Ahora mismo la única forma sensata, casi científica, de conocer todo lo bueno (o mejor) que le sucede al cine español pasa por la conocida como Ley Patricia López Arnaiz. Toda película sumergida en el maremágnum de la cartelera sufre un empuje vertical hacia arriba proporcional al puesto que la actriz ocupa en el rodillo de los créditos. Suena estúpido y hasta Arquímedes está de acuerdo.
La alavesa nacida en Vitoria hace 44 años estrena Singular semanas después de hacer lo propio con Los domingos. Antes fue Los destellos, Nina, 20.000 especies de abejas, la serie Intimidad o Ane. Y así, todos los cines nuevos desde el firmado por Alauda Ruiz de Azúa al de Pilar Palomero pasando por el de David P. Sañudo comparten el ya irrefutable principio.
La cinta de ahora mismo la firma Alberto Gastesi y entre el melodrama y la ciencia-ficción se esfuerza en discriminar el límite exacto en el que la Inteligencia Artificial también se rinde a la más vasca de todas las encarnaciones posible de Katharine Hepburn.
- ¿Cuánto le preocupa o le interesa la IA?
- La verdad es que ni la tengo ni la practico. La veo por todas partes, pero no tengo claro qué es. Eso sí, me llama la atención lo imaginativa y creativa que puede ser la gente con ella. Así, sin reflexionar mucho, me parece una herramienta muy interesante para todo lo que tiene que ver con la creatividad. Pero vamos, entre analógica y digital, soy una actriz plenamente analógica.
- Y lo que se dice de que en un futuro no tan lejano podría sustituir a los actores…
- Creo sinceramente que hay emociones que son inimitables, que no son reproducibles. Singular habla de ello. Lo que nos hace seres singulares es lo que tenemos de contradictorios. Lo único cierto es que a pesar del dolor, de los errores, de las pérdidas, queremos seguir viviendo y amando. Hay una fuerza que nos compele a seguir pese a todo y contra toda lógica que no sé si la IA podría ser capaz de reproducir.
- ¿Y lo que le preguntaba sobre su profesión?
- Imagino que todo lo que puedes programar en una máquina no dejan de ser clichés. Un rubor en medio de la escena jamás lo reproducirá un programa o una máquina. El gozo de este trabajo consiste precisamente en que sea capaz de sorprenderte. Lo interesante es cuando ni tú misma eres capaz de predecir cómo vas a reaccionar. Imagino que tiene que ver con el misterio de ser, en efecto, un ser humano, con su singularidad.
- ¿Y cuál es la singularidad de una actriz que desde 2020 ha ido encadenando películas que, de una forma u otra, por público o por prestigio, podemos llamar de éxito?
- Es raro porque eso tan vaporoso que llamamos éxito es algo que me es completamente ajeno. Quiero decir, que es algo que ocurre, pero en otro lugar, no en mí. Lo veo en que la gente me felicita por la calle o que leo en los medios que me nominan para premios, pero luego voy a mi casa, vuelvo a mi vida normal y no pasa nada, nada ha cambiado.
- ¿Le ha llegado a molestar? Vive en el campo y procura alejarse, por lo que ha manifestado en otras ocasiones, del ruido de la profesión.
- La verdad es que, comparado con otros compañeros y compañeras, no me afecta tanto. Recuerdo que era una de las cosas que más miedo me daba cuando empecé. En una ocasión, mientras rodaba 20.000 especies de abejas, un grupo de personas se me acercaron en el casco viejo de Bilbao mientras desayunaba porque me habían reconocido por la serie Intimidad. No sé. Me entró mucho miedo, empecé a dormir mal y llegué a pensar un plan B. Pero maduras. Ahora hay cosas que vivo con naturalidad que si me hubieran pasado hace cinco años lo habría pasado muy mal. Sé que es algo intrínseco mío, que intento protegerme demasiado, que no vivo las cosas con relajación y naturalidad. Pero, por otro lado, todo lo que sucede está muy bien y es bueno que pase. Solo tengo que asimilarlo. Y en eso estoy. Poco a poco.
