénico… Noté que no teníacontrol total sobre mi cuerpo». A esta nueva etapa (el pasado mes de junio cumplió 50 años), sólo le pide, dice, tranquilidad. «¡Y eso que soy la primera que me meto en líos!… No lo puedo evitar». Cosas de la vocación, cuya llamada escuchó cuando tenía 5 años. «Aquella tarde llovía a cántaros y me refugié en el gimnasio del colegio a la espera de que me recogiera mi madre». Allí una profesora la invitó a presenciar su primera clase de ballet. El resto es historia, una historia de éxito. «Todavía hoy me pregunto qué habría sido de mí sin aquella tormenta…».