Seis meses como seis años: Trump instala el caos en EEUU cumpliendo a rajatabla su programa electoral

Han sido sólo seis meses, pero parecen seis años. Este 20 de julio se cumple el primer semestre desde el retorno a la Presidencia de Estados Unidos de Donald Trump y el mundo está ya absolutamente agotado con sus novedades. Cada mañana, toca sorprenderse con la ocurrencia, firma o amenaza que haga correr ríos de tinta, descoloque los mercados o aterrorice al colectivo-diana de turno, de los inmigrantes a la comunidad LGTBIQ+

No nos llamemos a engaño: cada medida que pone en marcha y cada apuesta que plantea estaban ya en su programa electoral, con el que se llevó en noviembre el 49,8% del voto popular y 312 votos electorales, los mejores resultados para un candidato republicano en 20 años. Trump ha suplantando la autoridad del Congreso y avanza en su agenda a golpe de decreto, pero por el camino previsto en comercio, inmigración o política exterior. Lo que está haciendo es aplicar su hoja de ruta sin misericordia, lo que agiganta la polarización en el país, dividido entre los que se enorgullecen del nuevo rumbo y los que se llevan las manos a la cabeza con el caos.

Hasta ahora, ha logrado mantener el equilibrio, porque los números le han ido saliendo en economía o empleo, las cosas de comer en las que falló su antecesor, Joe Biden, y que llevaron a la derrota de su candidata, la demócrata Kamala Harris. Viene de aprobar por la mínima su «gran y hermoso» plan fiscal, pero la sonrisa se le ha ido congelando en estos días, por unas cuantas razones. La primera es que los datos de inflación ya reflejan el daño en casa de sus locuras comerciales: se ha acelerado por segundo mes consecutivo hasta el 2,7% registrado en junio de 2025, su nivel más alto desde febrero, frente al 2,4% de mayo, según datos de la Oficina de Estadísticas Laborales de EEUU publicados este martes. 

La segunda es que el caso Epstein ha resurgido. Aquella trama oscura del millonario que invitaba a millonarios a sus fiestas, procesado por abusos sexuales incluso a menores, sobre la que se supone que hay una lista oscura en la que Trump podría estar, irrita a los propios republicanos y hace que le pidan cuentas, transparencia. La tercera, suma de lo anterior, es que la popularidad del mandatario empieza a resentirse y ha llegado a los niveles más bajos de su primer mandato (2017-2021), especialmente criticado por la dureza que está empleando contra los migrantes. 

El sentir de la calle 

Cuando Trump completa apenas una octava parte de su mandato, que debería finalizar en 2028, un sondeo de la agencia AP y el Centro de Investigación de Asuntos Públicos NORC revela que sólo una cuarta parte de los norteamericanos sienten que las políticas del neoyorquino les han ayudado desde que juró su cargo sobre la biblia el 20 de enero. Falla en todo, a ojos de la calle, de la economía a la inmigración, pasando por el gasto público y la atención médica. El promedio de encuestas del New York Times mantiene una aprobación del 44% a la gestión del mandatario (cayó un punto respecto a diez días atrás) y una desaprobación del 52%. La última vez que esos índices estuvieron igualados (en un 48%) fue el 11 de marzo; desde entonces se mantuvo un ratio negativo.  

También YouGov toma el pulso a los norteamericanos esta semana y las conclusiones no gustarán tampoco a Trump: el 54,7% de los ciudadanos tiene una opinión desfavorable sobre el mandatario, frente al 44% que lo aprueba, en líneas generales.

En general, el presidente no obtiene la aprobación mayoritaria en ninguno de los temas tratados y retrocede en la evaluación sobre su política migratoria, que uno de los puntos fuertes de su segundo mandato. Destaca que un 52% de los entrevistados dice que su enfoque está siendo demasiado duro, un 44% cree que se están cometiendo muchos errores en las deportaciones y un 47% más, que los centros de detención habilitados para los foráneos tienen condicione severas. En la encuesta de AP, apenas el 43% de los encuestados aprueba su gestión en la materia en junio, seis puntos menos que en marzo, en la misma línea. 

