Por algo lo llaman «el mago». El primer ministro de Israel, Benjamin Netanyahu, estaba hace dos semanas en plena crisis: la oposición elevaba el tono por la guerra en Gaza denunciando hasta crímenes de guerra, las familias de los rehenes en manos de Hamás multiplicaban las protestas reclamando el alto el fuego, sus aliados de la coalición de Gobierno amenazaban con marcharse por el reclutamiento de los judíos ultraortodoxos para el servicio mililtar, le amenazaba un juicio por corrupción y hasta cuajaban en la Knesset (el parlamento) propuestas para acabar la legislatura. Pero se sacó de la chistera lo nunca visto, un ataque a Irán, y todo fue nada.
El líder del Likud llevaba 30 años alertando con que venía el lobo nuclear, en forma de bomba de la República Islámica, el supuesto desarrollo último de sus investigaciones atómicas, una «amenaza existencial» para Israel. Con todo en contra, se decidió a poner el foco en el exterior y a golpear directamente ese programa, en instalaciones suelo iraní, descabezando a la par a la Inteligencia, el Ejército y la Guardia Revolucionaria de su adversario. Cumplía su vieja palabra y, más aún, lograba con los días arrastrar a la guerra a su máximo aliado, los Estados Unidos del presidente Donald Trump, que se supone que estaban a otra cosa, negociando con Teherán precisamente los avances y límites de su uranio enriquecido.
Al final, un alto el fuego ha calmado las cosas, tras 12 días. Aún no se sabe el daño real que han sufrido las centrales nucleares de los ayatolás ni si Israel intentará algo más en un futuro próximo, tras haber apuntado estos días que quiere, directamente, el cambio de régimen y la salida (¿la muerte?) del líder supremo, Ali Jamenei. Y, sin embargo, hay una conclusión clara: Netanyahu resurge de este ataque como un ave fénix, se sacude en parte la imagen de debilidad e ineficacia tras los atentados de Hamás del 7 de octubre de 2023 y gana enteros entre una población mayoritariamente conservadora. Hoy volvería a ganar las elecciones.
«Victoria»
Tras meses, tantos como 20, de guerra en Gaza y de agitación política, con la popularidad cada vez más desplomada y el aislamiento internacional creciendo, el poderoso ataque de Israel contra Irán ha cambiado el semblante de Netanyahu. Apenas se le había visto sonreír en este tiempo al ir a visitar a Trump. Ahora ha vuelto a hacerlo, orgulloso de iniciar una contienda que ha dejado 28 muertos, más de un millar de heridos y 15.500 evacuados en Israel, más 627 muertos y 4.870 los heridos en Israel, en su mayoría en la capital, Teherán.
Su andanada, inesperada por más que llevase décadas avisando con que un día la acometería, puede «redefinir» el legado del primer ministro, coincide la prensa internacional, de AP a Reuters. Durante el permanente ataque aéreo ordenado por Bibi, Israel ha logrado un desgaste significativo de su oponente, su mayor antagonista en Oriente Medio, que como poco ha retrasado meses sus investigaciones nucleares (Teherán insiste en que su empeño es «exclusivamente» civil), ha matado a dos jefes de Estado Mayor, al cabeza visible de la Guardia Revolucionaria, al menos a otra veintena de altos uniformados y una docena de científicos de primer orden, los que justamente han impulsado el programa nuclear de los ayatolás.
Hay daños personales y materiales, aunque por descontado Irán ha protegido bien sus reservas de uranio enriquecido (el combustible que se necesita para una bomba nuclear) y sigue teniendo el conocimiento adquirido en la materia para que otros tomen el testigo a los que faltan. Sin contar con que aún le quedan al menos la mitad de los misiles que tenía antes de la guerra (unos 3.000), que de nuevo pueden atacar Israel de norte a sur.
Pese a ello, Netanyahu se apresuró a proclamar la victoria total el martes, cuando se logró el alto el fuego. «El Estado de Israel ha alcanzado grandes logros históricos y se ha posicionado al nivel de las superpotencias mundiales», declaró. Su tono jubiloso distaba mucho del del 7-O, cuando un ataque sorpresa del partido-milicia palestino de Hamás lanzado desde Gaza propinó a Israel el golpe más mortífero de su historia, tras un escandaloso fallo de seguridad en cadena. Un golpe devastador a la reputación cuidadosamente forjada de Netanyahu como guardián de la nación y provocando un colapso en su apoyo público. Siempre la seguridad como principal promesa, entonces incumplida y ahora recobrada.
