Sherwood: el noble arte británico del thriller de pueblo

Pocos episodios de televisión más perfectos que los que dedica The Crown a la Princesa Margarita de Inglaterra. En las últimas temporadas de la serie de Peter Morgan para Netflix, la royal más problemática (aunque la competencia es dura) estaba interpretada por Lesley Manville, una de las actrices británicas más interesantes. Una estrella capaz de transitar con fluidez entre el teatro, las producciones de Hollywood y ficciones locales como Sherwood. La segunda temporada de esta última acaba de llegar a España a través de Filmin. Que Manville forme parte de ella es en sí misma una garantía de calidad. Como en Harlots o en Los casos de Susan Ryeland, que se emite ahora en AXN. Hay excepciones (como Grotesquerie, también de actualidad), pero en general tú pones a una Manville en tu serie y la serie mejora. Si, como Sherwood (y como The Crown), la serie era buena ya de antes, miel sobre hojuelas.

Escrita por el dramaturgo y guionista James Graham, Sherwood es otra muestra de cómo en Reino Unido han perfeccionado el arte del thriller local no glamouroso. Ya saben: comunidades pequeñas, vidas cruzadas, miserias cotidianas y misterios vergonzosos. Y crímenes. Las fricciones de la existencia en círculos pequeños, la vecindad como el parentesco más complejo.

Basada libremente en hechos reales, Sherwood tiene su propia personalidad. Su narrativa conecta dos épocas: los convulsos años 80 de un pueblo minero y una actualidad en la que la huelga del carbón del 84 y el 85 todavía colea en forma de rencores que podrían convertirse en rencillas que podrían convertirse en venganzas. Pueblo pequeño, infierno grande. Y encima, pueblo minero pasado por la guadaña de Margaret Thatcher.

En Sherwood, David Morrissey, otra estrella de la misma raza que Lesley Manville, investiga unos ataques claramente conectados entre sí y así levantará ampollas también relacionadas con el turbulento pasado de una zona que ya desde el título de la serie apela a otra historia muy inglesa: la de Robin Hood. La figura del legendario arquero, metáfora perfecta (aunque algo incómoda) de la redistribución de la riqueza y la justicia social, planea sobre los crímenes de Sherwood. En manos de otro (del Ryan Murphy de Grotesquerie, por ejemplo), la referencia podría ser bochornosa, pero James Graham la mantiene bajo control. Si algo son los grandes thrillers locales no glamorosos británicos es elegantemente austeros. Rara vez se prestan a florituras de producción y dirección. Sherwood, como sus series hermanas, se apoya en su totalidad en un guion bien escrito y unas interpretaciones muy medidas. No hace falta más.

Es buena televisión que no se avergüenza de serlo. Su creador aprovecha, entiende y respeta la estructura episódica. Y sabe que juega con cierta ventaja, pues años de estupendas producciones parecidas han creado un público que no le exige a una serie así que la presentación de sus (bastantes) personajes sea rapidita y operativa. Los de Sherwood tardan en despegar. Cuando lo hacen, eso sí, la maquinaria del guion empieza a funcionar como un reloj. Entonces uno puede pensar que qué necesidad de gastarse los cuartos en Lesley Manville o David Morrissey. Hollywood, que tiene pasta de sobra, hace eso para darle un chute de prestigio a sus ficciones. Eso era Morrissey en The Walking Dead y eso intentaron que fuese en Instinto Básico 2. Sherwood no necesita comprarse ese toque de calidad porque ella, la serie, es ese toque de calidad. Y ella, la Manville, también.