Noah Baumbach: «Nadie es una estrella como George Clooney por casualidad o por suerte, hay que quererlo de forma voraz»

Nadie puede acusar a Noah Baumbach (Nueva York, 1969) de no tomarse el cine en serio y como un asunto estrictamente personal. Demasiado quizá. Cada una de sus películas, de una forma u otra, arrastra consigo retazos de su propia vida. Era Bergman el que decía que su cine no tenía otro argumento que él mismo. El sueco lo afirmaba un poco por narcisismo, otro poco por modestia (¿se puede saber de algo más que de uno mismo?), algo por oportunismo y probablemente también otra porción nada desdeñable por simplemente nórdico (hay nacionalidades que marcan). «Dios, dame fuerzas para hacer esta película», escribió en mayo de 1957 mientras se afanaba en el guion de Fresas salvajes, «sin miedo, sin mirar de soslayo y sin abatimiento… No sé bien por qué ha resultado precisamente esta película, pero sé que es preciso utilizarme a mí mismo como madera y como hacha, después de todo es el único material del que dispongo». Pues Baumbach, lo mismo.

«Mis padres eran escritores, así que de niño escribía mucho. Escribía obras de teatro y grababa películas con los primeros videocasetes que editaba yo mismo», comenta displicente justo después de presentar su película en Venecia si se le pregunta por el origen de su vocación. Y así hasta que, sin que medie provocación alguna, recuerda una carta que le envió el director Mike Nichols después de ver Una historia de Brooklyn. «Me comentó», sigue, «que mi película le recordó por qué se dedicaba al cine. Y era por venganza. Entendí a qué se refería. No es que quisiera cobrarme ninguna deuda pendiente de alguien ni nada parecido. Simplemente el cine, en mi caso, es la forma de asimilar cosas que me han ocurrido, experiencias de mi vida que en algún momento me han sobrepasado y ofrecérselas a otras personas transformadas en algo bello, en algo con lo que los demás puedan identificarse». Y le creemos.

Sea como sea, si se mira su filmografía hasta llegar a Jay Kelly, su último trabajo, hay poco espacio para la duda. La cinta con la que se dio a conocer en 2005 y que tanto impresionó al director de El graduado hace pie en la angustia que le embargó de niño ante el desmoronamiento del matrimonio de sus padres. Su propia separación de la actriz Jennifer Jason Leigh respira por la herida de una película como Historia de un matrimonio (2019). Se diría que a lo largo de las tres décadas de carrera su filmografía es un extraño paisaje desolado de familias en crisis y artistas en la encrucijada, de relaciones siempre a un paso de todos los precipicios y de personajes esencialmente perdidos.

«Al principio pensé de Barbie era una mala idea, ahora la veo como un milagro»

¿Y qué tiene que ver esta canción tan triste con la historia de Jay Kelly, que no es más que la biografía, o parte de ellas, de un actor enfermo de su propia fama? Pues también. Baumbach no duda en reconocer que lo que le motivó para su último trabajo no fue nada más que, otra vez, la necesidad de vengarse. «Pero en el buen sentido, entiéndase bien», puntualiza. Fue el deseo, casi necesidad, de volver a enamorarsee del cine tras la pésima acogida de Ruido de fondo (2022), su producción más costosa hasta la fecha, la razón de todo esto. «Fue un golpe muy duro», recuerda con un punto no disimulado de amargura. «Estoy muy orgulloso de esa película, pero me costó muchísimo hacerla por muchos motivos, incluido el que se produjera durante la pandemia. Su recepción me hizo dudar de si quería seguir dedicándome a esto». Pausa. «Terminé exhausto. Miraba atrás y me decía: ‘Aquí estoy, he conseguido hacer lo que siempre soñé. Y ahora qué’. No podía resistirme al pensamiento de que quizá era el momento de parar y dejar de hacer películas».

Parte de la cura vino con la escritura de Barbie junto a su esposa Greta Gerwig. Pero la terapia definitiva llegó con la cinta que tras su presentación en la Mostra de Venecia desembarca ahora en la plataforma Netflix. «Mi intención es hacer de Jay Kelly un recordatorio del poder del cine para ofrecernos una vida y un espacio sobre los que proyectarnos. En el cine se reflejan nuestros miedos y aspiraciones… Pero, sobre todo, es su capacidad para hacer feliz a la gente lo que hace que sea un arte tan especial. Dicho así puede parecer ingenuo, pero así lo he vivido siempre», afirma por aquello de consumar su venganza. Madera y hacha, que diría el sueco.

Para situarnos, Jay Kelly es el nombre del personaje que interpreta George Clooney como solo él sería capaz de hacerlo. De hecho, toda la película funciona como un endiablado juego de espejos en el que el espectador es invitado a confundirse. ¿Cuánto de Clooney hay en Kelly y cuánto de Kelly no puede ser nada más que Clooney? No es, por otro lado, la primera vez que el hombre que mejor usa la Nespreso del planeta se divierte interpretándose a sí mismo. Lo hizo en Wolffs acompañado de su colega Brad Pitt dando vida a un tipo muy parecido a Brad Pitt. Antes completó el mismo papel en Viaje al paraíso secundado por una Julia Roberts que, en efecto, cualquiera confundiría con la mismísima Julia Roberts. Y a poco que uno se moleste en unir los puntos, sucede algo muy similar tanto en Ocean’s Twelve como en ¡Ave, César! En la película de los hermanos Coen, donde interpreta otra vez a un actor del Hollywood dorado, Clooney hace de Clooney de manera tan descarada y divertida que bien podría considerarse la primera parte de la que ahora se presenta.