Irán ha sido siempre la obsesión de Netanyahu, que mientras iba surfeando los problemas con los palestinos, jugando ahora a negociar nada, a reconocer nada, pero a decir que iba a hacerlo, mientras engordaba los asentamientos en Cisjordania y el este de Jerusalén y mantenía un statu quo que beneficia obviamente a su país. Desde su primer mandato como primer ministro, en la década de 1990, y a lo largo de sus 16 años de gestión casi ininterrumpidos, ha hecho de desafiar el programa nuclear iraní la misión de su vida. Este era su momento.
No ha aportado pruebas de ello, pero ha justificado este ataque en la proximidad de una bomba nuclear iraní, para la que Teherán iba a tener supuestamente material suficiente en unos días, y también en una especie de macroatentado, a semejanza del perpetrado por Hamás desde Gaza. Siempre ha amedrentado a la gente, además, con el poder de los misiles de largo alcance dirigidos a Israel o a los grupos militantes hostiles movilizados por Irán en las fronteras de Israel, el llamado Eje de Resistencia, hoy absolutamente descafeinado: Hizbulá, el antiguo régimen sirio, los hutíes de Yemen, las milicias de Irak…
Así es como Irán se convirtió en un tema recurrente en sus discursos ante el público israelí e internacional. Famosa es su foto en el estrado de la Asamblea General de la ONU, acusando a Irán de desarrollar un arma nuclear con un cartel y un dedo acusador. Todo, mientra su Gobierno guarda silencio sobre su propio arsenal nuclear, nunca reconocido oficialmente, pero que se calcula entre 90 y 400 ojivas.
Netanyahu asumió importantes riesgos diplomáticos para continuar con su cruzada, incluyendo un discurso ante el Congreso de EEUU en 2015, organizado por legisladores republicanos, que enfureció a la administración del demócrata Barack Obama, que ya entonces estaba de salida y llevaba meses con el proceso de paz con Palestina congelado. Durante aquel discurso, el israelí criticó duramente un acuerdo liderado por Washington sobre el programa nuclear iraní, justo cuando los negociadores ultimaban los detalles. Fue un éxito de la diplomacia mundial, avalado por la ONU y la Unión Europea, del que Trump se salió unilateralmente tres años más tarde, en su primer mandato, haciendo suya la denuncia de Tel Aviv de que los ayatolás eran «patrocinadores del terrorismo internacional».
Trump, ahora, le ha dado una mayor relevancia al conflicto al llamarlo «La Guerra de los 12 Días», recordando la Guerra de los Seis Días de 1967, cuando Israel lanzó un ataque preventivo contra los estados árabes vecinos y se adueñó de la península del Sinaí, la Franja de Gaza, Cisjordania, Jerusalén Este y los Altos del Golán, territorios ocupados según el derecho internacional. El relato también importa y el que vende el eje Washington-Tel Aviv es dorado.
Encuestas al alza, con peros
Algunos críticos dicen que fue la concentración de Netanyahu en Irán y los recursos militares y de inteligencia dedicados a él lo que cegó al líder israelí y a su aparato de Defensa y de Inteligencia ante la amenaza que representaba Hamás en Gaza. Pero de eso no habla el gabinete ultraderechista y ultranacionalista. La reciente retórica de Netanyahu ha «borrado por completo el 7 de octubre. Sólo habla de Irán», afirmó la Dra. Gayil Talshir, politóloga de la Universidad Hebrea, en declaraciones a Reuters.
Es más: algunos aliados de Netanyahu han estado impulsando incluso una nueva narrativa para presentar el ataque de aquel día no como un fracaso, sino como una llamada de atención necesaria, que finalmente impulsó a la nación a enfrentarse directamente a sus enemigos regionales, en lugar de contenerlos. «El 7 de octubre salvó al pueblo israelí», declaró Aryeh Deri, socio de la coalición gobernante de derecha, al Canal 14 de televisión. Hubo 1.200 muertos, cabe recordar.