«El público tiene impulsos contradictorios sobre la inmigración, que es una de las razones por las que las encuestas oscilan en respuesta a lo que hacen los presidentes. No creo que la gente quiera que se deporte a todos los inmigrantes no autorizados, especialmente a los dreamers, pero en realidad a cualquiera que haya echado raíces aquí y haya cumplido la ley», escribe en The Washington Post el columnista Ramesh Ponnuru, que es editor de la revista conservadora National Review. Nada sospechosa de ser pro Partido Demócrata. 

En estos días de medio aniversario, los sondeos se multiplican, pero la lectura es la misma. El de Reuters/Ipsos detecta el mismo descontento al alza. El índice de aprobación pública de Trump en materia migratoria cayó en las últimas semanas al 41%, el más bajo desde su vuelta al Despacho Oval y dos puntos menos que el anterior sondeo, toda vez que los estadounidenses están adoptando una visión más sombría de las tácticas de mano dura, remarca el estudio. Apenas el 28% de los encuestados dijo estar de acuerdo con la afirmación de que “las detenciones de inmigrantes en lugares de trabajo son buenas para el país”, frente al 54% que se mostró en desacuerdo.

Trump también parece haber perdido parte del apoyo a sus decisiones sobre el gasto federal, tras los múltiples recortes aplicados por el Departamento de Eficiencia Gubernamental (DOGE, por sus siglas en inglés), ese que puso en las manos del hombre más rico del planeta, Elon Musk, hasta que los dos chocaron y la situación desembocó en la salida del sudafricano de la Administración. Cerca de cuatro de cada diez estadounidenses aprueban la gestión de Trump, una caída respecto al 46% registrado en marzo, según una encuesta de AP/NORC.

El mismo sondeo muestra además que una mayoría, el 56%, considera que la frase «entiende los problemas a los que se enfrenta gente como usted» describe a Trump «no muy bien» o «nada bien». Es, precisamente, una de las principales líneas de ataque de los demócratas, que defienden que el presidente legisla para ricos y no sabe nada de la rutina diaria de sus ciudadanos. Incluso entre sus propios partidarios los resultados fueron relativamente bajos: apenas la mitad de los republicanos opinó que el presidente entiende «muy bien» o «extremadamente bien» los problemas que enfrentan personas como ellos.

La aprobación neta de Trump sobre inmigración (-3,3) y economía (-11,8) se mantiene estable, mientras que sus valoraciones sobre comercio (-15,4) e inflación (-24,8) también bajan ligeramente respecto a hace unas semanas. 

A estos números, tan adversos para el presidente, se han sumado dos malas gestiones, que desgastan: la del caso Epstein y la de las inundaciones de Texas, que han dejado 134 muertos. Para el 52% de los encuestados por YouGov, esas víctimas podrían haberse evitado, pero no se pusieron los medios necesarios para ello, lo que pone en tela de juicio recortes como los que está aplicando la Casa Blanca. El 38% califica de mala la respuesta del Gobierno federal y un 42%, la de Trump en particular. 

La gran mayoría de los estadounidenses, un 69%, cree también que el Gobierno está ocultando información sobre el depredador sexual Epstein y los archivos vinculados a su red, según Reuters. La gestión de Trump en torno al caso obtiene una aprobación mínima: apenas el 17% de los estadounidenses la respalda, la calificación más baja que ha recibido el presidente en cualquiera de los temas evaluados por esa encuesta. Incluso entre los votantes republicanos, el apoyo fue limitado: solo el 35% la aprobó, frente a un 29% que la desaprobó; el resto no respondió o dijo no estar seguro. 

La gente quiere saber y eso se remarca en la encuesta de YouGov: el 79% de los estadounidenses -incluido el 85% de los demócratas y el 75% de los republicanos-, cree que el gobierno debería publicar todos los documentos que tenga sobre el caso. Dos tercios de los estadounidenses -incluido el 82% de los demócratas, el 69% de los independientes y el 50% de los republicanos-, creen, igualmente, que el Gobierno está ocultando actualmente la evidencia que tiene sobre el suicidado millonario.

