Cada mañana, miles de palestinos exhaustos, muchos de ellos en ayunas desde hace días, se congregan junto a los puestos de reparto gestionados por la Fundación Humanitaria para Gaza (GHF, por sus siglas en inglés), una organización respaldada por Israel y Estados Unidos. Algunos caminan durante horas desde el norte del enclave; otros empujan carros, cargan niños o llegan en motocicletas. Todos buscan lo mismo: comida. Y cada vez con más frecuencia, muchos no regresan con vida.
Solo este domingo, al menos 81 gazatíes murieron por disparos del Ejército israelí en Beit Lahia, una localidad del extremo norte de la Franja situada a pocos kilómetros del paso de Erez, según datos del Ministerio de Sanidad palestino. Las víctimas aguardaban la llegada de camiones con harina en las cercanías del puesto militar de Zikim. Otros 150 resultaron heridos, muchos de gravedad. Médicos del hospital Al Shifa señalaron que buena parte de los ingresados presentaban heridas de bala en cabeza, pecho o abdomen, incluidos varios menores. La médica de urgencias Noor Sharf subrayaba a la Agencia EFE un patrón que se repite: “En los días en los que hay reparto, la mayoría de las víctimas llegan tiroteadas. En los días en los que no hay reparto, llegan desnutridas o con lesiones por explosivos”.
Reparto bajo fuego
El Programa Mundial de Alimentos (PMA) ha denunciado que el tiroteo ocurrido en Beit Lahia este domingo se produjo pese a las garantías previas del Gobierno israelí de que sus fuerzas no intervendrían en las rutas de los convoyes humanitarios. “El violento incidente de hoy se produce a pesar de las garantías de las autoridades israelíes de que las condiciones de las operaciones humanitarias mejorarían; entre ellas, que las Fuerzas Armadas no estarán presentes ni intervendrán en ningún momento a lo largo de las rutas de los convoyes”, denunció el organismo en un comunicado.
Según el PMA, el convoy, compuesto por 25 camiones de ayuda, acababa de cruzar el paso de Zikim cuando una multitud desesperada se aproximó para intentar conseguir alimento. Fue entonces cuando tanques israelíes, francotiradores y tropas abrieron fuego contra la población civil. “Los equipos del PMA que acompañan a los convoyes no deberían tener que arriesgar sus propias vidas para salvar otras”, advirtió el organismo, que ya no descarta suspender su actividad si no se garantiza la seguridad básica para cooperantes y beneficiarios. “Sin estas condiciones fundamentales, no podemos seguir prestando ayuda vital en toda la Franja de Gaza”.
Las cifras reflejan el alcance del desastre. Desde que la Fundación Humanitaria para Gaza (GHF) comenzó a operar a finales de mayo, casi 1.000 personas han muerto, más de 6.000 han resultado heridas y al menos 45 siguen desaparecidas en las inmediaciones de sus puntos de distribución, según datos del Gobierno gazatí. Estos centros, implantados por Israel para sustituir a la ONU en el suministro de alimentos, cuentan con presencia militar cercana —a veces a menos de dos kilómetros— y seguridad privada estadounidense contratada por la propia fundación. La idea, según el Gobierno israelí, es evitar que Hamás desvíe los recursos. La realidad sobre el terreno, sin embargo, es otra.
Los reporteros que han presenciado la escena sobre el terreno, entre ellos enviados de The Wall Street Journal y The New York Times, describen un panorama caótico y letal: empujones, estampidas, disparos, gas pimienta y escenas de pánico. En más de una ocasión, soldados israelíes han disparado directamente a civiles que se acercaban fuera de las rutas establecidas. El propio Ejército ha reconocido haber usado fuego real, alegando que las aglomeraciones suponían “una amenaza inmediata” para sus tropas. “Si alguien se desvía de la ruta y no se detiene, se considera una amenaza. Se dispara”, confesó un reservista israelí entrevistado por WSJ.
Una operación fallida
La GHF opera en cuatro puntos repartidos por el sur de Gaza, con distribución irregular y capacidad limitada. Las aglomeraciones son inevitables y las fuerzas desplegadas en el entorno carecen de preparación humanitaria. Ni las señales, ni las vallas improvisadas, ni las órdenes por megafonía han evitado que la entrega de alimentos acabe, demasiadas veces, en una carnicería.
En la jornada del 16 de julio, por ejemplo, 20 personas murieron aplastadas en una avalancha al intentar acceder al recinto de Jan Yunis, ciudad del sur de la Franja situada cerca de la frontera con Egipto. El día anterior, otro grupo fue víctima de los disparos de advertencia, según el relato israelí, que provocaron nuevas víctimas. Las estimaciones de Naciones Unidas apuntan a más de 700 muertos desde que el nuevo sistema entró en funcionamiento.
Desde las ONG y las agencias humanitarias, la crítica es unánime. El modelo militarizado impuesto por Israel “contradice los principios de neutralidad, imparcialidad e independencia”, advirtieron en un comunicado conjunto una quincena de organizaciones. “No se puede alimentar a una población civil rodeada de tanques”, resumió gráficamente un alto responsable del PMA.
Hambre, desesperación y parálisis
La crisis alimentaria alcanza ya niveles insostenibles. Según el Ministerio de Sanidad gazatí, al menos 86 personas —76 de ellas, menores— han muerto por desnutrición desde que comenzó la ofensiva israelí hace más de un año y medio. La situación es especialmente dramática en el norte de la Franja, donde apenas entra ayuda. El coste de un kilo de harina supera los 100 dólares, y muchas familias sobreviven con pan y agua. La ONG World Central Kitchen, liderada por el chef José Andrés, ha tenido que paralizar sus cocinas por falta de suministros. “Nos hemos quedado otra vez sin comida en Gaza. Necesitamos rutas seguras y la libertad de movernos para alimentar a la gente”, denunció el cocinero español en un mensaje publicado en redes sociales.
Los convoyes de la ONU siguen entrando con cuentagotas, y muchos ni siquiera logran alcanzar los almacenes. La inseguridad, los controles militares y la escasa previsibilidad han reducido la distribución a niveles simbólicos. “Lo que llega es una gota en un océano de necesidad”, lamentó Tom Fletcher, representante del organismo ante el Consejo de Seguridad.
Israel afirma que ampliará el número de centros de reparto, pero no ha dado fechas ni detalles. Mientras tanto, los muertos se acumulan en torno a los camiones de harina. La comunidad internacional exige cambios. Israel responde con fuego.