Ahora las encuestas constatan una mejora sensible de su imagen. El Likud, el partido de Netanyahu, ha aumentado su popularidad tras esta guerra, según una encuesta publicada el miércoles por la cadena pública israelí Kan, elaborada 24 horas después del armisticio entre las partes y difundida por EFE. El sondeo muestra que obtendría 31 escaños en el Parlamento israelí si se celebraran elecciones hoy, frente a los 23 que le daba la última encuesta de la cadena, elaborada antes de la guerra, lo que lo convierte en el partido más fuerte del país en este momento, por más que perdería un escaño respecto a los que tiene en la actualidad.
El segundo partido con más respaldo sería Israel Beitenu, del político nacionalista Avigdor Liberman, que obtendría 15 escaños, dos menos que en el sondeo anterior (en la actualidad tiene seis), mientras que el centrista Yesh Atid, liderado por el exprimer ministro Yair Lapid, subiría a 14 escaños desde los 12 previos (su partido cuenta actualmente con 23).
Otros partidos de la oposición, como el socialdemócrata Los Demócratas o el nacionalista Unidad Nacional obtendrían 11 y 13 escaños respectivamente, perdiendo ambos dos asientos en el Parlamento respecto a las encuestas previas. Poder Judío, del ministro ultraderechista Itamar Ben Gvir, se mantendría en 7 escaños. Sionismo religioso, del también extremista y titular del Ministerio de Finanzas, Smotrich, no conseguiría suficientes votos como para conseguir un único escaño.
En total, Kan estima que la coalición de Gobierno actual conseguiría 56 escaños, frente a los 53 en cálculos de la última entrega, preguerra. La alianza gobernante tiene ahora unos 67 escaños de los 120 con los que cuenta la Knesset, por lo que de convocarse elecciones anticipadas el actual Ejecutivo estaría en riesgo, según la encuesta.
Pese a la mejora en su percepción, un 52 % de los encuestados apoya o apoya firmemente que Netanyahu se retire de la vida política una vez termine la guerra en Gaza, frente a un 24 % que se declara neutral y otro 24 % que se opone a su dimisión. Una cosa es que ahora pueda aguantar y otra, que repita como primer ministro. El fortalecimiento es real, entendible cuando hay generaciones que han crecido con el temor a la amenaza iraní, pero puede que también temporal.
En las entrevistas también se preguntó a los israelíes expresamente por el ataque a Irán y su idoneidad y casi el 83% avala al Gobierno, por más que el 52 % dice temer a la República Islámica, asumiendo que es una amenaza para su seguridad. Sobre el éxito de la operación, ante la pregunta «¿Cree que Israel y Estados Unidos han dañado significativamente las capacidades nucleares de Irán?» el 48 % respondió afirmativamente, y el 30 % en negativo. Por otro lado, un 40 % de la población considera que el alto el fuego con Irán no será duradero, frente al 30 % que sí lo cree (y un 26 % que dice no saberlo). El 45 % cree correcto haber puesto fin a la guerra, mientras que un 40 % no está de acuerdo con ello.
Habrá qué ver los acontecimientos de las próximas semanas, si la tregua con Irán se mantiene, si hay alguna nueva crisis con los ayatolás, si avanza algo en Gaza… y si el juicio penal por supuesta corrupción arroja novedades, también, porque esta semana el abogado de Netanyahu ha tratado de retrasar al menos dos semanas su declaración, dilatada una y otra vez por picos de tensión en Palestina o Líbano. Su letrado argumentaba una vez más que debe estar dedicando «todo su tiempo y esfuerzos» en asuntos urgentes de seguridad o diplomacia, pero no ha colado y la Fiscalía se ha negado a atrasar la cita una vez más.
Hasta Trump lo ha arropado en este extremo y ha pedido que cese la «caza de brujas» contra su aliado, que el juicio sea «cancelado de inmediato» o Netanyahu sea «indultado». Una manera nada elegante de atacar el poder judicial de un tercer estado. «Él merece algo mucho mejor y el Estado de Israel también. El juicio de Bibi Netanyahu debería ser cancelado de inmediato o se le debería conceder un indulto a un gran héroe que tanto ha hecho por el Estado. Creo que no conozco a nadie que pudiera haber trabajado en mejor armonía con el presidente de Estados Unidos, YO, que Bibi Netanyahu», dijo Trump en su red social, Truth Social.