Los migrantes, en la diana

Es verdad que el apoyo a Trump está retrocediendo, pero también lo es que se mantiene relativamente estable y que, desde luego, no tiene quien le haga la competencia, con un Partido Demócrata tratando de encontrar su sitio, su voz y un nuevo liderazgo, sobre todo de cara a las elecciones legislativas de mitad de mandato de noviembre de 2026, en la que aspiran a hacerse al menos con la Cámara de Representantes para limitar el poder-rodillo del presidente, que ahora tiene a su favor a la propia Cámara y al Senado, de mayoría republicana, más la Corte Suprema, que más bien debería llamarse corte extrema. 

Una de las características esenciales de estos seis meses de trumpismo recuperado es el el creciente presidencialismo, que centraliza la toma de decisiones sin informar ni pedir cuentas. Otra de las características es la velocidad: desde el primer día, no ha parado de firmar y firmar decisiones. Al 2 de julio, había rubricado 166 órdenes ejecutivas, 44 memorandos y 71 proclamaciones. Destacan sobre todo las primeras, porque son muchas y porque son poderosas: el presidente se dirige a los funcionarios dentro del poder ejecutivo, exigiéndoles que tomen o detengan alguna acción relacionada con políticas o gestiones concretas. 

Le han llovido cientos de demandas de organizaciones civiles y ONG defensores de minorías, abogados de inmigración y jueces en estados demócratas («comunistas», los llama), para intentar frenar la avanzada que algunos califican como «autoritaria», avalando una agenda que va más allá de la Administración. 

Hay cuatro grandes políticas en las que el presidente se ha centrado en este tiempo: la inmigración, la guerra comercial, los recortes presupuestarios y la política exterior, todo a su manera. En el primero de los casos, declaró la emergencia nacional en la frontera sur de EEUU y ordenó que las autoridades federales de inmigración puedan llevar a cabo acciones de cumplimiento de la ley en lugares como iglesias, escuelas y sus alrededores, lo que marcó un cambio respecto a la política de larga data de evitar las llamadas «áreas sensibles». Muy polémico fue el mes pasado la actuación del Departamento de Seguridad Nacional, el Servicio de Inmigración y Control de Aduanas (ICE) especialmente en Los Ángeles, donde se produjeron disturbios por la violencia de estos arrestos. Trump llegó a mandar a la Guardia Nacional, violando incluso las competencias del estado. 

Aunque anunció «deportaciones masivas», «las mayores de la historia», por ahora los niveles de vuelos se han mantenido respecto a Administraciones anteriores, aunque las suyas han sido más polémicas por los errores con personas que nunca debieron salir del país o por el destino de algunos de los afectados, como las cárceles de El Salvador.

Además, Trump busca desde hace meses mediante un decreto poner fin a la ciudadanía por nacimiento en el país, una práctica de casi 160 años garantizada por la 14ª Enmienda de la Constitución, que otorga la ciudadanía a cualquier persona nacida en suelo estadounidense.

Más: ha decretado el fin del Estatus de Protección Temporal (TPS, por sus siglas en inglés), un beneficio migratorio temporal que estableció el Gobierno para las personas de ciertas nacionalidades que no pueden regresar a sus países de origen de forma segura, ya sea por un conflicto armado en curso, un desastre natural y otras condiciones extraordinarias de carácter temporal. También firmó una orden ejecutiva para tomar medidas contra lo que se conoce como «ciudades santuario», aquellos estados y localidades que limitan la cooperación con las autoridades migratorias federales. Y ha decretado la inhabilitación de la aplicación CBP One, usada por los migrantes para programar citas para presentarse en los puertos de entrada (que usaba un millón de personas) y la ha convertido en una herramienta en la que los migrantes pueden informar de su intención de «autodeportarse».

También anunció la eliminación gradual de los programas de permiso de permanencia temporal que han permitido a ciertos migrantes vivir y trabajar temporalmente en Estados Unidos, dejando en el limbo a medio millón de personas que esperaban su oportunidad esta primavera, y ha pausado el proceso de algunas tarjetas de residente permanente legal -comúnmente conocidas como green cards– para que se lleven a cabo exámenes y verificaciones adicionales. Esta tarjeta otorga al titular importantes beneficios, como vivir y trabajar legal y permanentemente en EEUU. 

