Luis Tosar: «Las concesiones que se hicieron en la Transición nos están pasando factura ahora»

Luis Tosar (Xustás-Cospeito, Lugo, 1971) no es tanto un actor, que también, como una forma de medir el tiempo o, aunque la expresión resulte manoseada, hasta un estado mental. ¿Cuántos tosares son necesarios para una vida entera? La vida pasa, pero él siempre está ahí. Tosar es a la vez testigo de lo que ocurre y aviso de los peligros que nos acechan. Forma parte del pasado de cada espectador y algo nos dice que, en el futuro, cuando todas y cada una de nuestras esperanzas hayan claudicado ante la realidad (o la vejez), él seguirá mirándonos desde la pantalla. ¿Cuántos tosares han pasado desde Malamadre, el preso con voz de látigo de Celda 211? ¿Y desde Los lunes al sol? ¿Y cuánto hemos sufrido desde Te doy mis ojos? ¿Cuántos tosares, decíamos, forman una vida entera? Ahora acaba de estrenar Golpes, de Rafa Cobos. En ella da vida a un hijo enfrentado a un hermano que lucha por recuperar la memoria del padre. Se trata de una película que piensa la Transición y desde ella reformula las claves de la memoria de todos a contar desde el momento en el que quizá empezó todo (es decir, la Guerra Civil). ¿Cuántos tosares han pasado desde 1936? ¿Y desde el inicio de la democracia? Sea como sea, y para que no quede duda de su omnipotencia, que también es omnipresencia, pronto le veremos presentar los Premios Goya, unos premios que le han condecorado hasta en tres ocasiones. Tosar y el tiempo.

Entre tanta discusión y homenaje de la Transición a 50 años de la muerte del dictador, ¿qué significa la transición para usted?
Vamos a ver, yo tenía 11 años cuando el 23 F…
¿Y cómo lo recuerda?
Recuerdo perfectamente la tensión en casa. Lo tengo bastante presente. Aquello fue, por así decirlo, el primer momento de conciencia política para mí. Tenía claro, sin saber exactamente por qué, que lo que sucedía era importante. Sucedía en el parlamento que era un lugar que había visto alguna vez en la tele. Insisto tenía 11 años. Pero el miedo de mis padres es inolvidable. Todo el mundo estaba muy pendiente de la tele y de la radio. Era consciente de que pasaba algo y, aunque no lo entendía muy bien, algo me decía que las consecuencias podían ser terribles. Tengo la imagen de ver a la Guardia Civil y a la gente armada. Y entonces pocas bromas con la Guardia Civil, que nada tenía que ver con la de hoy… Y luego recuerdo los chistes que se hicieron, que eran todos malísimos.
¿Chistes?
Sí, los chistes a veces dan una idea de la gravedad de una cosa. Tenía un tío, mi tío César, con una pequeña empresa de construcción y uno de los chistes era muy del gremio. Iban unos obreros al Congreso a arreglar el tejado después de los balazos y preguntaban: «¿Qué ponemos? ¿Tejas?». Y por lo de tejero les decían: «Tejas no, uralita».
Es malo, sí…
De hecho, cuando me lo contaron, no entendía ni el chiste.
La pregunta inicial era por la Transición.
Imagino que lo que ocurre es que durante mucho tiempo ha habido un consenso muy claro que se rompió con el 15-M. Fue entonces cuando muchas cosas salieron a la luz. En realidad, la idea de la transición es un ejemplo de lo que ha pasado siempre con la educación en este país. Nos han adoctrinado mucho y siempre se han mantenido acuerdos de la manera más prudente posible para que las cosas no se rompan. Hay una alergia a la crítica. Con el tiempo te das cuenta de que sí, efectivamente, era un momento muy difícil y se tuvieron que hacer muchas concesiones para que el país avanzara. El problema es que las concesiones que se hicieron entonces nos están pasando factura ahora. La polarización que vivimos en este momento es una consecuencia de aquello. Es como si nos autoconvenciéramos de que para acceder a un bien mayor hay que hacer muchos sacrificios. El problema es que, una vez hechos los sacrificios, el bien mayor prometido nunca llega. En resumen, este país sigue fracturado y hay heridas que la Transición no curó pese a lo que nos contaron y que no logramos curar aún hoy.

«Más que hablar de masculinidad, hay que hablar de feminismo… Pero tampoco podemos los hombres ponernos a dar lecciones de esto»

