Hace una semana, Estados Unidos anunció un alto el fuego entre Israel e Irán, tras 12 días de guerra. Esta vez no hubo ataques cruzados en suelo ajeno o ejercicios de dedos, para calentar, sino una contienda abierta, tan inédita como grave en un territorio, Oriente Medio, fácilmente inflamable. Tras las primeras horas, inciertas y plagadas de acusaciones cruzadas, la calma se ha mantenido. Ahora quedan las preguntas. Y en Irán, en particular, son incontables.
Ahora, su maltrecha teocracia de la República Islámica y la debilidad de su líder supremo, el ayatolá Alí Jamenei, deben reorganizarse y reconstruirse ante un panorama diferente. La amenaza de ataque ha estado presente durante tres décadas y ahora ha sido real y por partida doble, de Tel Aviv y Washington. Es el momento del balance y del control de daños, a la par. Y de las apuestas: recuperar el tocado programa nuclear, abrir la mano a alguna reforma, elegir al relevo de Jamenei, que tiene ya 86 años…
Los ataques aéreos israelíes diezmaron objetivamente las altas esferas de la poderosa Guardia Revolucionaria iraní y su Jefatura de Estado Mayor, tocaron la cúpula de la Inteligencia interna y dañaron el arsenal de misiles balísticos (de 3.000 que tenía antes de esta crisis, se calcula que ha pasado a la mitad). Los misiles israelíes y las bombas antibúnkeres estadounidenses dañaron el programa nuclear, aunque aún se debate la magnitud del golpe. Jamenei, que se refugió en un lugar secreto durante el bombardeo, apareció apenas el jueves, tras días de silencio, para emitir un triunfal mensaje de vídeo: «Les hemos dado una dura bofetada en la cara», dijo.
El autodenominado Eje de la Resistencia de Irán, un grupo de países y milicias aliadas en la región que incluye de Hizbulá a los hutíes de Yemen, ha sido atacado por Israel desde el ataque de Hamás del 7 de octubre de 2023. El apoyo extranjero que Teherán esperaba de China y Rusia nunca se ha materializado, ni en los meses pasados ni en este ataque. En el país, mientras, persisten viejos problemas domésticos, en particular una economía devastada por las sanciones internacionales, la corrupción y la mala gestión. Y una buena parte de la población clama por un sistema democrático y libre, 46 años después de la Revolución Islámica de la que se apropiaron los clérigos.
«El liderazgo de Irán ha recibido un duro golpe y será consciente de preservar el alto el fuego, que da al régimen un respiro y le permite centrarse en la seguridad interna y la reconstrucción», como dice el Eurasia Group, una consultora de riesgo político, en un análisis del miércoles pasado.
En busca de lealtades
Irán le ha mantenido el pulso a Israel y ha acatado a EEUU en represalia por sus ataques previos a sus instalaciones atómicas. No se ha estado quieto y no ha perdido la guerra, eso es cierto, pero está tocado. En fondo y forma. Una de las mayores humillaciones que ha sufrido Teherán es la de mostrar que sus servicios de Inteligencia no han sido capaces de parar una operación que, dice Tel Aviv, llevaba más de un año forjándose, en la que personal de su espionaje en el exterior, el Mossad, ha accedido al país no mediante terceros sino directamente. Ahora toca saber hasta qué se ha infiltrado en Irán y qué queda de sus despliegue y de sus fuentes.
En particular, ha sido especialmente llamativa su rápida localización de comandantes militares y de la Guardia Revolucionaria y de los principales científicos nucleares para lanzar ataques. Jamenei ha encontrado rápido relevo para los primeros (aunque ha perdido dos jefes de Estado Mayor en cinco días) y confía en que el saber transmitido de los segundos no merme los avances de las investigaciones, una tarea de muchos años.
