«Lo mejor es que me retire»: ¿Qué está haciendo Biden al año de tirar la toalla?

En noviembre de 2020, Joe Biden pasó a ser un héroe para muchos. Había ganado las elecciones estadounidenses y salvado al país de un segundo mandato de Donald Trump en la Casa Blanca. Hoy, muchos ven al expresidente demócrata de Estados Unidos como un villano, por dos razones fundamentales: porque no hizo lo que prometió y porque lo que sí hizo no fue suficiente.  

Vamos a centrarnos en lo primero. Dijo que sería un presidente «de transición», sabía que habría terminado su segunda legislatura a los 86 años si hubiera ganado, así que avanzó que entregaría el poder a un sucesor con tiempo suficiente para las elecciones de 2024. Pero no lo hizo. No hasta tres semanas y media después de su decepcionante actuación en un debate con Trump el pasado junio en la CNN. A 107 días exactos de las elecciones. Hoy hace justo un año de aquel paso al costado. «Creo que es en el mejor interés de mi partido y del país que me retire y me enfoque únicamente en cumplir con mis deberes como presidente durante el resto de mi mandato», dejó escrito. 

Para entonces, ya era demasiado tarde para que su Partido Demócrata llevara a cabo su proceso habitual de primarias. Biden designó a su vicepresidenta Kamala Harris como su sucesora y la formación, para no romper filas, la avaló, pero con división de opiniones: por el escaso tiempo para prepararla como aspirante, porque había perfiles que gustaban más, porque había veteranos empujando, porque había novatos empujando, porque ella era, en el fondo, una continuación de esa Administración Biden que tan antipática se había convertido para los norteamericanos. 

Lo demás, es historia: Donald Trump recuperó la presidencia con los mejores datos para un republicano en dos décadas y ahí está, con seis meses en el poder recién cumplidos. Todo el mundo, salvo sus más fieles seguidores, creen que este mandato es ya es mucho peor que el primero. Todo lo que Biden logró en su presidencia está siendo olvidado en medio del horror de ver las instituciones democráticas de EEUU atacadas por un líder autoritario, decidido a deshacer las políticas de Biden, especialmente sobre el cambio climático o salud. 

Pasado un año, la pregunta es dónde está ahora el presidente Biden y a qué dedica su jubilación. La respuesta es sencilla: se dedica a vivir sin prisa, algo que no ha hecho casi en su vida, porque entró en política en 1972. Ha salido de un mandato extenuante, en el que tuvo que hacer frente a las consecuencias de una pandemia gestionada desde el negacionismo y el caos por Trump, a la que se sumaron luego, por ejemplo, las guerras de Ucrania y Gaza o la inflación galopante. Le toca reponerse y, sobre todo, curarse del cáncer de próstata que sufre, del que informó el pasado mayo

La vida de Biden es sencilla. Transcurre entre sus residencias de Delaware (la suya de siempre, la que tuvo que registrar el FBI en busca de documentos clasificados que se llevó en sus tiempos de vicepresidente), Santa Ynez (California) y Malibú (también en California, donde vive uno de sus hijos, Hunter, al que indultó poco antes de dejar el Despacho Oval). Se le ve con cierta frecuencia en actos benéficos y culturales, como recaudaciones de fondos de su iglesia local, estrenos de ópera en Nueva York o Washington y alguna exposición. Suele ir acompañado de su esposa, Jill, que fue determinante en su decisión de tirar la toalla y no competir de nuevo por la Casa Blanca. Ella le convenció de que antepusiera su salud, absolutamente puesta en entredicho, a las peleas partidistas. 

Al expresidente se le ve con relativa frecuencia en las redes sociales de sus seis nietos, descendencia de los hijos que le quedan vivos (además de Hunter están Ashley y Naomi; Beau murió de cáncer en 2015). De cuando en cuando ponen vídeos y fotos con su abuelo ejerciendo de abuelo, algo para lo que tenía menos tiempo cuando ocupaba la presidencia de EEUU. 

