El gigante Jonathan Milan no pudo ni levantar los brazos en la meta de Valence, su segundo triunfo en este Tour, sus pedaladas como martillazos desatando su potencia en el pequeño grupo que quedó al frente, que sorteó una caída de esas que se veía venir, espeluznante bajo la tormenta. Se impuso el italiano del Lidl no por demasiado a Jordi Meeus y los favoritos respiraron de alivio cuando entraban cortados y empapados. Y, después de todo, llegan los Alpes. [Narración y clasificaciones]
Se trató más de una prueba de supervivencia que de una jornada de transición. Así es el Tour. Pogacar y Vingegaard tuvieron que poner todos sus sentidos alerta y a cada uno de sus gregarios a trabajar y proteger cuando la lluvia arreció en el Valle del Ródano, cuando las rotondas ponían los pelos de punta. Justo cuando el pelotón, ya lanzado, pasaba por la flamme rouge, la fatalidad, la montonera, con Girmay y Barthe como ciclistas más dañados, con un grupito de 15 por delante y el triunfo de Milan.
Camino de los Alpes, de la hora de la verdad de este Tour tiranizado por Pogacar, en la víspera de la etapa reina con el Glandon, la Madeleine y el col de la Loze como amenazas, hors categories, el pelotón quiso tregua y sólo la tuvo a medias. De Bollène hasta Valence, atravesando la Vancluse y el Drome, entre viento racheado y tormentas en el horizonte, los nervios se apoderaron de todo.
Porque la lógica dictaba un sprint masivo en la villa natal de Charly Mottet, quizá la última oportunidad para los que quedan, para los que buscan el maillot verde de la regularidad como Jonathan Milan y comprueban cómo los Campos Elíseos, con la novedad de Montmartre, ya no será tan sencillo para el homenaje a los velocistas.
Tras las primeras escaramuzas, en las que quiso ser protagonista el hambriento Iván Romeo, el Lidl y el Alpecin permitieron que cuatro rodadores marcharan por delante (Albanese, Pacher, Burgaudeau y Abrahamsen, el ganador en Toulouse), siempre controlados, incluso durante la tensión y los ataques en la primera cota del día.
En la segunda, justo después de una caída que afectó aparentemente sin consecuencias a Alaphilippe y a Carlos Rodríguez, Wout Van Aert intentó una aventura en solitario, complicado de entender el calentón (no llegó a enlazar con los fugados) cuando le aguarda trabajo para Jonas Vingengaard los días siguientes. Pero el belga, que en la salida neutralizada estuvo a punto de sufrir un feo accidente, es un verso libre.
Llegó la lluvia y la escapada fue muriendo, Abrahamsen fue el que más resistió, hasta que faltaban cuatro kilómetros para Valence, donde Milan, eufórico, con una punta de velocidad de 71,1 km/h, firmó un triunfo de pura supervivencia.