La tarea número uno de Jamenei puede ser erradicar cualquier sospecha de deslealtad en las filas, por lo que se espera algún tipo de purga. Ya están llegando informaciones de penas de muerte aplicadas con rapidez contra supuestos colaboracionistas con Israel. También de detenciones masivas, por los mismos motivos. La pregunta es hasta qué punto esa desconfianza que se ha instalado en el país, que recuerda a la que inundó a la milicia libanesa chií de Hizbulá en septiembre del pasado año, cuando sus busca fueron cargados de explosivos por el Mossad.
En ese contexto, reconstruir el Ejército iraní, en particular su Guardia Revolucionaria, será un desafío. Sin embargo, las Fuerzas Armadas cuentan con una amplia plantilla de oficiales. Un destacado superviviente de la guerra, el general Esmail Qaani, a cargo de la Fuerza Quds expedicionaria de la Guardia, apareció en vídeos de una manifestación progubernamental en Teherán el martes. Era el primero en dar la cara.
Jamenei cuenta con entre 150.000 y 190.000 miembros muy leales de la Guardia, que están presentes en todas las realidades del país, listos para darle una protección que, por ejemplo, no tuvo Bashar Al Assad en Siria cuando los rebeldes se plantaron a las puertas de Damasco en diciembre pasado.
En el lado civil, el ministro de Asuntos Exteriores, Abbas Araghchi, se encontró empoderado hasta el nivel de casi un primer ministro de facto, publicando anuncios incluso sobre el alto el fuego mientras otros en Teherán permanecieron en silencio. Ha sido el verdadero portavoz de estos días.
Jamenei también debe replantearse ahora la política de seguridad que forjó durante las últimas dos décadas con las alianzas externas del Eje de la Resistencia. Esos lazos permitieron a Irán proyectar su poder en Oriente Medio, pero también fueron vistas como una barrera defensiva, destinada a mantener el conflicto alejado de las fronteras iraníes. Esa barrera ha demostrado ser un fracaso, porque se ha ido hundiendo con los ataques simultáneos de Israel, con ayuda de EEUU. Lo que inicialmente Tel Aviv vendió como un asedio en siete frentes contra su Estado se ha convertido, con los meses, en la desactivación o erosión severa de sus principales adversarios, unos por mano propia y otros por mano ajena, como la caída del régimen sirio de Bashar Al Assad.
Las pérdidas militares
Farzin Nadimi, miembro del Washington Institute, explica en un análisis que la campaña aérea israelí causó «graves daños a la infraestructura de misiles de Irán, destruyendo numerosos lanzadores y centros de producción clave, como plantas de combustible sólido y líquido, instalaciones de motores y fábricas de lanzadores de transporte y erectores». Aun así, «sobrevivieron algunos activos y arsenales reforzados y dispersos».
En cuanto al personal, la fuerza de misiles del Cuerpo de la Guardia Revolucionaria Islámica «perdió gran parte de su mando al principio de la guerra, pero pudo continuar disparando contra Israel». Sin embargo, las salvas masivas «dieron paso a descargas más pequeñas a medida que se producía el desgaste ante los ataques aéreos israelíes». La mayoría de estos ataques fueron interceptados por las defensas multicapa de Israel, pero suficientes misiles lograron atravesar el área como para causar daños y bajas considerables. Irán también lanzó más de mil drones unidireccionales, pero la mayoría fueron derribados por las defensas aéreas aliadas.
«Estos resultados probablemente tendrán efectos importantes en el cálculo estratégico de Teherán», defiende el experto, especializado en asuntos de seguridad y defensa de Irán y la región del Golfo Pérsico. La guerra puso a prueba su modelo de «disuasión directa» de lanzamiento de misiles y drones desde su territorio, «lo que puso de relieve tanto la resiliencia de este enfoque (ya que las fuerzas iraníes continuaron lanzando misiles y causando daños significativos a Israel a pesar de los esfuerzos por detenerlos) como sus limitaciones (ya que Israel interceptó la mayoría de estos misiles, estableció su dominio aéreo y, con el tiempo, podría haber planteado un desafío aún mayor a la cadena de suministro de misiles y expuesto a los lanzadores)». De igual manera, casi todos los drones iraníes fueron derribados antes de alcanzar sus objetivos.
