Muere Alfonso Ussía, el novelista ‘aristopopular’ contra la España de los nuevos ricos

Wodehouse, Saki, Chesterton, Shaw, el mundo de Arriba y abajo, Jardiel, Tono, Mihura y eso que se llamó el Otro 27 (al que Ussía llamaba «El 27 Simpático»), pero no Ramón Gómez de la Serna porque le parecía un cursi, la poesía satírica popular y la tradición de los versolaris, un poquito de dadaísmo burgués al estilo de Tip, el teatro barroco, Santa Teresa, San Juan, Jorge Manrique, las novelas de aventuras como Las cuatro plumas, Benavente, Ruano, Foxá, Wenceslao Fernández Flórez, Pedro Muñoz Seca, La Codorniz y, por supuesto, Antonio Mingote… Todas esas referencias estaban en el equipaje del escritor Alfonso Ussía, fallecido este viernes a los 77 años.

«Libros. 53 publicados hasta el momento. En Preparación. Al Lado de Don Juan, Memorias de un cazador malísimo. Más de un centenar de prólogos». Así resume la página de internet de Ussía su carrera, como si lo que de verdad importase fuera la cantidad. Es probable que el autor de los libros del Marqués de Sotoancho se viese a sí mismo como un escritor popular, en el sentido más estricto de la palabra. Como a un escritor aristocrático-popular, aunque suene contradictorio, dotado con el talento de llegar a grandes audiencias a través de su autoparodia de las clases altas.

Al principio, Alfonso Ussía publicó poesía en las páginas de la legendaria revista Litoral, cuando era el hijo tarambana de una familia burguesa vasco-gaditana-madrileña, culta y de derechas, monárquica, liberal en el sentido que tenía la palabra durante la Restauración y marcada por el asesinato del abuelo Muñoz-Seca en la retaguardia de la República. La literatura lo llevó al periodismo, siempre necesitado de mano de obra durante la Transición, y la mili lo devolvió a Andalucía, a la tierra de su abuelo idolatrado. Aquella mili fue importante para el escritor: en los permisos, el soldado Ussía se refugiaba en el pequeño mundo de los tíos segundos y los amigos de la familia, de los señoritos de Jerez y del Puerto de Santa María. De ahí nació Cristián Ildefonso Laus Deo María Ximénez de Andrada y Belvís de los Gazules, marqués de Sotoancho. Célibe, anglófilo, bobo, bueno, estoico, soñador, proustiano, un poco misógino pero por timidez, enmadrado, amante de los códigos, feo, católico, sentimental… Sotoancho nació como una broma familiar pero ascendió a la categoría de héroe popular porque a Luis del Olmo se le ocurrió entrevistar a Ussía disfrazado de su personaje en la parte humorística de Protagonistas. El chiste acabó por aparecer en 15 novelas publicadas hasta 2020. Ussía describió el arco narrativo del personaje: al principio apareció como un idiota y, al final, se despidió como un hombre justo, como un verdadero noble.

De la serie de Sotoancho se dijo muchas veces que era el equivalente español de las novelas de Jeeves de Wodehouse. Algo de eso había: las historias de Ussía eran como collages en los que se mezclaban personajes y situaciones absurdas. Tíos abuelos de San Sebastián, enamoradas plebeyas, pretendientes aristocráticas, políticos nacidos para el crimen, nuevos ricos horteras, curas lascivos, madres asfixiantes, criados imponentes como zares… Gran parte del encanto primero de Sotoancho consistió en lo que tenía de autoparodia. Lo mejor de Ussía, tantas veces cáustico en sus artículos, fue un personaje ridículo pero dulce que, en el fondo, merecía nuestra alegre compasión.

Sotoancho estuvo en los medios de comunicación antes que en los libros, decíamos dos párrafos atrás. Y ese es un dato relevante porque la otra gran serie de libros de Ussia, la del Tratado de las buenas maneras, también fue una derivación de sus artículos en los periódicos (Diario 16, ABC, La Razón…). Tratado de las buenas maneras nació, igual que Sotoancho, como un entretenimiento autoparódico, pero, libro a libro, encontró un tema: España se había llenado de nuevos ricos en el periodo 1985-1992 y Ussía quería desvelar su impostura y su esnobismo.