- ¿Cómo lleva lo de que la comparen con Katharine Hepburn?
- Es muy curioso. Mi primer profesor de teatro me decía que era una actriz del tipo de Hepburn. No tenía claro a qué se refería, pero acabé por leerme su biografía. Con Singular ha pasado algo parecido. El director me dijo que me llamó después de ver varias películas de la actriz. Me dijo que le recordaba mucho a ella. No sé. Hepburn sufrió mucho y no creo que hablen de eso cuando la gente piensa en ella. En esto del cine se idealiza mucho. Hace poco vi una foto de Marilyn Monroe en su lecho de muerte y ahí te das cuenta lo terrenal y triste que puede ser todo eso que nos venden lleno de glamour y falsa felicidad.
- Habla como si le diera miedo su profesión.
- Miedo no, pero sí tristeza. El mundo del espectáculo o del deporte de élite puede esconder mucha soledad y una tristeza atroz.
- Sea como sea, el logro de Los domingos está ahí. ¿A qué cree que se debe? ¿Se ha convertido la espiritualidad en un bien más de consumo?
- La verdad es que me ha cogido todo en Portugal trabajando y lo único que me ha llegado es que se está hablando mucho de la película. Eso es bueno. Pero no sabría decir por qué. Imagino que tiene que ver con el talento de la directora. Pero no sé. Yo estoy demasiado pegada a la película. Lo único, eso es verdad, es que me sorprenden muchas cosas que se dicen.
- ¿Por ejemplo?
- Me sorprende que se diga que Maite, mi personaje, se comporta como se comporta por venganza. No es eso, simplemente no quiere que el convento herede nada de lo suyo. Es simple economía. Pero no sé, quizá esté reventando algo…
- ¿Y lo de la espiritualidad que le comentaba?
- Sí, el capitalismo convierte todo en un bien de consumo. Recuerdo que en la universidad leí No Logo, de Naomi Klein, y ahí se explicaba muy bien como la publicidad entendió la necesidad de las minorías de verse representadas en los años 70. Lo que empezó como un movimiento de protesta quedó asimilado por el mercado. Con la espiritualidad sucede lo mismo. Lo que surge como un anhelo, una necesidad, acaba convertido en algo más para consumir.
- Por volver al principio y por lo que leí, su familia no estaba muy de acuerdo en verla como actriz…
- No fue tanto así. Mi familia, como todas las familias trabajadoras, preferían que estudiara algo más seguro, algo «con lo que me ganara la vida». Era buena estudiante, no sabía muy bien qué hacer como cualquiera cuando acaba bachillerato y valoré hacer Bellas Artes, que era lo que me gustaba. Iba a ser la primera generación en mi familia en ir a la universidad. Pero no fue lo que se dice un conflicto…
- ¿Y ahora cómo lo ven?
- Mi madre ya dejó de decirme que siente no haberme acompañado. Ya le he dicho que no es así. En realidad, tal y como han pasado las cosas ha sido perfecto. Me siento muy acompañada y apoyada por mis padres que, la verdad, van conmigo a todos los sitios y están conmigo siempre.
- ¿No se siente rara en un oficio de privilegiados, muy poco de la clase trabajadora, como el cine?
- No. Tengo un amigo íntimo que en el instituto, cuando soñábamos la vida que tendríamos, me decía que nosotros somos hijos de obreros y obreros seremos. Para mí, eso no tenía sentido. Nunca me he puesto limitaciones y puedo decir que siempre he acabado por hacer lo que me da placer.
- ¿No cree que la clase nos limite?
- Claro que lo hace. Pienso en la célebre Pirámide de Maslow. La clase nos limita y lo interesante es pelear contra esas limitaciones.
- ¿Se sigue considerando de clase obrera?
- Claro. Soy hija de clase obrera, y me siento súper orgullosa de mis raíces, de mi familia y libre para proclamarlo.