Aún así, el demócrata no está desconectado de la actualidad y así lo ha demostrado en varias ocasiones. Por ejemplo, viajó en abril a Roma para el funeral del papa Francisco, pontífice con el que coincidió en el poder hasta el pasado 20 de enero. Se le vio en buena forma, con paso firme, junto a su mujer. Además, Biden ha concedido diversas entrevistas en profundidad (la primera, en mayo, con la BBC británica) en las que ha repasado su gestión. 

También ha replicado a Trump ante algunas de sus políticas o declaraciones. El 16 de abril, en su primer discurso fuera del cargo, resurgió feroz, acusando al republicano de haber «destrozado» el sistema de seguridad social norteamericano. «En menos de 100 días, esta nueva administración ha causado tanto daño y tanta destrucción. Es realmente impresionante», sostuvo Biden durante la Conferencia Nacional de Activistas, Consejeros y Representantes por la Discapacidad, celebrada en Chicago. «Disparan primero y apuntan después», alegó. «Quieren destruirlo para poder robarlo. ¿Por qué quieren robarlo? Para dar recortes de impuestos a multimillonarios y grandes corporaciones», añadió durante unos 30 minutos de discurso, en el que a Trump no lo citó más que por alusiones. 

El pasado 5 de junio fue más duro aún, porque calificó de «ridículas» y «falsas» las acusaciones hechas por Trump y su orden de que se investigue la validez de las órdenes ejecutivas e indultos que firmó Biden durante su mandato (2021-2025). El actual presidente cree que el antiguo no estaba en sus cabales, que su nivel cognitivo era precario y que no sabía básicamente lo que estaba firmando, hasta el punto de que le dieron un autopen que firmaba por él. «Seamos claros: tomé las decisiones durante mi Presidencia. Tomé las decisiones sobre los indultos, las órdenes ejecutivas, la legislación y las proclamaciones. Cualquier insinuación de que no lo hice es ridícula y falsa», dijo Biden en un comunicado.

En su opinión, «esto no es más que una distracción de Donald Trump y los republicanos del Congreso, quienes trabajan para impulsar una legislación desastrosa que recortaría programas esenciales como Medicaid y aumentaría los costes para las familias estadounidenses». Aún no ha prosperado esta investigación ni hay pruebas públicas que hayan avalado la afirmación de Trump.

Un cáncer con sombras

El anuncio de Biden sobre su diagnóstico de cáncer de próstata, en primavera, lo pusieron en primera línea de titulares por algo más que lo puramente informativo: reavivó el debate sobre los problemas de salud que enfrentaba el expresidente estadounidense mientras estaba en la Casa Blanca. En su primer comunicado, indicó que supo lo que le pasaba tras consultar con un médico por síntomas urinarios. Tiene además metástasis ósea, lo que complica más el tratamiento. 

Tiene una puntuación de Gleason de 9 (Grupo de Grado 5), lo que en estos tipos de cáncer significa que es altamente agresivo y tiene un alto riesgo de propagación. La puntuación de Gleason se utiliza para evaluar la agresividad del cáncer de próstata, y un 9 indica que las células cancerosas se ven muy diferentes a las células prostáticas normales y están creciendo rápidamente. «Si bien esto representa una forma más agresiva de la enfermedad, el cáncer parece ser sensible a las hormonas, lo que permite un tratamiento eficaz», dijeron los suyos en un comunicado. 

Algunos médicos expresaron su sorpresa por el hecho de que la forma agresiva del cáncer que padece Biden, que se ha extendido a sus huesos, no se hubiera detectado antes. Otros señalaron que los cánceres pueden crecer rápidamente sin que el paciente presente síntomas y que los hombres mayores de 70 años no se someten a pruebas de detección de forma rutinaria. A la primera lectura es a la que se aferra Trump para hacer daño. 

La noticia se conoció en paralelo a la publicación de Original Sin (Pecado original), un libro de los periodistas Jake Tapper y Alex Thompson, que desvela que Biden no pudo reconocer al actor de Hollywood y donante demócrata George Clooney, ni recordar los nombres de sus asesores clave durante su último año en el cargo. Los autores escribieron: «El deterioro físico de Biden, más evidente en su andar vacilante, se había vuelto tan grave que hubo debates internos sobre la posibilidad de poner al presidente en silla de ruedas, pero no pudieron hacerlo hasta después de las elecciones».

