Algún día, alguien venderá en un solo volumen Los ilusionistas y Tiempo de vida, de Marcos Giralt Torrente (Anagrama), como dos partes de un todo. ¿Hace falta recordar de Tiempo de vida? Fue la novela más importante de 2010 en España. Antes que Ordesa de Manuel Vilas y a la vez que Mi lucha de Karl Ove Knausgard, Giralt Torrente contó la vida de su padre, el pintor Juan Giralt, un hombre bohemio y errático. Giralt Torrente adoró a su padre de niño, lo detestó de adolescente, lo acompañó en la muerte y se reconcilió con él a tiempo. Los ilusionistas completa ahora la indagación familiar. Es la historia de la familia Torrente, la de su madre, y tiene el aliciente de incluir en el cuadro de personajes a Gonzalo Torrente Ballester, el abuelo del autor.
Y sí, el escritor de La saga/fuga de J.B. aparece en Los ilusionistas como un hombre complejo: sensual, ambicioso, afectuoso, a veces controlador… Es un gigante frágil que, al final no es capaz de cuidar bien de los suyos. Pero hay personajes que importan más en la novela de su nieto. Pesa más Josefina, su primera mujer, la madre de la madre de Giralt Torrente, que murió con 46 años y que es el núcleo del misterio de Los ilusionistas. Y, sobre todo, importan los hijos de la pareja: María Luisa, Gonzalo, Javier y María José Torrente Malvido, cuatro personas cultas, encantadoras y guapas que nunca encajaron en el mundo.
María José se empeñó en vivir de noche, sin teléfono ni televisor. Gonzalo pudo ser un escritor importante, pero se le fue la vida en robar bancos, estafar y entrar y salir de la cárcel. Javier, huérfano entre huérfanos, eligió proletarizarse, entró en el Partido Comunista de los Pueblos de España, se metió en mil negocios y acabó haciendo chapuzas. Hoy, sólo queda viva Marisa, la madre del autor, la mujer que heredó y transmitió el gusto por narrar la vida como una forma de dar estructura a lo que a menudo tendió al desastre.
¿Desastre? «Han sido personajes a veces desastrosos en un sentido pragmático porque no han sabido defenderse. Pero quizá hayan tenido vidas más plenas que mucha gente que sí se adató a lo que se esperaba», aclara Giralt Torrente. «Fue una riqueza crecer con ellos, crecer en una familia que cuidaba tanto la transmisión de su cultura. Pero también hubo fragilidad. Una familia así es un suelo movedizo para un niño. La inseguridad económica me marcó tanto que ha sido mi preocupación obsesiva cuando he sido padre».
¿Qué les pasaba a los hermanos Torrente Malvido para que todo les saliese del revés? Gonzalo Torrente Malvido, Gonga, es el caso más insólito del elenco. «Vivió sin domicilio y sin documentación puede que 40 años. Es un escritor recomendable y eso es lo primero que quiero decir. Hombres varados fue una novela muy moderna, muy cosmopolita, con personajes nada habituales». Torrente Malvido no carecía de herramientas en la vida: tenía encanto, talento, contactos… ¿Por qué no los aprovechó? «Es un misterio. Era un niño travieso, insatisfecho, que no encajaba en El Ferrol, en su entorno de hijos de marinos». En un mundo hiperjerarquizado, Gonga era «un raro que no sabía cuál era su lugar. Para estar a la altura, para algo tan tonto como tomarse el mismo helado que tomaban sus amigos, empezó a hacer pequeños hurtos. Luego, sus travesuras, quizá desmesuradamente castigadas, encallecieron. Gonga se acostumbró al atajo. El esfuerzo que había que poner para llevar una vida normal no le merecía la pena. O no sabía afrontarlo. Creo que ni siquiera fue una decisión, fue algo de lo que no supo salir. Y él salió más perjudicado que nadie».
«En su huida, Gonzalo se convirtió en un impostor y en un embaucador que tenía que conquistar el corazón de otras personas. En muchos momentos, su afecto por nosotros fue sincero. En otros no. Pero así es la vida. Las vidas convencionales también se asoman a abismos así. Nadie es oscuro ni luminoso absolutamente. Por robar un banco, Gonga no era necesariamente peor persona que el banquero», dice su sobrino.
¿Vamos ya con Torrente Ballester? Hay dos ideas interesantes en el retrato del abuelo Gonzalo: su sexualidad desprejuiciada y un poco obsesiva y su ambición literaria, a veces imprudente. «Su padre fue un marino culto, indisciplinado y mujeriego y ese carácter mujeriego tuvo mucho peso en su vida. La importancia del sexo en su vida es muy evidente en las cartas que enviaba mi abuela».
¿Y la ambición? «Torrente Ballester se sentía predestinado al éxito. ¿Por qué perseveró pese a las dificultades? Quizá haya traumas y complejos, una razón de desclasamiento. Él venía de una familia decadente que vivía de sus leyendas del pasado porque eran más confortables que la realidad. Creo que eso lo empujó a encontrar un lugar de brillo en la literatura».
Josefina, su primera mujer, había hecho el viaje contrario. Era la hija de una campesina que se había enriquecido y que quiso hacer de ella una señorita. Y en el contraste con su marido se hace evidente que el gran tema de Los ilusionistas es el desclasamiento: Torrente Ballester anheló el éxito porque le dolía el venir-a-menos de su padre. Su mujer lo adoró porque su sofisticación intelectual aliviaba la inseguridad que sentía por ser una hija de campesina. Y sus hijos vivieron como vivieron porque no sabían cuál era el estatus de la familia de un artista. Los Torrente Malvido tenían el refinamiento de unos aristócratas pero no conseguían encajar en el mundo ni, al cabo de los años, llegar a fin de mes.
«El desclasamiento es un no lugar en el que se encuentran mis personajes. No está tan mal. Da bastante libertad en algunos aspectos y enriquece tu mundo. Pero no funciona bien para sentirnos protegidos», explica Giralt Torrente. «Mi tío Javier fue el ejemplo más claro. Fue el más desvalido en ese desclasamiento. Era muy guapo pero envejeció pronto y mal. Mientras que Gonzalo confiaba su supervivencia a cuidar su aspecto y hasta casi el final fue muy atildado, Javier, quizá por rebeldía, se descuidó. Tenía mal carácter pero era muy bondadoso. Fue, de los cuatro hermanos, el que no supo construir un personaje. Era el más auténtico y el más transparente. Fue el que se quedó más descolocado por la muerte de su madre».
¿Y Giralt Torrente? ¿Cómo lo llevó? ¿Veía a sus tíos con buenos ojos con 25 años, o la mirada compasiva de Los ilusionistas es una conquista reciente? «Creo que tenía una mirada romántica que mi madre me transmitió. Mis tíos no me parecían una pesadez. Había que protegerse un poco de Gonga. No dudaba de su cariño pero sabía que nos podría a vender por nada. Pero mi madre me explicó pronto que la condición humana es compleja».
Y algo más: «Con mi abuelo hay una cálida reconciliación al final del libro», cuenta Giralt Torrente.