Los agentes de inmigración de Estados Unidos recibieron instrucciones en febrero para localizar y deportar a miles de niños migrantes que entraron en el país sin sus padres, pero la Casa Blanca reculó por lo polémico de la orden. Sí acaba de presentar un centro de detención de inmigrantes indocumentados conocido como Alligator Alcatraz, porque está ubicado en un área infestada por cocodrilos hambrientos. Trump, orgulloso de su presentación, viajó hasta allá esta semana para mostrarla al mundo y lanzar una amenaza a los inmigrantes: «No vengan, autodepórtense y váyanse o terminarán aquí», dijo.

La economía, clave 

En lo económico, Trump no puede quejarse de números: el mercado de valores está en máximos históricos, tanto en S&P 500 como en Nasdaq; tiene un mercado laboral resiliente, con el paro en un 4,1% (un dato de mayo) cuando los analistas esperaban que subiera incluso; y la inflación ha estado controlada, aunque ahora se empieza a descontrolar por los aranceles. 

En realidad, no recibió una mala herencia de Biden, que aprobó paquetes legislativos de un tamaño poco usual para mejorar el trabajo o las infraestructuras tras la pandemia de coronavirus, pero que no lo vendió bien y se hundió con las subidas de precio, en buena parte debidas a la invasión rusa de Ucrania. 

Ha sido especialmente destacada la aprobación de unos recortes de alrededor de 9.000 millones de dólares en el gasto federal, que incluyen reducciones significativas en la radiodifusión pública y la ayuda exterior, avanzando en una de las prioridades del mandatario a pesar de voces crítica en el seno de su propio partido, que hicieron que el texto saliera apenas por el voto de calidad del vicepresidente JD Vance

La legislación contiene unos 4.500 millones de dólares (3.800 millones de euros) en recortes fiscales. Los tipos impositivos y tramos existentes se convertirían en permanentes en virtud del proyecto de ley, consolidando los recortes fiscales aprobados del primer mandato trumpista. 

La Oficina de Presupuesto del Congreso estima que el proyecto de ley podría añadir 3.300 millones al déficit federal en los próximos 10 años y dejar a millones de personas sin cobertura sanitaria, una previsión que la Casa Blanca cuestiona. La legislación genera ahorros mediante recortes a las prestaciones publicas para alimentación y sanidad, y la reducción de las exenciones fiscales para proyectos de energía limpia.

Esa es la cara, exitosa a juicio del millonario. Luego está la cruz: los aranceles y la guerra comercial. Trump ha entrado en una espiral de castigo al mundo porque entiende que su país está desventaja y ha sido maltratado por todos, incluso por los socios de siempre como Europa, y se ha decido a imponer tasas draconianas. Ahora las anuncia, ahora las retrasa, ahora las acorta, iniciando conversaciones país por país, con una mirada transacional que sólo quiere sacar de cada estado lo que EEUU necesita, y al mejor precio.

Un informe del Center for American Progress denuncia que en seis meses Trump «ha aislado a Estados Unidos del escenario mundial, ha puesto en peligro millones de empleos estadounidenses y ha empobrecido y reducido la seguridad económica del hogar promedio estadounidense». «Los acuerdos de la administración Trump han fracasado en gran medida en lograr avances significativos en asuntos comerciales de larga data. Muchos países han demostrado su frustración con la visión de suma cero de la administración Trump en materia de comercio, uniéndose en apoyo de relaciones comerciales que, con el tiempo, limitarán la participación de las empresas estadounidenses en los mercados globales», recuerdan.

Otros países parecen «más inclinados a apaciguar a la Administración Trump que a negociar soluciones mutuamente beneficiosas para los impedimentos comerciales de larga data», pero la mayoría de los socios comerciales no parecen haber presentado nuevas ideas para resolver los desafíos bilaterales o multilaterales. En cambio, se han involucrado en gran medida con la administración Trump con el objetivo de limitar el daño a sus mercados y su reputación. En esas están, cediendo en cuestiones sociales como la migración o el fentanilo (Canadá y México) o negociando a marchas forzadas, ante el ultimátum del 1 de agosto

«La reacción negativa contra las políticas de la administración Trump está perjudicando a las empresas y las exportaciones estadounidenses. Los exportadores estadounidenses se enfrentan ahora a aranceles de represalia en varios mercados clave, como Canadá, la Unión Europea y China, y a una reacción negativa de los consumidores extranjeros contra productos considerados símbolos de Estados Unidos. Esto último podría tener mayores consecuencias a largo plazo, ya que las preferencias de los consumidores se consolidan y se consolida la lealtad a las marcas», dicen los expertos, aunque Trump ha negado siempre consecuencias negativas para su propio mercado. Habla de «justicia» y de «liberación».

