En la era de la medición y el Big Data, la grandeza en el deporte se explica en números, récords y porcentajes, pero cuando Jannik Sinner se retire se recordará su prodigiosa serenidad. Nunca hubo un tenista tan firme, tan consciente de sí mismo, tan estoico. Muchos desaparecieron después de remontadas como la que sufrió en la final del pasado Roland Garros, hay casos recientes como Alexander Zverev, Stefanos Tsitsipas, Daniil Medvedev o Dominic Thiem, pero Sinner hizo todo lo contrario: analizó lo ocurrido, entrenó más que nunca y regresó para superar este domingo a su cruel verdugo, Carlos Alcaraz, en la final de Wimbledon en tres horas y cuatro minutos de juego. [Narración y estadísticas (4-6, 6-4, 6-4, 6-4)]
En la celebración no hubo revancha, ni rastro de rabia, no ganó desde el rencor. Levantó los brazos sobre la pista y de inmediato se fue a felicitar a Alcaraz; ni tan siquiera necesitó tirarse sobre la hierba. Pese a ser como fue, el italiano siempre entendió la derrota de París como parte del juego y, es más, como parte de la vida, donde venimos a perder. En los 15 minutos de lágrimas en los vestuarios de la Philippe Chatrier soltó cualquier pensamiento negativo y se recompuso para alzar, sólo un mes después, su primer Wimbledon, su tercer Grand Slam. A sus 23 años ya sólo le queda París para completar la lista.
Como hace Toni Nadal, el primer entrenador de Sinner, Riccardo Piatti, narra anécdotas entre la realidad y la fantasía para describir sus éxitos. En una de ellas relata cómo, cuando era pequeño, le puso en la televisión la final del torneo de Marsella 2000, donde un joven Roger Federer perdió contra Marc Rosset jugando muy mal. «¿Por qué juega así? No se parece a Roger», preguntó Sinner. «Ese era Federer antes de muchas horas de trabajo», le contestó Piatti. Ahí se supone que el actual número uno aprendió que el talento no sirve de nada sin esfuerzo detrás. Después de Roland Garros aplicó esa lección y exageró su preparación para alcanzar la gloria de su primer Wimbledon. A los 23 años cuenta con tres Grand Slam. Ya sólo le queda París para completar la lista.
Un plan distinto
Al contrario que en otras ocasiones, esta vez el italiano tenía un plan. «Fuerza, potencia y velocidad», con esas tres palabras le describía en la previa su técnico, Darren Cahill, pero la reciente desdicha le enseñó que no era suficiente. Por eso planteó una apuesta arriesgada: contra Alcaraz se disfrazó de Alcaraz. Habitualmente no necesita determinados recursos, como las dejadas o las subidas a la red, porque con sus golpetazos y sus piernas le sobra. Pero en la final apareció ese otro tenis.
Durante un buen rato, Sinner abandonó su juego violento y robótico en el fondo de la pista para crear. El artista ya no era Alcaraz, sino él. La intención era sorprender al español, llevarle a lugares desconocidos. Sin duda, era buena idea. Pero no le funcionó. Pese al desconcierto inicial, que le llevó incluso a ceder un rotura de saque, nadie gana a Alcaraz a lo suyo. En cuanto entendió las intenciones de su rival, el número dos del mundo le cazó con varios golpes pasantes, se divirtió, remontó, cogió ventaja. Del 4-2 al 4-6. Sólo hubo un problema: en el preciso momento en el que conquistó el primer set empezó a perder el partido.
Sinner le lanzó un derechazo deslizando de los que nunca vuelven y Alcaraz lo hizo volver de espaldas en un malabarismo imposible para dejar la bola plantada al otro lado de la pista. En su celebración, el índice en la oreja, el español olvidó unos segundos la prudencia. Y cuando se dio cuenta, había cometido una doble falta, había concedido una rotura, había perdido la segunda manga.
La rémora del saque
Con la igualdad de nuevo en el marcador, Sinner recapacitó y volvió a su plan de siempre. Pum, pum, pum, pum. Esa derecha feroz, ese revés demoledor. Siempre en la líneas o muy cerca de las líneas. El constante bombardeo. De repente Londres pareció París, pero París antes de que aquellas tres bolas de partido lo cambiaron todo. Con la rémora de su saque, desacertado esta vez -sólo un 52% de primeros-, Alcaraz empezó a sufrir, a pelear bolas de rotura en contra, a precipitarse al abismo. Cada break cedido se convertía en un set más en su contra. Hubo un punto, llegado el cuarto parcial, en el que sólo le quedaba la épica y el recuerdo de la última remontada. ¿Y si Sinner temblaba de nuevo? El italiano falló su primer match point, pero acertó un potente saque en el segundo. Ya era el campeón.
Sentado en su silla, mientras se preparaba la ceremonia de entrega de trofeos, Alcaraz conoció la derrota. Hasta este domingo había perdido, claro que había perdido, pero nunca había sufrido una verdadera derrota. A la sexta, perdió en la final de un Gran Slam. Mientras Sinner recogía el trofeo de la mano de Kate Middleton tuvo que pensar que el italiano le acababa de marcar el camino. Por muy doloroso que sea, sólo le queda entrenar y entrenar para vencer en la próxima.
«Es difícil perder. Siempre lo es, incluso si es en la final. Tengo que felicitar a Jannik una vez más, me hace mejorar cada día», reconoció Alcaraz mirando al pasado, pero también al futuro. «Sufrí una derrota muy dura en París, así que este triunfo es muy emotivo para mí. Lo importante fue aceptar lo ocurrido y ponerme para ser mejor», proclamó Sinner antes de empezar el larguísimo protocolo reservado para la gloria. Destapó su nombre del panel de campeones, charló con todas las autoridades y apareció en el balcón, más sonriente que nunca, para ofrecer el trofeo al público.