Sorda, la estridente revelación del cine español en la Berlinale: «Hay tantas maneras de ser una persona sorda como de ser una persona oyente»

No hace tanto la Berlinale sorprendió con probablemente la primera película de todas para ser vista con los ojos cerrados. La firmaba Lois Patiño y bajo el nombre de Samsara el espectador era conminado mirarse los párpados. Por dentro. No era tanto un ejercicio a lo John Cage y su composición silenciosa de 4 minutos y 33 segundos, sino una invitación a cobrar consciencia, así en general.

La idea era darse cuenta del cine y de la propia mirada en el momento en el que la película viajaba de un extremo a otro del planeta, de Asia a África. La pantalla se volvía luminiscente, que no negra, y la audiencia proyectaba en su interior sus sueños, su imaginación y hasta todas las posibilidades del cine mismo.

Sorda, de Eva Libertad, no aspira a tanto. O sí, pero de otra manera. Su propuesta, que además es la única película española en la Berlinale, es un drama familiar que habla de lo que se ocupan los dramas familiares. Es decir, de amor, responsabilidad, protección, miedo y todo lo demás.

Lo que ocurre es que su protagonista, que interpreta la revelación Miriam Garlo, es sorda. Y es desde ahí, desde el estruendo de una discapacidad tan común desde donde, igual que en Samsara, la directora nos invita a cobrar consciencia. ¿De qué? Básicamente, y por resumir mucho, de nosotros mismos. Tal cual.

Todo empezó cuando la directora y la actriz, ella misma no oyente, empezaron a trabajar juntas en lo que sería el primer paso hacia esta película. Las dos rodaron un cortometraje sobre la maternidad de una mujer sorda en éste nuestro mundo de oyentes. «Nos quedamos con ganas de más. Habíamos desarrollado tanto el argumento que, en realidad, teníamos la impresión de que todo estaba aún por decir», comenta protocolaria Eva.

A su lado, Miriam escucha atenta con la mirada y le da la razón. «Lo único que me gustaría añadir», apunta, «es que la historia de la protagonista no es mi historia. Lo digo para no crear confusión. Yo soy una actriz sorda que actúa y que da vida a un personaje que nada tiene que ver conmigo. Parece obvio, pero conviene dejarlo claro… Hay tantas formas de ser sorda como personas sordas hay». Y para que no quede duda, la directora, pasa el rotulador por esta última frase: «Hay tantas maneras de ser una persona sorda como de ser una persona oyente». Queda claro, pues.

Para situarnos, la película cuenta la historia de Ángela y Héctor. Ella, ya se ha dicho, no oye. Él, al que da vida con claridad y calmado entusiasmo Álvaro Cervantes, sí. Un buen día deciden lo que decide mucha gente: ser padres. Cuando nazca su hija, con ella llegarán todas las dudas. Si oye, ¿cuánto tardará en darse cuenta de que su madre no es como ella? Y si no oye, ¿cómo proteger a una criatura en un mundo decididamente hostil? Por el camino, el espectador se tropieza con preguntas más gordas: ¿qué es la normalidad? ¿qué tiene que pasar aún para que una sociedad acepte sin aspavientos todas las formas tanto de vulnerabilidad como de diversidad? Y muchas más cada vez más profundas.

El argumento es tan grave que se corre la tentación y el peligro de reducir la película a un tutorial para la concienciación en su sentido más educado y civilizatorio. Y no, no es así. O, mejor, no es así únicamente. Sorda es desde el primer segundo un ejercicio de cine perfectamente consciente de, por así decirlo, su sordera.

La idea no es que el espectador se tape los oídos para verla, sino que cobre consciencia de ellos gracias a, y aquí su gran acierto, la mirada. Los colores se ofrecen sin filtro hasta hacerlos vibrar. Suenan. La puesta en escena hace del clasicismo norma con la cámara siempre a la altura no solo de los ojos sino de, otra vez, la mirada; una mirada siempre expresiva, siempre emocionante.

Cuenta Eva que pudo hacer la película porque conoce de lo que habla gracias a que su hermana es sorda. Se lamenta de que la sociedad no está preparada, que no se nos educa «para estar en contacto con las diferencias y mucho menos con las diversidades».

Y Miriam, que se quedó sorda cuando contaba con 8 años y que desde entonces se ha estado dando de bruces con cursos para interpretación no adaptados, con cine español sin subtitular y con una cultura literalmente vetada, insiste en que la inaccesibilidad está a la orden del día. «Estamos todo el día rompiendo barreras. Creo sinceramente que sería bueno, bueno para todos, abrazar la riqueza de que seamos diferentes. No creo que sea bueno la uniformidad ni del pensamiento ni de la forma de ser», afirma.

El resultado es una película para ver con los oídos, para escuchar con la mirada, para tocar con la misma piel de la retina. Y todo para sencillamente ser conscientes del cine y hasta de nosotros. Emocionante, sin duda. Pendiente de una nueva presentación en el Festival de Málaga, aún queda mucho para seguir oyendo hablar de Sorda.