El propio actor y director publicó una tribuna en el New York Times en la que, sin citar ese episodio, pedía al presidente que diera un paso al costado para renovar la candidatura. «Esta no es solo mi opinión; es la opinión de todos los congresistas y gobernadores con los que he hablado en privado», explicaba, llamando «amigo» a Biden. A los 11 días de esa publicación, el mandatario le hacía caso. 

La publicidad generada por el libro forzó a los demócratas de alto rango a responder a preguntas sobre por qué no hicieron más para esclarecer las preocupaciones de los estadounidenses sobre la salud de Biden durante su campaña para la reelección. La conclusión es casi unánime: «Fue un error que los demócratas no escucharan a los votantes antes», resume el senador Chris Murphy.

Lo que está por venir

El diario Washington Examiner ha lanzado en estos días un especial en el que trata de resolver las lagunas que generó la decisión de Biden de retirarse tan tarde. Y asume que no puede aún responder a lo que pasó hace un año. 

Pero aún así arroja cierta luz. Expone que fueron los asesores de Biden los que lo forzaron a debatir en la CNN antes de la fecha habitualmente elegida en las preparaciones de las campañas electorales, en un intento de frenar en seco los comentarios sobre la mala salud del presidente aquellas semanas. «Cuanto antes pueda debatir, mejor, para que el pueblo estadounidense pueda verlo a USTED junto a Trump y mostrar la fuerza de SU liderazgo, en comparación con la debilidad y el caos de Trump», escribieron los asesores de Biden en el memorando que le enviaron. Error. Fue justo lo contrario. 

Biden tardó 24 días en tomar la decisión de abandonar la carrera presidencial. ¿Por qué tanto? Porque intentó remontar, con discursos enérgicos y algunas entrevistas. «El presidente se mostró decidido, hasta el final, a resistir las críticas», señala la investigación. La confianza de su familia ayudaba. 

No está claro cuál fue el catalizador preciso de la retirada, el 21 de julio de 2024. Aproximadamente una semana antes, el senador Chuck Schumer (demócrata por Nueva York) se reunió con el presidente en la casa de la familia Biden en Rehoboth, Delaware. Según varios informes, Schumer le pidió personalmente a Biden que se hiciera a un lado, transmitiendo el temor de muchos demócratas del Congreso de que su permanencia en la contienda le diera la victoria a Trump. Su voz era muy respetada en esa casa. No obstante, otros informes sugieren que puede haber sido la presentación de los datos de las encuestas por parte de sus asesores lo que mostró que la mayoría de los caminos hacia la presidencia se habían cerrado para Biden después del debate.

El diario también da cuenta de los tiempos que tardaron los demócratas en avalar a Harris como su sucesora, las dudas de Barack Obama para emprender camino con otro candidato (¿quizá su esposa, Michelle?) o las dudas iniciales de los financiadores del partido, forzados a ir todos a una con la exfiscal por falta de tiempo. Harris, al fin, no pudo siquiera convencer a las mujeres, la parte del electorado que más dañada iba a salir y ha salido de la victoria trumpista. La antigua número dos del Gobierno se ha perdido discretamente, aunque mantiene su batalla en redes sociales y manifestaciones contra las políticas de su adversario. 

El Partido Demócrata, en estas, trata de reajustarse y encontrar su camino. Pasa por una travesía del desierto complicada, tanto por ideario como por liderazgo, con el peso del lastre de Biden a la espalda aún y superado por la avalancha de firmas de Trump, que se espera se aminore en el segundo semestre de su mandato. Entre los nombres que suenan con más fuerza para ser el nuevo Biden o la nueva Harris están Josh Shapiro, el gobernador de Pensilvania; Gavin Newsom, gobernador de California; Gretchen Whitmer, la gobernadora de Michigan; Alexandria Ocasio-Cortez, la congresista-promesa por Nueva York; Pete Buttigieg, antiguo responsable de Transportes con Biden; Wes Moore, gobernador demócrata de Maryland, y hasta la exprimera dama Michelle Obama. Nadie ha descartado tampoco que la propia Harris quiera repetir.