Las películas perdidas de Ricardo Bofill y sus amigos: la gran obra de la contracultura española que nadie conocía hasta ahora

Blow Up de Michelangelo Antonioni parece una película hecha para verla con los niños, los sábados después de comer, comparada con dos obras contemporáneas suyas, dos piezas breves filmadas y montadas en Barcelona, olvidadas durante 58 años y reencontradas por casualidad. Esta misma tarde, el festival Documenta Madrid (desde hoy hasta el 11 de mayo en Cineteca Matadero de Madrid) proyectará Imagen de la ciudad y Alucinación arquitectónica, las dos películas hasta ahora inéditas que produjo el entorno del Taller de Arquitectura de Ricardo Bofill en 1967 como documentos de ensayo y manifiesto arquitectónico. Vistos en 2025, los filmes parecen obras de pop art, documentales hiperrealistas sobre la vida en la ciudad, poemas visuales, bromas dadaístas, documentos históricos que explican el despertar de la cultura barcelonesa en los años 70, alucinaciones lisérgicas en superocho, reflejos perfectos de A Day in the Life de The Beatles en las que suena la música Richard Wagner… Es difícil contener el entusiasmo ante Imagen de la ciudad y Alucinación arquitectónica.

«Yo creo que es importante recordar que todo eso está ahí, que todos los medios imaginables están mezclados, pero que están todos supeditados a la arquitectura», explica Ale Garzón, la archivista del Taller de Arquitectura Ricardo Bofill. «Alucinación Arquitectónica se hizo para ser presentada en un congreso de arquitectura en Tarragona. En la primera copia que tuvimos no se podía oír la voz en off que hilaba las imágenes. Cuando pudimos rescatar ese sonido, vimos claro ese sentido».

En resumen, y como documento arquitectónico, Imagen de la ciudad habla de lo que hablaba la discusión teórica de los años 60 y 70. De volver a mirar a la ciudad ya construida y de superar el esquema viejo-nuevo, eficiente-no eficiente. La manera de expresar esa idea consistió en instalar una cámara en un coche. Ricardo Bofill filmaba, su colega Óscar Tusquets conducía. La mirada se levantaba y se fijaba en la ciudad, en las fachadas grises, en el trasiego de la Estación de Francia, en los carteles publicitarios, en la gente que entraba y salía de los negocios, en el césped verdísimo del Parque de la Ciudadela… El viaje tenía contrapuntos bruscamente montados, como si fueran recortes en un collage: discursos de Fidel Castro, imágenes tomadas de los noticiarios y de la cultura pop, escenas en las que la editora Beatriz de Moura y de la actriz Serena Vergano bailaban en el estudio del fotógrafo Oriol Maspons… Vergano era la pareja de Bofill. De Moura, la de Tusquets. Juntos fundaron la Editorial Tusquets.

Alucinación arquitectónica es aún más transgresora. Su primera imagen es la de un camión estrellado. Los niños miran divertidos. Después, aparecen varios primeros planos de Serena Vergano, con el pelo corto, guapa a más no poder. Sus imágenes aparecen intercaladas con las tomas, cámara en mano, de proyectos del Taller como la Muralla Roja de Calpe. La voz de Vergano, con su acento milanés, leía un texto que hoy parece el relato de un viaje de ácido. Dulce un momento, terrible al siguiente. «Todavía estoy buscando una salida. Imposible. No puedo encontrar. Las ventanas, los muros. Son demasiado altos los muros», susurra al final del filme. Peter Hodgkinson, socio del Taller y coautor de la película junto a Bofill y Xavier Bagué, tocaba la batería junto a una flauta. Al parecer, los músicos grabaron el sonido en directo, mientras vieron el montaje, al estilo de Ascensor para el Cadalso.

¿Por qué un estudio de arquitectura producía obras así? «Estuve con Peter el sábado y le pregunté eso mismo. Me dijo que era lo que tenían que hacer«, dice Garzón.

Algunas explicaciones más: el Taller de Arquitectura nació en 1963 como una idea novísima de lo que podía ser un estudio de arquitectura. Entre sus socios había economistas, poetas, actores, economistas… Pero la personalidad dominante era la de Ricardo Bofill, un arquitecto de 34 años que estaba tanto en el lenguaje de la contracultura como en el del lenguaje publicitario y de los negocios, que se interesaba por el pop art tanto como por la ópera y la cultura tradicional, que era un empresario ambicioso pero también un bromista y un coqueto. En su manera de mostrarse ante el mundo y de venderse ante sus clientes, el Taller empleó collages, fiestas, manifiestos y, por supuesto, películas.

«De estas películas sólo teníamos una referencia, unas líneas que les dedicó Óscar Tusquets en Vivir no es tan divertido, y envejecer, un coñazo (Anagrama). Decía que terminaron Imagen de la ciudad una noche, a las mil, justo a tiempo de entregarla al congreso de Tarragona. Y que Bofill le dijo que había perdido la copia en el traslado del despacho desde la calle Nicaragua hasta La Fábrica«, explica Garzón. De modo que su hallazgo fue una sorpresa maravillosa en una caja de cartón.

«Hay más ideas que explican estas películas. Bofill había estado vinculado a los cineastas de la Escuela de Barcelona. Colaboró con Esteve Rimbau, con Carles Durán… Pero creo que fue muy importante la aparición de Serena Vergano en su mundo«, cuenta Garzón. Vergano fue actriz en su país en los mejores años de la industria cinematográfica italiana. Llegó a España para rodar un filme con Paco Rabal y conoció a Ricardo Bofill en una fiesta. Bofill era el único invitado que hablaba italiano y eso hizo que algo encajara en sus vidas. «Serena es una magnífica fotógrafa y es una gran documentalista, pero, sobre todo, es una actriz. Le dio a Bofill una mirada desacomplejada y lo animó a mostrarse como una estrella del rock».

A la vez, Garzón habla del valor profundamente poético que tienen las dos películas que se estrenarán en Documenta Madrid y añade un tema más que está escondido en ellas: la amistad. «Imagen de la ciudad trata de algunos amigos que salen a la calle, se divierten, redescubren la ciudad… Hay algo muy lúdico en la película y, a la vez, no había nada de ligereza en la manera en que trabajaban ni en la que abordaban la realidad. En el Taller había jornadas de trabajo larguísimas, el límite entre la vida y el trabajo estaba muy desdibujado». Igual que el fotógrafo de Blow up pero mejor y aquí mismo.