A falta de 10 vueltas, cuando ya tenía la victoria en la mano, Max Verstappen lanzó por la radio una pregunta que más bien parecía una súplica desesperada: «¿Charles les está alcanzando o no?». Los estrategas de Red Bull, qué remedio, debieron responder con la evidencia. El ritmo de Leclerc era similar al de los McLaren y Lando Norris seguía tercero, por detrás de Oscar Piastri. Un resultado suficiente para proclamarse campeón del mundo en Yas Marina. Tras un extenuante Mundial de 24 carreras, más otras seis sprint races, el título se había resuelto por sólo dos puntos.
Norris lloraba a moco tendido dentro del casco, mientras Verstappen lanzaba mensajes de aliento a toda la gente de Red Bull. Acabar el curso con más victorias, poles y vueltas en cabeza no le ha servido para ceñirse su quinta corona. Pero sólo con llevar al límite a McLaren, con quedar a centímetros de la mayor remontada de la historia, el viaje ya ha merecido la pena. Mejor que nadie lo sabe Fernando Alonso, sexto en la meta, que ya había rozado dos gestas similares en 2010 y 2012. Mientras Carlos Sainz, decimotercero, felicitaba de corazón a Lando, su íntimo amigo.
Norris resolvió el epílogo con la templanza y la categoría propias de un campeón del mundo. Pudo pasarlas canutas en mitad del pelotón, pero supo solventarlo todo con una pericia exquisita. En la última cita del año, una vez más, Verstappen le había llevado al límite. «No hay por qué estar decepcionado. Yo no lo estoy. Podemos sentirnos orgullosos de esta remontada», lanzaba antes de subir al podio. Con la botella de champán en la mano, Piastri pretendía esbozar una sonrisa. Y no le salía. Hace apenas seis semanas, el australiano ya se veía campeón.
La amenaza del ‘undercut’
Pero nada en este campeonato ha querido ajustarse a la lógica. Ni los errores de McLaren, ni las heroicidades de Verstappen. En Yas Marina, por supuesto, también hubo sitio para lo imprevisible. Aún no se habían completado dos vueltas y ninguna estrategia precía ajustarse a lo previsto. Verstappen apretaba a fondo, lejos del alcance de los McLaren, con el sustancial matiz de que su perseguidor ya no era Norris, sino Piastri, el único de los favoritos con neumáticos duros. Ese factor no pesó en el ánimo de Oscar, sin titubeos para dejar atrás a su compañero con un precioso adelantamiento en la curva 9.
Red Bull renunciaba a imponer un ritmo cansino en cabeza, como hizo Lewis Hamilton en la última carrera del Mundial 2016. En realidad, las piezas se le habían ordenado casi solas en el tablero. Pese a la mala salida de George Russell, que había perdido dos posiciones, Norris empezaba a verse agobiado por el acoso de Charles Leclerc.
No lograba el británico distanciar al Ferrari. Mal asunto porque la amenaza del undercut, con una mejora estimada de más de un segundo por vuelta, se cernía sobre él. Más si cabe tras el pit-stop de Russell en la vuelta 15. McLaren respondió tres minutos más tarde con su líder, que montaría también un juego de duros.
Era el momento de la verdad para Norris, forzado a batirse en mitad de un avispero. Conducir con paciencia y precisión en ese interminable tren de coches más lentos. Por el interior de la curva 3, se deshizo de Andrea Kimi Antinelli. Desde ahí, apoyado en su DRS, rebasó sin problema alguno a Sainz, Lance Stroll y Liam Lawson. Ni siquiera el piloto de Racing Bulls, presunto aliado de Verstappen, presentó batalla.
«Dejádmelo a mí»
De este modo, Yuki Tsunoda quedaba como el último dique de Red Bull. «Dejádmelo a mí», lanzó el japonés por la radio. Ese tonito fanfarrón, sin embargo, había que trasladarlo al asfalto. Y ahí tampoco iba a dar Yuki la talla. Camino de la curva 5, Norris salvó el apuro, esquivando por el exterior, casi con las cuatro ruedas fuera de la línea. Por este motivo, los comisarios anotaron el incidente. Podían haber penalizado a Norris por ganar ventaja por fuera de la pista, pero la única sanción de cinco segundos fue para Tsunoda, por efectuar más de un cambio de dirección.
El desamparo de Verstappen, incluso rodando en cabeza, resultaba conmovedor. En la vuelta 24, Red Bull hacía su pit-stop con la eficacia de siempre (2,3 segundos), pero en la pista seguían faltando aliados. No podía contar con Russell, su tradicional antagonista, ni tampoco con Leclerc, a quien Ferrari dispuso un plan de dos paradas. Restaban 18 vueltas para la bandera a cuadros cuando entró el monegasco y de inmediato, para evitar sustos, McLaren hizo lo mismo con Norris.
Tras sus catástrofes consecutivas en Las Vegas y Qatar, la escudería de Woking por fin estuvo a la altura, imponiendo su superioridad. La mecánica y la numérica. Y es que, en caso de imperiosa necesidad, aún contaban con otra baza. Quizá antideportiva, pero a la que hubieran recurrido sin dudarlo. Si Leclerc llegaba hasta Norris y le adelantaba, hubiese bastado con parar a Piastri.