«Vamos a ver», intercede rápido el propio Baumbach para cortar el párrafo anterior de raíz, «Jay no es George». «Eso sí, sentí que mi actor protagonista debía ser una estrella tan brillante y seductora como su personaje. El truco de la película consiste en que el público sienta hacia el protagonista el mismo tipo de conexión que Jay inspira en la película. Y George me pareció perfecto, porque su figura misma funciona a modo de celebración del cine, de todo lo que el cine es capaz de hacer», insiste sin conseguir que le creamos del todo. De hecho, a Jay también se le acusa en la cinta de abusar del recurso de hacer de sí mismo con demasiada frecuencia. Si a eso se le suma la sonrisa ladeada, la madurez exhibida con orgullo y los dientes que brillan más de la cuenta se diría que de no existir Clooney la película no tendría sentido. «Soy consciente del problema. Cuando le entregué el guion a George, éste me dijo: ‘Sabes que te has metido en un problema con esto. Si te digo que no quiero hacer de Jay, solo se me ocurren dos que podrían hacer el papel. Y no creo que puedas pagarles’. Y probablemente tuviera razón», dice el director. Aunque también es verdad, justo es reconocerlo, que las diferencias entre la fabulación y la realidad son notorias. A diferencia de Jay, Clooney ni tiene hijos adultos a los que haya desatendido durante toda su vida ni, que haya transcendido, está inmerso en una crisis existencial oceánica.

«En realidad, lo que me parece relevante del paralelismo entre uno y otro», continúa Baumbach por aquello de zanjar la cuestión, «es que Clooney es un animal en peligro de extinción. Es una estrella de cine a la antigua usanza, pues ha hecho de todo: comedia, romance, acción, ciencia ficción… Ha hecho películas pequeñas, y también películas enormes. No mucha gente puede hacer un vídeo resumen de su carrera que resulte tan variado y poco monótono como él». La referencia corre a cuenta de precisamente el vídeo protocolario que en Jay Kelly, la película, se exhibe en un festival italiano a modo de homenaje a la estrella. Cine dentro del cine o, mejor, películas (en plural) dentro de la película. «Lo que me gustó de incluir ese vídeo es que no es solo una celebración de la carrera de George Clooney o de Jay Kelly, según se mire desde la realidad o la ficción. También acaba por ser una celebración del cine, de todo lo que el cine hace por la gente», concluye el director.

Y llegados a este punto, lo que se discute en verdad es tanto la propia esencia de lo que es ser una estrella, una estrella de cine, como el sentido mismo de la identidad. Pues de eso, y después de dar muchas vueltas, va la cosa; la cosa que es la película y la cosa que es la misma vida. Madera y hacha. «Aquí hay dos cuestiones», retoma la palabra didáctico Baumbach. «A medida que crecemos, todos tratamos de descubrir si la persona que los demás ven en nosotros coincide realmente con la persona que somos. Pero eso, que hasta cierto punto es un problema bastante común, es especialmente radical y hasta traumático en el caso de los actores. Los actores son gente que simulan identidades y tratan de encontrarse a sí mismos en cada personaje que son y no son a la vez». Pausa. «Pero esto es solo la primera parte del problema. Luego está el espectador que se identifica con una estrella y que, de alguna manera, se proyecta y aspira a ser como él. Todo eso es el cine, identidades que se buscan en un espacio único». Queda claro. O quizá no tanto. O tal vez de eso se trata, de que quede claro y confuso a la vez, de ser lo que somos y lo que los demás creen que somos… Y así. «En ese conflicto, que no es más que una búsqueda constante, estamos todos, estrellas de cine y mortales comunes», concluye Baumbach se diría que feliz.

Lo único que quedaría por desentrañar es cómo se llega a ser estrella de cine. ¿Basta con tomar café en cápsulas acaso? «Los actores famosos suelen presumir de modestia y suelen afirmar que nunca persiguieron el estrellato, que la suerte ha sido la mayor responsable. Pero eso no es verdad. Nadie es una estrella como George Clooney por casualidad o por suerte. Hay que quererlo de forma voraz. Quien afirma haber llegado al estrellato sin pretenderlo, miente. Hay que ser despiadado y desearlo mucho», afirma Baumbach por aquello de despejar dudas, refutar mitos y, ya puestos, justificar su película. «Para alcanzar ese estatus tienes que quererlo de veras, aprovechar cada oportunidad que se te presenta y ser implacable. Y, casi siempre, eso tiene un coste», añade. Parte de lo que vemos en Jay Kelly es, en efecto, el recuento de cadáveres después de la batalla. No es que se quiera dar pena, pero tampoco se desea hacer pasar por inocente al que no lo es. Desde la publicista a la que da vida Laura Dern al mánager abnegado interpretado por Adam Sandler, todos son víctimas de esa implacabilidad de la que habla Baumbach. Sin drama, pero sin pausa. La inocencia, decíamos, no es una opción.

¿Y lo de Barbie? ¿Qué hace un director torturado, independiente y con una crisis existencial de caballo permanente escribiendo una película de una muñeca epítome de todas las cosificaciones femeninas?
Greta y yo acabamos de terminar la gira de Historia de un matrimonio y Mujercitas respectivamente. Fue entonces cuando Greta me dijo que íbamos a hacer Barbie. Confieso que no me pareció una buena idea. Así que decidimos, ya que nos habíamos comprometido, hacerla de la manera más libre y loca posible. Ahora lo pienso y creo que fue un milagro que nos dejaran y otro milagro que el público entendiera la libertad y anarquía con las que fue concebida.

Madera y hacha, que diría Bergman.