¿De dónde venía el gusto de Ussía por el sarcasmo? Él mismo contó en alguna entrevista que su abuelo Muñoz Seca había sido un escritor humorístico mucho más compasivo que él, menos embriagado en la pelea. Cuanto más periodista era, más tendía Ussía al sarcasmo, dirigido a menudo contra otros escritores de más prestigio y menos éxito. Cuanto más escritor, más compasivo se volvía. Hay un libro más que merece la pena citar, Carpe Diem: Confesiones de un pollo de barra (2016), un collage de memorias y anécdotas en el que la melancolía se adivina por debajo de la mala uva.

«No sólo es un su placer reírse de uno mismo, sino que es una norma de justicia y de elegancia. Si tú te ríes de los demás, te tienes que reír de ti», dijo Ussía en una entrevista publicada en EL MUNDO en 2020. «Eso está muy acreditado en la gran literatura de humor británica, que es la primera por excelencia. Pero España es un país que no tiene ningún sentido del humor. En España, el humor consiste en que sólo hace gracia lo que no le afecta a uno. Este es un país atrabiliario».

Aquel de 2020 era un Ussía melancólico. Había dejado de escribir en sus periódicos de siempre, La Razón y ABC, y todavía no había encontrado el refugio de El Debate. Se sentía abandonado por el periodismo en ese momento en el que los gobiernos de coalición de izquierdas se consolidaban. «Estoy en muerte civil. Y a la espera de que alguien se acuerde que todavía puedo ser útil. En mi salida del columnismo está la mano de Podemos y de Pedro Sánchez, que no quepa ninguna duda. También se me intentó arrinconar en la época de Soraya Sáenz de Santamaría y Pedro Arriola. La diferencia es que ésos lo intentan y éstos lo hacen». No es posible escribir el obituario de Alfonso Ussía e ignorar la manera en que confrontó en sus columnas, sus apariciones en la radio y, en menor medida, en sus libros, a los partidos de izquierdas, desde la época de Felipe González hasta la alianza entre PSOE, Podemos, Sumar y el bloque nacionalista, su otra obsesión. A veces, daba la sensación de que ese desagrado instintivo era una cuestión estética más que otra cosa, un rechazo hacia las sucesivas generaciones de nuevos ricos y gentes vulgares. «Me dolía muchísimo cuando me llamaban ‘facha’ hace unos años. Pero ahora no me importa nada», dijo Ussía en esa entrevista de 2020.

Otras veces, parecía un asunto biográfico. En la última época de su vida, Ussía recuperó y difundió la historia de la ejecución de su abuelo, Pedro Muñoz Seca, detenido en Barcelona y asesinado en Paracuellos en los días del terror tras el golpe de Estado del 18 de julio. «Acababa de estrenar en Barcelona una comedia en el Teatro Poliorama, que se llamaba La tonta del rizo. De hecho, se estrenó el 18 de julio de 1936. Se escondió en la casa de unos amigos de Barcelona, pero uno de los actores sabía más o menos dónde estaba refugiado y lo detuvieron. Lo cogieron, lo llevaron a Madrid junto con su mujer, a ella la dejaron marchar en la estación y a Don Pedro lo metieron en la cárcel de San Antón», contó Ussía en 2019. «Tuvo un juicio popular donde fue acusado de todo, que fue cuando dijo: ‘Me podéis quitar todo lo que he ganado, me podéis quitar a mi familia, pero no me podéis quitar el miedo que tengo’. Y luego, antes de morir añadió: ‘Sois tan hábiles que me habéis quitado hasta el miedo'». España, ha sido a veces un país difícil en el que incluso los dandis chistososo, los hombres que parecían un dibujo de Mingote como Alfonso Ussía, terminaban por revelar heridas íntimas.