Los planes para Gaza y los Acuerdos de Abraham
Sin embargo, la guerra contra Hamás continúa, sin haber podido acabar con sus milicianos y sin recuperar a los rehenes (hasta 250) que se llevaron a Gaza aquel «sábado negro». Se mantiene la carnicería, con más de 56.000 muertos, civiles en su mayoría, y una crisis humanitaria indescriptible. El «Ejército más moral del mundo», como lo llama Netanyahu, tiene hasta orden directa de disparar a las colas en las que los gazatíes tratan de buscar algo de comer. Eso le hace mella el plano internacional, no tanto en el interno, donde sí pesan los secuestrados y el recuerdo constante de sus errores de 2023. Por eso, es probable que aumente rápidamente la presión sobre Netanyahu para que alcance un acuerdo que ponga fin a los combates también en la costa palestiba y garantice la liberación de todos los rehenes restantes.
«Un acuerdo integral para el retorno de todos los rehenes es la necesidad urgente», declaró Einav Zangauker, cuyo hijo Matan se encuentra entre los 20 rehenes en Gaza que se cree que aún siguen vivos. «Los anales de la historia se están escribiendo ahora, aún falta un capítulo: el del 7 de octubre. Netanyahu, la decisión es tuya», escribió en X.
Diversas informaciones periodísticas y declaraciones del propio primer ministro dan cuenta de que, también en este frente, ya empieza a haber movimientos. El diario local de mayor tirada, Israel Hayom, publicó el jueves que Netanyahu tuvo el lunes por la noche una llamada «eufórica» con Trump, en la que también participaron el secretario de Estado norteamericano, Marco Rubio, y el ministro israelí de Asuntos Estratégicos, Ron Dermer, y en la que habrían pactado una salida para Gaza para dentro de sólo dos semanas. Las condiciones son las que siguen: un acuerdo para liberar a todos los rehenes israelíes; la obligación de que los líderes de Hamás dejen la franja y puedan vivir en el exilio; la creación de una coalición de cuatro países árabes para gobernar la franja en lugar de los milicianos (Emiratos Árabes Unidos y Egipto serían de la partida) y ofrecimiento para que los palestinos que quieran irse a terceros países árabes puedan hacerlo.
¿Qué saca Israel a cambio de esto? Pues un reconocimiento «limitado» por parte de EEUU de su soberanía sobre parte de Cisjordania, un territorio internacionalmente reconocido como palestino y sobre el que plantea erigir su estado de pleno derecho un siglo de estos, junto a Jerusalén Oriental y Gaza. En la práctica, Washington ya asume el poder de Israel en los asentamientos, en los que residen ilegalmente unas 600.000 personas, según Naciones Unidas, pero con este paso daría la vuelta a 80 años de resoluciones internacionales y a su propia política exterior, que siempre ha reconocido esta ocupación aunque no haya cargado contra ella ni la haya evitado.
EEUU también ofrece a Tel Aviv que más países árabes se sumen a los llamados Acuerdos de Abraham, impulsados por Trump en su primer mandado, por el que se establecen relaciones con Israel en lo diplomático, lo comercial, lo académico y hasta lo defensivo. Hasta ahora, se han adherido a ellos Emiratos, Marruecos, Baréin y Sudán. La Administración Biden siguió con esta idea republicana y estuvo cerca de lograr el acercamiento clave de Arabia Saudí, pero precisamente evitar su incorporación fue una de las motivaciones de Hamás para lanzar su cadena de atentados.
Netanyahu tendría que comprometerse, según esta información, a buscar la solución de dos estados, el israelí y el palestino, en vecindad pacífica, algo que ya defendió de boquilla en el pasado, para contentar a presidentes como Obama que eran partidarios de ello, pero que descartó públicamente al inicio de su operación sobre Gaza. Sería una decisión polémica, puesto que sus socios radicales en el Gobierno se niegan ni siquiera a plantearla, pero hay una rendija por la que se podría escapar: condicionar esa hora de ruta a reformas en el seno de la Autoridad Nacional Palestina (ANP), para hacerla más transparente y democrática. Siempre puede decir que los cambios no son de su agrado y escaparse del cumplimiento de esa parte del pacto. Habría ganado todo lo demás.