Visto este escenario, entiende que «las autoridades presumiblemente intensificarán el programa de misiles, reconstruirán su infraestructura, abordarán sus vulnerabilidades (posiblemente con ayuda china) y buscarán mejorar la precisión y la capacidad de penetración del arsenal». También podrían explotar «programas de doble uso, como los lanzamientos espaciales, para enmascarar estas actividades». Se refiere a productos o tecnologías que pueden tener tanto aplicaciones civiles como militares, diseñados para usos pacíficos, pero que también pueden ser adaptados o utilizados para fines armamentísticos.
Entiende que ha sido especialmente doloroso «perder el control de su espacio aéreo», algo de lo que Israel se sintió, por contra, especialmente orgulloso, y que hoy Irán sólo conserva en pie un pilar de su estrategia disuasoria: «su relativamente esquiva fuerza de misiles balísticos». Por ello, augura «seguirá invirtiendo en la reposición de estas reservas con sistemas de misiles de alta y baja gama, con el objetivo de desarrollar plataformas y tácticas más efectivas, versátiles y con mayor capacidad de supervivencia, capaces de penetrar las defensas enemigas avanzadas y lograr efectos estratégicos con una huella menor y menos lanzamientos».
«Es casi seguro que estos esfuerzos de reabastecimiento y desarrollo se realizarán lejos de miradas indiscretas, probablemente en instalaciones subterráneas, siempre que sea posible. Incluso dejando de lado cualquier posible avance, el impacto letal de los pocos misiles que atravesaron las defensas israelíes y devastaron zonas civiles subraya la urgente necesidad de abordar las capacidades actuales del régimen en materia de misiles balísticos en las próximas negociaciones nucleares», concluye.
¿Más uranio enriquecido?
Después de que la campaña de Israel haya expuesto las vulnerabilidades de Irán, Jamenei podría concluir que su país sólo puede protegerse convirtiendo su capacidad nuclear en una bomba real, como lo hizo Corea del Norte. Es la posibilidad que más inquieta a EEUU y a Israel, que retome sus avances y siga enriqueciendo uranio, el combustible necesario para obtener una bomba atómica.
El Gobierno siempre ha afirmado que su programa nuclear es pacífico, con un uso eminentemente médico o energético. Sin embargo, es el único estado sin armas nucleares que ha enriquecido uranio al 60%, muy cerca del grado bélico. ¿Por qué enriquece tanto, entonces? Es a lo que se aferran los estados que aplican sanciones en su contra o que, ahora, han acudido a la guerra abierta. El primer ministro de Israel, Benjamin Netanyahu, llegó a decir que era inminente que lograsen enriquecer uranio al 90%, que es lo que se necesita, y que tendrían material para nueve bombas.
Jamenei ha estado coqueteando con las armas nucleares, aunque no, no hay evidencia de que las tenga o estuviera tan al límite, porque no todo acaba en el enriquecimiento de uranio, el proceso es más largo. Sin embargo, vista esta andanada, es probable que aumenten las voces dentro del régimen que exijan, ahora sí, una bomba. Es posible que reaccione pidiendo más y, de paso, ocultando sus movimientos, llevando las investigaciones a la plena clandestinidad. De momento, ha amenazado con abandonar el Tratado de No Proliferación Nuclear y ha aprobado la suspensión de la cooperación con el Organismo Internacional de Energía Atómica (OIEA), de Naciones Unidas. Este mismo miércoles, el Gobierno ha promulgado la ley, respaldada por el Parlamento, para suspender esa cooperación.
Aun así, cualquier intento de desarrollar un arma nuclear sería una apuesta arriesgada. La magnitud de los daños causados por los bombardeos estadounidenses e israelíes sigue siendo incierta, hasta la propia CIA dijo primero que poca cosa y, luego, que «daño grave». El OIEA, este domingo, confirmó que Irán podría volver a enriquecer uranio en cuestión de meses. «Las capacidades que tienen están ahí. Podrían tener, en cuestión de meses, diría, unas cuantas cascadas de centrifugadoras produciendo uranio enriquecido, o incluso menos. Francamente, no se puede afirmar que todo ha desaparecido y que no queda nada», señaló Rafael Grossi, su director general, en una entrevista concedida al canal CBS News.
