Superestar, el regreso triunfal del tamarismo: «Es ficción, pero cada uno queda en su lugar. Hace justicia»

Todavía es el día que seguimos sin saber qué es el tamarismo. Los más entusiastas hablan del fenómeno, de todo él, como de una variante radical, hispana y, por ello, esperpéntica de la performance pop por lo que tiene de celebración del escándalo, de reivindicación de lo marginal, de exigencia de la fama por la fama, de alegría consumista a espaldas de los dictados del establishment, de televisión insomne, de sardanismo locuaz, de melodrama maternal, de linchamiento cruel, de españolismo desaforado, de cotilleo contumaz, de refutación de la dictadura del buen gusto, de frutería psicomágica, de milenarismo atroz… De todo lo anterior y exactamente su contrario. Los más tristes, por su parte, no dudan en ver en su furor destructivo, y a la vez festivo y anárquico, algo de ese dadaísmo original dispuesto a hacer de un urinario una pieza de museo sobre la que rezar y mear al mismo tiempo. Y los últimos, los más confusos (es decir, casi todos), se dejan llevar por la muy feliz confusión. Solo una persona lo tiene claro y no duda: «Tamarismo es el fenómeno social, musical y mediático sin precendentes que se formó alrededor de mi persona». Y, en efecto, Tamaristas, se quiera o no, somos todos. Incluso Yurena, antes Ámbar, antes Marimar, también es y por siempre tamarista por Tamara, la única posible.

Probablemente en el último grupo de los citados, el de los confusos felices, se encuentre Superestar, la serie de Netflix de seis capítulos firmada por Nacho Vigalondo en calidad de factótum con la complicidad de los Javis como urdidores. «Hay una serie de elementos que aíslan y hacen único el fenómeno», comenta a modo de introducción el director. Y sigue: «En primer lugar, todo sucedió en un momento muy determinado y nunca más volvió a pasar. Además, se dio aquí, en España, sin que tuviera ningún eco en ningún otro país. No es como las teorías de la conspiración tipo que van desde el patrio Caso Bar España al yanqui Pizzagate. Además, todo tuvo su lugar originario en un late show como Crónicas Marcianas (en la serie, Tiempo de Marte) que nada tenía que ver con los modelos de fuera copiados aquí con insistencia». La propia Tamara corrige, aunque solo un poco: «En verdad, donde más salí y el programa que más hizo por mi carrera fue Mamma Mia, de Telemadrid, que hasta hizo un videoclip con mi canción A por ti».

Superestar, para situarnos y hacer memoria, parte de lo acontecido entre poco antes del año 2000 hasta prácticamente nuestros días (el capítulo 5 está situado en 2016) en las vidas de siete personajes irrepetibles como la cantante Tamara-Yurena, su madre Margarita Seisdedos, el compositor melódico Leonardo Dantés, el vidente de las hortalizas Paco Porras, el coplista Tony Genil, la también intérprete de canciones y cosas Loly Álvarez y el güasinmén (sí, han leído bien) Arlekín. A cada uno de los personajes les da vida de forma excepcional, por orden, Ingrid García-Jonsson (una interpretación cerca del milagro), Rocío Ibáñez, Secun de la Rosa, Carlos Areces, Pepón Nieto, Natalia Molina y Julián Villagrán. Pero, decíamos, eso es solo el punto de partida. Desde las biografías azarosas de estos personajes únicos (y de ahí, la genialidad de una serie que marcará el año), Superestar alcanza a dibujar con una perfección desusada el perfil de asuntos tales como la voracidad de una sociedad (la nuestra) sin escrúpulos, la ternura del amor más profundo de una madre, el difícil enigma de la identidad en tiempos de redes sociales y, ya puestos, el tamarismo como síntoma de todo lo bueno, todo lo malo y todo lo regular. Si la aspiración de toda película, serie o lo que sea es no dejarse atrapar por una definición, Superestar es el patrón oro.