Fuentes del Ejecutivo de Israel han negado que ese fuera el contenido de la llamada. Sostienen que no se planteó esta salida a Gaza y que, de haberse puesto sobre la mesa, ellos no la habrían aceptado. Una manera de eludir el gran problema que le pueden causar esas condiciones con sus socios religiosos y nacionalistas. Otra cosa es que haya nuevos contactos, graduales, dicen.
Y es que la mera posibilidad de pactar en estos términos ya ha causado una oleada de críticas entre quienes sustentan al primer ministro. El ministro israelí de Finanzas, el ultranacionalista y colono Bezalel Smotrich, advirtió el jueves a Netanyahu de que ampliar los Acuerdos de Abraham «no puede ser una fachada» para permitir la creación de un Estado palestino. «Ampliar los Acuerdos de Abraham es algo maravilloso (…) Pero si se trata de una fachada brillante para una amenaza existencial en forma de división del territorio, entrega de territorios al enemigo y el establecimiento de un Estado terrorista palestino veinte veces más grande que Gaza (…) ¡entonces no! Gracias», escribió el ministro en su cuenta de X.
Smotrich se pronunció después de que Netanyahu asegurara horas antes, en un comunicado, que la «victoria» contra Irán suponía una oportunidad para «una expansión drástica de los acuerdos de paz» y asegurase que está «trabajando arduamente en ello». Una puerta abierta a un cambio mayor en la región. «Existe una posibilidad», enfatizó, que no puede ser desaprovechada. «No debemos desperdiciar ni un sólo día», dijo Netanyahu, en alusión también a Gaza. «Señor primer ministro, que quede claro que no tiene ningún mandato. Ni siquiera en una insinuación ni en palabras. Si hay países que quieren paz a cambio de paz, bien; si quieren un Estado palestino, olvídense. No sucederá», amenazó. Y agregó: «Nuestros derechos sobre la tierra no están en venta. Punto», le replicó Smotrich.
No es sólo Netanyahu. El miércoles, el enviado especial de Estados Unidos para Oriente Medio, Steve Witkoff,insinuó que se espera que más países se unan a los Acuerdos de Abraham. «Creemos que tendremos importantes anuncios sobre los países que se unirán a los Acuerdos de Abraham», declaró en una entrevista con la cadena estadounidense CNBC.
La encuesta de la televisión israelí antes citada concluye que un 62 % de los israelíes apoya también poner fin directamente a la guerra con Gaza, frente a un 22 % que aboga por continuarla.
La operación iraní marca un cambio drástico en la posición regional de Israel, que ha evolucionado a un ritmo vertiginoso durante los últimos 20 meses. Durante ese tiempo, las fuerzas israelíes han debilitado gravemente a su enemigo Hizbulá en Líbano, han infligido grandes pérdidas a Hamás en Gaza, han diezmado las defensas aéreas en Siria (donde hasta ha escapado el dictador Bashar el Assad, por razones internas) y ahora han atacado directamente a Irán, una maniobra que antes se consideraba demasiado arriesgada. Cómo no van a hablar de ello los libros de historia, como dice el mandatario israelí.
Algunos analistas afirman que, subido a esta etapa acelerada, adrenalínica, Netanyahu podría intentar sacar provecho de la operación contra Irán convocando elecciones un año antes, aunque el encuestador Barak sostiene que ampliar la escasa mayoría parlamentaria de su coalición tenía más sentido, esto es, atraerse a una base mayor o estabilizar la que tiene (por ejemplo, aliviando la presión sobre los haredim) para que los días pasen. A sus aliados ya les va bien porque los sondeos complican una futura coalición, como se ha visto en la consulta de Kan, Smotrich por ejemplo se quedaría hasta sin presencia en el hemiciclo.
¿Será ese el siguiente truco del incombustible primer ministro de Israel?