La administración Trump cree que los aranceles convencerán a las empresas multinacionales de trasladar la producción de vuelta a Estados Unidos, pero «los aranceles por sí solos no son suficientes para reorientar los patrones de producción global, especialmente si la administración establece un arancel general de alrededor del 10% que no contemple adecuadamente la diferencia de costos entre producir en otros lugares y en Estados Unidos, ni beneficie a un centro de producción extranjero sobre otro».

Las tasas también están aumentando los costos para los hogares y las empresas estadounidenses, reconocido hasta por los republicanos. «Los importadores están trasladando los costos a los consumidores en forma de precios más altos, y los fabricantes estadounidenses están pagando más por piezas y materiales importados», dice el informe. Además, la naturaleza variable de los aranceles «hace que sea casi imposible para las empresas planificar el futuro o establecer alianzas a largo plazo. El resultado es una congelación generalizada de la contratación y la inversión que perjudica la solidez general de la economía estadounidense».

A por el Nobel de la Paz

Trump también ha dado la vuelta a la manera de entender la política exterior. Ha tirado por tierra décadas de diplomacia para imponer su matonismo, con aliados o con adversarios. Prometió que sería el presidente pacificador, el que lograría la paz en las guerras de Ucrania y Gaza a las 24 horas de su llegada a la Casa Blanca. Nada más lejos de la realidad. 

En el caso de la invasión rusa, ha abierto un periodo negociador en el que ha primado al atacante, al régimen de Vladimir Putin, a quien ha tratado como un igual, relegando a la víctima, Ucrania, y al bloque del que aspira a ser miembro en no mucho tiempo, la Unión Europea. Desde el minuto uno, la Casa Blanca ha estado dispuesta a hacer concesiones a Moscú, como Crimea o las cuatro regiones del este que quiere Putin o la no incorporación de Ucrania a la OTAN. Sus reproches siempre han ido dirigidos contra Volodimir Zelenski, al que culpaba de la propia invasión y de su estancamiento. No ha impuesto nuevas sanciones, como hizo de forma masiva Biden. 

Lo que sí ha hecho es convencer a la OTAN de que Europa tiene que llevar el peso de la ayuda futura a Kiev y, de paso, colarle a los 31 socios restantes una subida hasta el 5% del PIB de los fondos nacionales dedicados a Defensa, una cifra que no estaba ni en los mejores sueños de Washington hace apenas dos años. 

Ahora, en pocas semanas, su discurso y sus actos están comenzando a girar, porque se ha dado cuenta de que las posiciones maximalistas de Rusia no van a cambiar y sólo está ganando tiempo en la mesa de diálogo para redoblar sus esfuerzos en el campo de batalla o con sus bombardeos sobre ciudades y objetivos civiles, multiplicados desde que comenzó la ronda de contactos más reciente, en Turquía. Tras humillar al mandatario ucraniano en febrero en la Casa Blanca, ahora ha amenazado al Kremlin con aranceles del 100% si en 50 días no hay paz y, puede, también con sanciones internacionales. Pero el Nobel de la Paz, que es su mayor ansia, no se ve cerca.

Tampoco, mucho menos, por sus acciones en Oriente Medio. Trump se ha alineado por completo con Israel en su invasión de Gaza, hasta el punto de proponer un plan de limpieza étnica para vaciar la franja palestina, enviar a sus pobladores a otros países árabes, liberar suelo y levantar luego una «Riviera» mediterránea, en una zona además con grandes bolsas de gas y donde él mismo puede hacer negocio. Aunque ha animado a Hamás y a Tel Aviv a negociar un alto el fuego, lo hace porque no le gustan las distracciones de sus planes de negocio en EEUU, pero las condiciones que está avalando, de nuevo, son sólo las de una parte. Ha impuesto, además, que el reparto de ayuda humanitaria en Gaza lo haga una empresa privada de su país, compuesta por exmilicianos, relegando a las agencias internacionales de la ONU, como la UNRWA, a la que ha retirado su vital financiación. 