Cuenta Vigalondo que la idea y empeño muy desde el principio del encargo (pues eso es) fue no caer en la tentación de componer algo así como La Veneno 2, en alusión a la serie anterior de Javier Ambrossi y Javier Calvo que inauguró un nuevo género, el de las series en clave espectacular y operística sobre la historia muy reciente de España. «No se trata», continúa Vigalondo, «de dar con la clave de nada. Esto no es Zodiac. Tampoco se trata de ofrecer una mirada condescendiente de unos personajes que, durante el tiempo que estuvieron en boca de todos, solo padecieron reproches y miradas condescendientes». Y aquí se detiene y cita la película The Disaster Artist, de James Franco, como el ejemplo a evitar. «Tampoco», sigue, «la idea es presentarles años después como víctimas por la sencilla razón de que no lo fueron. O no lo fueron de manera completa. Muchos de ellos, o todos en algún momento, sabían dónde se metían y lo que podían sacar de semejante exposición». Y así, entre tanta negativa, surge lo que de verdad es.

Superestar, que toma el nombre del álbum debut de Tamara-Yurena, está estructurada en episodios independientes que lejos de continuarse uno en otro se acoplan como las piezas de un puzle. Cada uno de ellos toma como referente uno de los personajes (el tercero une a Loly y Arlekín) para construir un universo entre la realidad y la fabulación, entre lo verídico y la fantasía, que igual es crónica que sueño. De repente, vemos un coche estrellado en la Cibeles con la pareja más improbable dentro, aprendemos que Michael Jackson adoraba los macarrones con tomate de Genil, averiguamos por fin la dureza mística de los ladrillos, asistimos a la duplicación de Ennio Morricone (gran amigo de Porras) y, llegado el caso, descubrimos el valor real de cualquier cambio. Y en medio, la pensión Paradai’s, el reino de Mago de Oz, la Habitación Roja de Twin Peaks, como el espacio donde lo irreal se confunde con la misma vida. «Para mí, lo más relevante de la serie es que hace justicia con todos nosotros. Es ficción, pero cada uno queda en su lugar», concluye la propia Tamara.

«Tamara puso en evidencia al clasismo cultural que lo hubo y lo sigue habiendo y que siempre intentó deslegetimarla»

Nacho Vigalondo

El director de Daniela Forever continúa así su investigación de identidades que se desdoblan, de universos que pierden el pie ante la misma fabulación que otorga sentido mientras desvela el absurdo de intentar entender nada. «La figura del doble», razona Vigalondo, «es la herramienta más útil para darle vueltas a un tema que no se agota: el de la identidad. ¿Quiénes somos realmente? ¿La persona que somos en soledad o la persona que somos en compañía… o la persona que somos delante de la cámara? Si lo contemplamos desde una mirada más amplia, la persona que menos existe, la persona menos real, soy yo cuando estoy solo. Porque la realidad es un hecho compartido, no existe la realidad al margen de la del conjunto de conciencias que estamos en este planeta… No sé muy bien qué he dicho, perdón». Y ahí, en la confusión que también es desconcierto iluminado, lo deja. Puro tamarismo.

El quinto capítulo que lleva por título Tony Genil y los ‘losers’ de Bohemia (luces por perdedores) es el único que no discurre en el tiempo de efervescencia del principio de milenio, sino 16 años después, cuando ya todas las afrentas y peleas han pasado. Aunque la voluntad de venganza de todos los demás sobre la única que verdaderamente ha quedado en la memoria, Tamara, pervive. Su escritura corre a cuenta del dramaturgo Paco Bezerra y no por casualidad las referencias valleinclanescas, debidamente deformadas en el espejo correspondiente, están ahí. Cuenta Bezerra que él llegó a Madrid en 1997 y Tamara lo hizo en el 98. «Llegamos a la vez y viví todo en directo», recuerda camino de Avignon. También dice que se siente pletórico por haber debutado en la escritura para la televisión con una serie que prolonga buena parte de sus textos para el escenario, siempre pendientes de las voces no autorizadas, de lo que se grita, antes que solo decirse, desde el otro lado. «En realidad, todo no es más que una herencia de la Santa Inquisición. Los juicios públicos a los que se sometió a estas personas a la vista de todo el mundo son auténticos autos de fe que entroncan con los linchamientos y ejecuciones en la plaza mayor. Hay algo que está en nuestro ADN y que está relacionado con el sadismo. Somos un pueblo sádico que celebra la muerte cruel de un toro». Pausa. «Lo que le sucedió a Tamara, me hizo reflexionar sobre el esperpento por razones obvias, por genuinamente español… ¿Por qué no han triunfado en España las tragedias clásicas que triunfan en el resto de Europa? El español nunca ha admirado a la persona que llega a conseguir algo con mucho esfuerzo y dedicación. Por eso no hay mímesis con el héroe. Nosotros nos vemos reflejado, como decía Valle Inclán, en el pillo, en el tramposo… En última instancia, hasta el Quijote, un tipo ridículo, está en esa tradición».