Sea mucho o poco, Irán sin duda necesita reconstruir sus instalaciones nucleares y su infraestructura de centrifugación, aunque esto lleve meses o años. Han sido tocadas las cuatro joyas de la corona de su sistema: Fordow, Natanz, Isfahán y Bushehr. El reto es llevar a cabo esas mejoras o renovaciones sin que EEUU o Israel tuvieran detalles porque, de saberlo, Netanyahu y el presidente de EEUU, Donald Trump, han amenazado con atacar de nuevo. Y a lo mejor entonces la guerra supera los 12 días o se desborda por Oriente Medio.
Jamenei, sin embargo, también podría tomar el camino opuesto y reanudar las conversaciones con Washington, con la esperanza de lograr un alivio de las sanciones internacionales que ahora, y desde hace tiempo, asfixian su economía.
El enviado de Estados Unidos para Medio Oriente, Steve Witkoff, que apareció el mismo martes por la noche, día de la tregua, en Fox News, calificó de «prometedora» la posibilidad de futuras negociaciones. «Ya estamos en conversaciones», dijo. «Esperamos alcanzar un acuerdo de paz a largo plazo que reactive a Irán». Desde esa declaración, todo han sido indirectas y reproches. Este lunes, en la BBC, el viceministro de Asuntos Exteriores de Irán, Majid Takht-Ravanchi, ha avisado de que EEUU debe descartar cualquier nuevo ataque contra su nación si quiere reanudar las conversaciones diplomáticas. Trump ha asegurado que «no ofrece nada a Irán» en estas hipotéticas conversaciones.
En estos años, Teherán ha sabido gestionar las escaladas y evitar una guerra convencional de gran envergadura, y parece que la diplomacia coercitiva de Trump y sus ataques limitados han encontrado una respuesta proporcional. Nadie sabe en el futuro. Ahora la urgencia, casi por encima de lo nuclear, parece lo económico: encontrar un respiro, un alivio. «Mientras los líderes iraníes reflexionan sobre el futuro, no es el momento de hacerles creer que la comunidad internacional simplemente aceptará el alto el fuego por sí sola y no hará nada más para limitar su capacidad nuclear y de misiles», avisa el que fuera asesor del presidente de EEUU, Barack Obama, Dennis Ross, en un análisis para el Washington Institute.
Retos internos
Hay un temor racional a una represión más intensa contra la disidencia de Irán, a medida que un liderazgo castigado por la guerra se reagrupa en medio de crecientes problemas internos. La falta de democracia, la economía y la represión cansan terriblemente al pueblo de Irán.
La frágil economía iraní se ha visto devastada por las sanciones internacionales, la corrupción y años de mala gestión. Durante meses, la deteriorada red eléctrica se ha visto afectada por apagones continuos de varias horas. La huida de gran parte de la población de Teherán (la capital, con unos 10 millones de habitantes) durante la guerra alivió temporalmente la tensión. Pero a medida que regresan los vecinos, es probable que se produzcan apagones aún más prolongados durante lo peor del verano, afectando todo, desde panaderías hasta fábricas.
La guerra también cerró la bolsa de valores y las casas de cambio de divisas de Teherán, frenando el colapso de la moneda iraní, el riyal. Es un espejismo: el problema persiste. En 2015, cuando Irán alcanzó su acuerdo nuclear con las potencias mundiales (incluyendo a EEUU, que se fue tres años más tarde, en el primer mandato de Trump), el rial se cotizaba a 32.000 por dólar. Hoy, ronda el millón de riales por dólar. Una vez que los negocios reabran con fuerza, la caída podría reanudarse.
La economía ha generado inestabilidad en el pasado. Tras el aumento de los precios de la gasolina, fijados por el Estado, en 2019 se produjeron una serie de protestas que se extendieron por un centenar de ciudades y pueblos, con el incendio de gasolineras y bancos. Al menos 321 personas murieron y varias miles fueron detenidas, según Amnistía Internacional (AI) en la represión que ahogó las protestas, una mano dura que ha sido marca de la casa de Jamenei desde principios de su mandato y que se ha agigantado con los años.
