Sudor, sangre y materia fecal: autopsia de Enrique VIII, el rey que se comportaba como un jefe mafioso

Dicen que la pierna ulcerada de Enrique VIII despedía tan mal olor que traspasaba las paredes y llegaba a «tres habitaciones de distancia». Jude Law tomó buena nota del apunte histórico y pidió a una especialista en perfumes que recreara ese peculiar hedor, a base de sudor, sangre y material fecal. Con él se embadurnaba todos los días durante el rodaje de La última reina, la película que este fin de semana llega a las pantallas británicas -y que en España se estrenará a finales de octubre-, dispuesta a desmitificar de una vez por todas al icónico rey de la seis esposas, aún icono de la grandeza británica.

Alicia Vikander, la actriz que encarna precisamente a la última de la lista de reinas, Catalina Parr, da cuenta de la repulsión que le causaba el perfume peculiar de su compañero de reparto, a duras penas disimulado con aceite de rosas. El director de la película, el brasileño Karim Aïnouz, reconoció que la olorosa decisión convirtió el rodaje en «una experiencia muy difícil», aunque al final sirvió para dar un incuestionable realismo a las escenas más duras.

El propio Jude Law define La última reina como «la historia de un matrimonio marcado por la violencia doméstica, con Enrique VIII como el perpetrador de abusos físicos y mentales» sobre su última esposa, que sobrevivió al miedo de acabar enclaustrada como Catalina de Aragón (la primera esposa) o decapitada como Ana Bolena (la segunda) o Catalina Howard (la quinta).

El actor reconoce que su versión del rey está en las antípodas de «esa imagen de Papá Noel» que ha prevalecido durante siglos en la mente de los británicos, y a la que tanto contribuyó el popular retrato de Hans Holbein. La película está basada en Queen’s Gambit, la novela histórica de Elizabeth Fremantle, que no se muerde la lengua a la hora de juzgar al emblema de la casa Tudor: «Todas esas mujeres eran inocentes, y él era un monstruo».

En declaraciones a la BBC, Fremantle advierte que su libro y la película son un reflejo del cambio cultural que se ha producido en el Reino Unido y en otras partes del mundo, con una revaluación del papel de las mujeres en la Historia: «Cuando empecé a investigar había aún un glamur asociado a Enrique VIII que ya no existe. Los historiadores han hecho un gran trabajo en los últimos años. Creo que hemos empezado a verle con otro filtro porque ahora encaja en un estereotipo de comportamiento masculino hacia las mujeres».

El director de la película, Karim Aïnouz, reconoce haberse inspirado vagamente en personajes contemporáneos -«Uno de los primeros fue Donald Trump»- para dar vida a esta versión de Enrique VIII adaptada en tiempos del #MeToo: «He querido hacer casi una autopsia de él. Y ha sido muy importante indagar en el proceso y en cómo se convirtió en ese enorme patriarca, comparable casi con un jefe mafioso. Así era como funcionaban los monarcas en aquel momento de la historia, al estilo de la mafia». En su personalísima y nauseabunda versión del rey «maloliente» (aplaudida durante ocho minutos en el Festival de Cannes), Jude Law avanza sobre el camino trillado por Charles Laughton en La vida privada de Enrique VIII y se aleja lo más posible de la versión glamurosa de Jonathan Rhys Meyers en la teleserie Los Tudor.

«No podemos olvidar que Enrique VIII fue también el niño de oro, con un gran potencial: músico, deportista, bailarín», admite Law, irreconocible en el papel. «El autoengaño y la locura empezaron a apoderarse de él con tanta gente recordándole durante más de 50 años que era el segundo, después de Dios, y que tenía el poder de usar la violencia contra todos y todas los que no estuvieran de acuerdo con él».