Además, ha hecho lo impensable: atacar él mismo a Irán, el mes pasado, en la llamada Guerra de los 12 Días, iniciada por Israel para desmantelar el programa nuclear del régimen de los ayatolás. Como Tel Aviv no podía llegar con su armamento a las instalaciones atómicas iraníes, bajo tierra o en montañas, EEUU puso sus medios, en un ataque insólito. Dice Washington que el poder atómico de Teherán ha sido desmantelado, pero los informes de Inteligencia sostienen que sólo lo ha retrasado unos meses. Un alto el fuego forzado por el miedo a un conflicto a más escala en la región ha parado, por ahora, la crisis, pero Trump se ha retratado: supuestamente negociaba con Irán una salida al conflicto a la par que conocía los planes de Israel de ataque y daba su visto bueno. De fiar.  

Lo que puede venir

The Atlantic ha publicado un riguroso análisis, cuajado de fuentes internas de la Casa Blanca, funcionariales y afines a Trump, en el que dibuja lo que pueden ser las apuestas del republicano pasados estos primeros seis meses en el poder. Apuesta, básicamente, por un periodo más calmado, porque las grandes apuestas legislativas ya están hechas y ahora hay que ponerlas a funcionar y que los ciudadanos vean las «bondades» de sus nuevos articulados, dice el mandatario. 

No va a plantear ningún otro gran paquete legislativo antes de noviembre, por lo que se dedicará a «vender y defender» su plan fiscal y sus aranceles, que ahora sí pasan por el momento de la verdad: el de la aplicación, el de los pactos o el de la marcha atrás. Su gente dice que ha estado cuatro años en la sombra, en la oposición, preparando todas las medidas, que las tenía muy claras y siente que están yendo bien, a la vista de cómo claudican a ellas desde las empresas a las universidades, de los medios a la ciencia. 

Trump va a centrarse en lo que él entiende que son sus «fortalezas políticas», o sea, los acuerdos comerciales y el cerco migratorio, lo que le da más votos. Sin dejar de mirar al exterior, porque lo de que desea el Nobel de la Paz no es una broma. Si lo tiene Barack Obama, él lo quiere también. Su «ímpetu» en esas materias busca pasar las elecciones de mitad de mandato lo mejor posible, porque se topará con dos años de bloqueo progresista si pierde alguna Cámara. Hay que calcular bien los tiempos, porque las medidas que acaba de aprobar también necesitan su tiempo para aplicarse y tiene que acompañar la espera de otros éxitos que, espera, sean en materia comercial o exterior. 

A su equipo le ha pedido, también, que se centre en la desrregularización, para impulsar la economía con menos papeleo. Las primeras medidas se esperan en construcción, desarrollo económico e inversiones, dice el citado medio.

Trump es Trump y las polémicas son de esperar. Más allá de las que se saque de la manga, se espera el impulso nuevo censo estadounidense antes de las elecciones que redefiniría los distritos electorales del Congreso ,excluyendo el recuento de inmigrantes indocumentados, un plan que seguramente enfrentará impugnaciones judiciales. (El próximo censo no está previsto hasta 2030). Además, le parece «ideal» que el Gobierno federal asuma el control de Washington, D.C., que se ha autogobernado desde 1973, o incluso el de la ciudad de Nueva York, ese agujero de progres. «Vamos a enderezar Nueva York», ha llegado a decir, sin definir cómo. 

Está por ver, también, hasta dónde llega su campaña de represalias y venganzas, prometidas en campaña. Una especie de vendeta para ajustar cuentas con los demócratas que lo investigaron y le sacaron los colores, que permitieron que las denuncias en su contra prosperasen (es el único presidente convicto de la historia de EEUU). El viejo FBI y la vieja CIA ha están notando su aliento en el cogote. 

Y le quedan tres años y medio aún por delante.