El levantamiento más fresco en la memoria es el de 2022, por la muerte de Mahsa Amini, una joven detenida por las fuerzas de seguridad supuestamente por no llevar el hiyab como ellos pretendían. En una oleada de represión que duró un mes, más de 500 personas fueron asesinadas y más de 22.000 detenidas. Entonces, la pelea de las mujeres se acabó trocando en una batalla general contra el régimen y la falta de libertades. Los gritos contra Jamenei sonaron más altos que nunca.
Para las iraníes en particular puede ser aún más dura la persecución, porque aquellas que se niegan a usar el hiyab -cada vez más- están preocupadas por nuevas restricciones si el régimen, herido, trata de hacerse fuerte en sus limitaciones habituales, en sus caballos de batalla.
En una carta abierta del fin de semana pasado, el Premio Nobel de la Paz Narges Mohammadi escribió que «la República Islámica es un régimen religioso, autoritario y misógino, incapaz de reformarse y que viola sistemáticamente los derechos fundamentales del pueblo iraní». Aún así, pidió un alto el fuego en la guerra «porque creo firmemente que la democracia y la paz no surgirán de los oscuros y aterradores corredores de la guerra y la violencia».
La sucesión del líder supremo: todo dudas
A pesar de que Israel ha hablado abiertamente de eliminarlo, Jamenei sobrevivió a este enfrentamiento. Ha estado oculto en un lugar seguro, sin comunicaciones electrónicas por miedo al boicot, pero al fin apareció clamando victoria. Aún así, sin más alardes. Nadie puede descartar que, cuando alga plenamente a la luz, no sea eliminado por los restos de la Inteligencia de Israel y los colaboradores que han quedado de esta operación. Y con su edad es más complicado sobrevivir, aunque ya sepa lo que es hacerlo hasta en dos ocasiones.
Un derrocamiento de la República Islámica probablemente contaría con poco apoyo entre los Estados del Golfo, entre ellos Arabia Saudita, no por simpatía hacia Jamenei, sino por el deseo de seguir siendo un remanso de paz y prosperidad. Eso puede complicar los planes de EEUU e Israel y salvar al ayatolá. Otra cosa es el programa nuclear.
La guerra podría impulsar un cambio en la propia República Islámica, impulsándola hacia un Gobierno de estilo militar, precisamente por replegarse. Bajo la República Islámica, los principales clérigos chiítas ocupan la cima de la jerarquía, marcando las líneas a las que deben someterse el Gobierno civil, el ejército y los servicios de inteligencia y seguridad. Como líder supremo, Jamenei simboliza ese poder clerical.
Un panel de clérigos chiítas tiene la tarea de elegir a uno de ellos como su sucesor. Se han barajado varios nombres, entre ellos el hijo de Jamenei y el nieto del ayatolá Ruhollah Jomeini, padre de la Revolución Islámica de 1979. Algunos candidatos se consideran más intransigentes, otros más abiertos a las reformas. Masoud Pezeshkian, el actual presidente, que llegó al cargo hace un año de forma fortuita tras la muerte en un accidente aéreo de Ebrahim Raisi, es un reformista que dice estos días que estamos ante una «oportunidad de oro para el cambio».
La mayoría de los mandos del Irán de hoy piensan que las concesiones llevan al colapso, así que tampoco hay que echar las campanas al vuelo. Es presumible que haya más peligro, no menos, en un país que no logra equilibrar el clericalismo y el secularismo, la dictadura y la libertad.
Quienquiera que sea elegido, los comandantes militares y de la Guardia pueden ser más que nunca el poder detrás de las togas. La seguridad será clave, sea el Gobierno que sea el que venga en el futuro, porque sus debilidades han quedado expuestas. La supervivencia es siempre una victoria y ahora la ha logrado, pero el coste ha sido alto. El nazam, el orden, está en riesgo.