La película, de hecho, discute la idea de que el tiempo lo cura todo…
Efectivamente. Es falso que aquello de lo que no se habla desparece. El silencio solo empeora todo. Y sí, no es verdad que el tiempo cure nada. En Golpes, los dos hermanos se enfrentan por precisamente esto. Uno quiere desenterrar al padre asesinado en la Guerra Civil y mi personaje es de los que piensa que mejor no remover nada. Este último (es decir, yo) se acopla al sistema, se hace policía y aparentemente se convence de que le va bien. Pero no es así, la crisis en la que vive le puede. Es buena metáfora de lo que pasa. Y luego está esa incapacidad, especialmente grave en el caso de los hombres, de expresar lo que sienten.
Hace poco, David Uclés, el autor de La península de las casa vacías, decía que si no se sacaba a la gente de las cunetas que lo que habría que hacer es convertir las cunetas en lugares sagrados…
Es algo que no llego a entender del todo. Ese empeño por impedir que se haga algo que no parece tan complicado. Además, es humanitario. Lo que exhumar los restos de familiares es algo que tiene que ver con la humanidad y con la convivencia armónica. Y costaría tan poco. No digo que nadie tenga que renunciar a su ideología. Es simplemente convivir con un poco de paz. ¿Qué cuesta sacar a la gene de las cunetas y enterrarla dignamente para que los familiares puedan vivir tranquilos?
Volviendo a lo que comentaba antes de la generación de su padre, en alguna ocasión han comentado que su personaje le hace pensar en, precisamente, su padre y hasta que le sorprendió verse convertido en él en la película…
Sí, es como si todos huyéramos de lo que representa nuestro padre y al final acabamos siendo él. Había algo de mi padre que nos ponía muy nerviosos a mi madre y a mí: el silencio. Y es curioso porque con el paso del tiempo tú también te vas acercando ahí. Y lucho contra eso. Mi padre sufrió mucho por no poder verbalizar lo que le pasaba. Y no era consciente. No sabía cómo hacerlo. Le habían educado en eso, en tragárselo todo, en callar.
¿Esta conversación la ha tenido con su padre?
No. Precisamente por lo que hablamos. Mi padre no es una persona para nada acostumbrada a hablar en general.
¿Habría que completar quizá una segunda transición para desarmar a la masculinidad de todos sus hábitos heredados?
Más que pensar tanto en términos de masculinidad, lo que hay que hacer es pensar en términos de feminismo. Lo que ocurre es que lo que tampoco podemos permitirnos los hombres es ponernos ahora a dar lecciones de feminismo. Hemos sido nos privilegiados desde el principio de la historia y ahora parece que nos arrogamos la lucha feminista. Lo que hay que hacer básicamente es acompañar y luchar por quitarnos las remoras de encima.
Empezaba hablando del niño Tosar que con 11 años vivió el 23-F. Golpes reconstruye el imaginario del cine quinqui que tiene que ver con ese tiempo. ¿Cómo fue de quinqui el niño Tosar?
Tengo claro que mi imaginación nació y creció en la calle donde vivíamos todo el rato. La calle de mi infancia era un mundo de fantasía absoluta. Vivíamos en un barrio que estaba en construcción y que se formaba delante de los ojos. A nuestra alrededor había descampados y fábricas abandonadas que eran casi como castillos para nosotros. Recuerdo que en una de esas fábricas nos detuvo una vez la policía. Era la época del breakdance y nos juntábamos en el cuarto piso de lo que había sido una fábrica de chorizos. Una fábrica de chorizos, cuidado, cuyo gerente había sido el padre de Paloma San Basilio. Para nosotros aquello era Nueva York. Un día estábamos a lo nuestro y, de repente, escuchamos un grito. «¡Alto ahí!». Empezamos a correr y, de repente, escuchamos un disparo. Hacía eco en el edificio vacío. Nos cambió la cara completamente. Tendríamos 12 años. Luego nos explicaron que buscaban a unos ladrones. Pero el susto ya no nos los quitaba nadie. Este es un poco mi pasado quinqui.
¿Sigue teniendo contacto con sus colegas de breakdance?
A alguno veo de vez en cuando. Siguen viviendo por allí.
Cambiando de tema. Según la página web de cine IMDB, ha trabajado en 130 títulos. Le faltan 30 para alcanzar a, por ejemplo, José Sacristán. ¿Le han dicho que trabaja demasiado?
Tengo mucho tiempo libre y me paso meses sin trabajar (La representante pasa por ahí y se ríe).
Ella no le cree.
En muchas de esas películas apenas salgo dos minutos. Se trata de tener una buena agenda para que quepa mucho sin renunciar a tener tiempo libre.

«Los Goya del No a la Guerra siguen siendo testimonio contra un Gobierno que mintió»

¿Qué significa presentar los Goya después de ganar tres y haber sido nominado 11 veces?
Digamos que tengo un marcado sentido de pertenencia a las cosas. Siento que todos tenemos que implicarnos. Pertenezco a la industria del cine y soy miembro de la Academia. He entregado algún Goya y he actuado en la gala un par de veces. Tengo la sensación de que tengo que aportar algo. Y además tengo mucho aprecio a Fernando Méndez-Leite.
¿Sabe que al día siguiente de la ceremonia le van a freír?
Da igual. Uno tiene que saber que haga lo que haga en este país va a ser criticado.
¿Cuál de todas las galas en las que ha participado recuerda con más cariño?
Sin duda, la del No a la Guerra.
¿Por qué? además de por lo obvio.
Bueno, uno puede pensar lo que quiera, pero fue muy fuerte lo que estaba pasando. Y no conviene olvidarlo. Aquella gala fue y sigue siendo un testimonio contra un Gobierno que mintió. Hacerte partícipe de una guerra que no tiene ninguna razón de ser, no creo que sea para pasarlo por alto.