Y llegados a este punto, Bezerra añade otra reflexión desde el otro lado, desde el ámbito de los poderosos siempre tan dados a censurar. «Pero no hay que olvidar que las vocaciones artísticas de Tamara o Leonardo Dantés son genuinas. Y lo son de tal modo que la industria y el poder establecido se ofendieron. Ella, sin ir más lejos, fue censurada abiertamente. La FNAC retiró su disco de las estanterías por la presión de las discográficas». En el mismo sentido habla y se pronuncia tanto la propia serie como su director. «Hay que reconocer y hasta agradecer que Tamara puso en evidencia al clasismo cultural que lo hubo y lo sigue habiendo y que, muy desde el principio, deslegitimó su existencia. Recordemos que cuando el disco de Alejandro Sanz se quedó el segundo en las listas de ventas por detrás del de Tamara, la discográfica añadió una pegatina que decía: «El auténtico número 1». Hubo un establishment que no la quería ver ahí. Es más, todavía ahora siento que hay gente que me echa en cara que haya hecho la serie y hasta me han anunciado, o avisado, que, pese a gustarles mi trabajo, no van a pasar por ver Superestar. No han visto la serie, pero solo volver a hablar del fenómeno les ofende por puro clasismo…», comenta Vigalondo.

«Viví con mucha rabia y tristeza que mi disco se quitara de las estanterías de las tiendas, incluidas las de El Corte Inglés. Tras el conflicto con la propiedad del nombre [se vio obligada a cambiárselo por una demanda de la bolerista del mismo nombre], se vio el poder de la discográfica detrás de la otra Tamara. Todo el mundo hablaba mal de mí porque sí. Sin conocerme de nada, todos me denostaban y me faltaban el respeto. Ni a un insecto se le trata así. Cuando me entrevistaban, nunca se me preguntaba por nada que tuviera que ver con mi trabajo, porque había que venderme como una mamarracha. Y no solo iban contra mí, sino también contra mi madre», recuerda la ahora Yurena.

Junto a la serie, Netflix programa un documental que, en verdad, es más promoción o complemento del trabajo de Vigalondo que una película en sí. Allí habla la fanbase y toma la palabra, por ejemplo, Boris Izaguirre; es decir, el hombre del ¡Páralo, Paul! en el fragor de la explosión. «Lo que sucedió es que las personas fuera del sistema se colocaron en el centro y triunfaron», comenta en el que bien podría ser el mejor resumen de todo esto. El segundo capítulo, el dedicado a Leonardo Dantés, deslumbra por la gracia, la ternura y la descomunal composición de Secun de la Rosa desdoblado. Y el último de todos lleva al éxtasis la solución de un misterio tan sencillo y hasta bizarro, por qué no, como el del amor de una madre. «Más que reconocerme en como yo era de verdad, reconozco que Ingrid ha captado muy bien la candidez que proyectaba entonces a los demás», puntualiza la Tamara real.

«Cuando me entrevistaban, nunca me preguntaban por mi trabajo. Había que venderme como una mamarracha»

Yurena

Por cierto, la canción final que da la vuelta al mítico No cambié es composición del propio Dantés para la serie. Y lo cambia todo. «Se lo propusimos y nos la escribió en 20 minutos. Me la envió acompañada de un audio donde la tarareaba», recuerda Vigalondo. «Si hecho la vista atrás, me enorgullezco de haber sido una luchadora que peleé por lo que quise soportando un linchamiento continuo de todos. Me siento orgullosa de la persona que soy porque no me rindo ante nada… Llegué a rendirme en un par de ocasiones. Intenté suicidarme. Pero aquí estoy», resume la protagonista de todo esto. El tamarismo es ella.

Decía John Waters que hace falta disponer de un paladar exquisito para apreciar en lo que vale el mal gusto. En su estudio clásico sobre lo kitsch, Susan Sontag añadía que la sensibilidad camp (que no es equiparable al mal gusto, pero tampoco le hace ascos) ve todo entre comillas (o en cursiva). Y así el mundo entero deviene representación de la propia representación que le da sentido en un juego de espejos modelado por asuntos tales como la ironía, el humor, la parodia, el pastiche, el artificio, la teatralidad y la exageración. Llega, de nuevo, el tamarismo; llega la serie del año; llega Superestar.