Leonor Watling: «Hubo puertas que se abrieron y no las supe aprovechar. Metí medio pie y volví a casa»

Durante esta semana Leonor Watling y el músico de jazz Leo Sidran han trabajado juntos en un estudio para grabar su primer disco en pareja, la primera grabación de la actriz y cantante desde 2019. Antes de que llegue el álbum, la pareja tocará hoy en el Café Berlín de Madrid.

En el ciclo de escribir música, grabar y cantar, ¿qué es lo que más les gusta?
Leonor Watling. El estudio me encanta porque es un mundo de posibilidades. Todo puede ser, no hay cansancio, no hay seis horas en furgoneta ni prueba de sonido. Pero luego, el concierto…
Leo Sidran. Yo te he visto transformarte; verte como siempre te había visto y, de repente, verte aparecer en el escenario como alguien diferente e impactante.
LW. Cantar en el escenario es estar en el presente más absoluto. No conozco ninguna otra experiencia en la vida en la que sea tan evidente que solo existe lo que estás haciendo. La gente paga por hacer mindfulness y estar en el presente. Eso lo tengo yo en el escenario.
LS. Yo no soy actor, el estudio es mi entorno natural desde niño. Los escenarios siguen siendo un sitio nuevo para mí. Me está gustando tocar en vivo a medida que tengo cosas que decir… Y me gusta mucho componer. No sufro… ¿Recuerdas que etuvimos el otro día viendo una letra que daba algún problema y te dije: «Cambialo, no lo pasaré mal por esto»?
LW. Escribir puede ser una euforia maravillosa. Das con algo y vuelves a casa en una nube. El problema es bajar y descubrir que no es tan bueno lo que has escrito.
¿Es fácil tener un juicio acertado del trabajo propio, saber si la cosecha del día ha estado bien, mal o regular?
LW. Es cuestión de no juzgar inmediatamente, de abrir un canal y dejar que pase un poco de tiempo.
LS. Pero también ocurre para bien: tengo el móvil lleno de canciones que me grabo, que se quedan guardadas y que, al cabo de un año y medio, retomo y funcionan.

¿De qué se conocen?
LW. Conocí a Leo por Jorge Drexler. Íbamos a los conciertos de su padre [el guitarrista Ben Sidran] y después a los de Leo, de modo que me recuerdo en en el Café Central escuchando a los Sidran no sé cuántas veces al año. En la pandemia hubo un vinilo suyo que sonó cada día en casa, era la música para ponernos en marcha… Después empezamos a hablar, a decirnos eso que siempre se dicen los músicos, a ver si hacemos algo un día… En marzo, Leo vino a tocar a Madrid y yo le dije otra vez que podríamos grabar juntos esas mismas canciones. Y Leo, que es maravilloso, dijo «vale, ¿cuándo?». Y en seguida empezó a organizar dónde grabar, a mandar correos sobre el repertorio… Para mí fue un regalazo porque llevaba dos años bloqueada, sin poder escribir, sin sacar nada adelante. Alejandro [Pelayo, su compañero en Marlango] siempre está haciendo música, de modo que Marlango sólo estaba esperando a que tuviera yo algo que contar. Y yo, mientras, diciendo «ahora no, pero el mes que viene seguro que tengo algo». Deprime mucho no poder escribir, te lleva a un sitio del que no sabes salir. Entonces, Leo me ofreció un refugio, me puso a cantar unas canciones que me encantan y que han sido como una balsa salvavidas en alta mar.
LS. Has olvidado que tocamos juntos en Vitoria hace unos años. Y, a lo mejor no lo sabes pero hace 20 años o así vine a España con el grupo de mi padre y tocamos en un festival en Málaga que se llamaba La Música Contada.
LW. Claro. ¿Estabas ahí?
LS. Estaba y me pasaron un disco de Marlango, mucho antes de conocerte. Sabía que eras actriz y que cantabas en inglés y me parecía gracioso porque en esa época yo componía en español. O sea, que llevamos muchos años rondando. Tampoco es que este sea nuestro proyecto para hacernos famosos… Para mí también es un regalo esto. Que a Leonor le gusten estas canciones, que les aporte algo muy nuevo y muy fresco.

¿Que hace que se reconozcan como semejantes? ¿Que una cantante y un guitarrista se gusten?
LS. Que tenga personalidad, que sienta lo que canta y se lo tome en serio… Tampoco hay fórmulas muy fijas. Me gustan cantantes muy malos. Dylan nos gusta mucho a los dos.
LW. De repente, algo te resuena en una voz, parece que te habla a ti. El timbre de una voz puede ser como el olor de una persona, te gusta pero no sabes por qué. A mí no me gustan los cantantes perfectos, me alejan un poco, no me siento invitada por ellas. Puede que sea porque soy unca cantante muy imperfecta.
Ahora todo el arte está mucho más perfectamente ejecutado, pero eso nos causa un poco de tedio. O de miedo al tedio.
LW. Nunca sabes si ese miedo al aburrimiento es generacional, si es cuestión de que todos pensamos que la gente que llegó después no es tan buena como nosotros. Obviamente, no es así. Sí creo que hay un problema de cantidad y de volumen. Hay tanta cantidad de oferta… La limitación en la que crecimos nos ayudaba a formarnos como personas, porque nos llevaba a entrar más profundamente en cada canción.
Cuénteme eso de la desesperación por no tener nada que contar. ¿Le había pasado?
LW. El primer disco en español me costó mucho. No encontraba nada que contar y perdí un poco la fe. Encima tenía a Alejandro al lado que es como una máquina.
Tienen un concierto después de tres días de grabación. ¿Eso no es habitual, verdad?
LS. Nada habitual. Si acaso, lo que se hace es ensayar, hacer un concierto y después grabar.
LW. El concierto añade un sentido a esta semana de grabación. Normalmente, terminas una grabación y te viene un bajón. Esta vez, nos damos una especie de fiesta de despedida.
LS. Antes decíamos que no nos gusta lo perfecto. No pretendemos que el concierto sea algo perfecto, con programaciones, luces, coreografías… Vamos a hacer música y lo que pase será bonito como sea porque los músicos son maravillosos y está bien que haya punto de riesgo y que el público lo sienta.
No sé si Leo sabe que en Madrid está ocurriendo algo relativamente nuevo: el Wizink Center programa tres, cuatro conciertos para 10.000 personas cada semana y este verano hubo 15 o 20 conciertos en estadios de fútbol, con 70.000 espectadores y entradas a más de 100 euros… Hace 10 años era inimaginable. ¿Cómo lo ven desde el otro extremo de la cartelera?
LW. A mí me encanta, me parece maravilloso. El día de Taylor Swift pensé que era muy bonito que el Bernabéu, que siempre ha sido un sitio de testosterona, se volviera de repente una burbuja de purpurina. Me da mucha esperanza.
LS. A mí también. La música ha consegido competir en la oferta de los grandes shows. Mi única duda es que se concentra en el gasto. El señor que paga 180 euros por Taylos Swift se va a quedar sin presupuesto en música para venir a vernos a nosotros.
¿Se han visto alguna vez tocando para públicos muy grandes? No digo como Taylor Swift pero, no sé, ante 40.000 personas…
LS. De niño, acompañaba a mi padre en las giras de la Steve Miller Band, un grupo de rock en el que estuvo algunos años, y me dejaban tocar en los bises. Hoy se consideraría explotación infantil pero me encantó.
LW. Por 40.000 personas no me salen en el archivo. Me acuerdo de cantar con Fito Páez en el Luna Park. Algún festival muy grande he hecho con Marlango. Y hubo un concierto en un auditorio gigantesco en Ciudad de México, no me sale ahora el nombre… Pero no tan grande.
¿Les hubiese gustado?
LW. No lo sé. Lo que a mí me gusta es la otra escala. Creo que sé hacer conciertos así, puedo conseguir que el público venga hasta la música, pero la sensación no es la misma. Pero bueno, también fue divertido vernos en medio de un tinglado enorme, hacer como que éramos estrellas del rock.
Están los dos entre los 45 y los 50 años, a la mitad del camino… ¿Qué tal, están satisfechos con la carrera que han hecho hasta ahora?
LS. Hace un año, más o menos, le dije a a mi padre que a veces me enfado conmigo mismo por no haber tenido más ambición. Pienso que, con el entorno y con el talento entre comillas con el que nací debería haber luchado por estar en proyectos más grandes, por por tener más dinero y más reconocimiento… Y mi padre me dijo: «Yo creo que lo que lo que me estás explicando es una definición de la felicidad. Me estás contando que estás contento y que por eso no tienes más ambición». Y en parte sí, y en parte no, porque a veces me castigo por no haber dado más pelea.
LW. Yo me castigo mucho, tengo épocas de pensar «qué desperdicio todo». No lo pienso todo el tiempo pero sí a veces. Desperdicio en el sentido de que ha habido puertas que se abrieron y no las supe aprovechar, metí medio pie y volví a casa. Pero creo que hay que fijarse en lo que la gente hace y no en lo que dice. A esta edad ya no nos vale decir ‘me habría gustado hacer’, nos tenemos que medir por lo que hemos hecho porque si lo hemos hecho, es porque lo quisimos así. Ir a Hollywood, tener nosecuántos hits… ¿Podría haberlo hecho? No lo sé. Después de Hable con ella hice algunas pruebas en Hollywood para proyectos muy grandes, creo que me veían con una categoría de A lister. Ellos funcionan así, como en la bolsa, te ponen una cotización y la mía era alta… Y no salió. ¿Fue por mala suerte o porque en realidad no lo buscaba? Nunca lo sabes.