Si hay un tema presente en la obra de Joaquín Sorolla es su amado mar Mediterráneo. Si el valenciano llegó a la categoría de maestro de la luz fue justamente por cómo pintó esos reflejos dorados sobre los cuerpos desnudos de los niños en la arena, o sobre la espuma de las olas. Sin embargo, Sorolla murió un 10 de agosto de 1923 en su casa madrileña de Cercedilla, lejos de ese sol mediterráneo que tanto le inspiró. Sorolla, de hecho, se fue sin ver cumplida su última voluntad: quedarse para siempre mirando al mar.
Tras cumplirse el centenario de su fallecimiento en 2023, el Ayuntamiento de Valencia «quiere ahora resarcir una deuda histórica» con uno de sus hijos más ilustres, según explica el concejal de Cultura, José Luis Moreno. El consistorio que dirige María José Catalá se ha propuesto volver a levantar el monumento a Sorolla que un día se erigió en la playa valenciana del Cabañal. Allí estuvo hasta que la famosa riada de 1957 se lo llevó por delante.
Algunas piezas desaparecieron bajo las aguas o se perdieron, otras quedaron diseminadas en un radio de varios kilómetros… Las hay que han permanecido olvidadas en algún cementerio o sepultadas en almacenes municipales sin que nadie supiera qué eran exactamente. Se han encontrado incluso restos de columnas en el antiguo cauce del río Turia.
Pero ha sido ahora cuando el Ayuntamiento ha podido certificar la autenticidad de las piezas y la procedencia de los materiales. Con el 60% de las piezas originales localizadas, Valencia quiere reconstruir el monumento que un día homenajeó al hombre que mejor captó los matices de su luz.
«Nuestro objetivo es recuperar el monumento siguiendo el protocolo que se aplica con la técnica de la anastilosis«, explica el arqueólogo Vicent Escrivà, director del Centro Arqueológico de L’Almoina de Valencia. Es decir, se trata de reconstruir de la manera más fiel posible un monumento antiguo mediante la reunión de sus fragmentos dispersos.
El propio Escrivà reconoce que el de Sorolla no es un monumento histórico en el sentido estricto. La razón no es otra que los pocos años en los que estuvo en pie, pues se inauguró en 1933. «La mayoría de los valencianos lo conocemos a través de fotografías históricas, a pesar de que en su día fue un monumento al que la gente tenía mucho afecto», asegura el arqueólogo.
La historia del monumento es también la historia de una vieja amistad y de la locura de dos artistas que se empeñaron en transportar de Madrid a Valencia parte de sus piedras. Francisco Mora fue el arquitecto que diseñó el conjunto de la obra -una tribuna elevada frente a una columnata con vistas al mar-, pero Mariano Benlliure -íntimo de Sorolla- fue el autor del busto en mármol del pintor. El escultor lo cedió al Ayuntamiento para un futuro homenaje a Sorolla, y este es el busto que guarda en la actualidad el Museo de la Ciudad de Valencia.
Su réplica en bronce, situada hoy en la plaza de la Semana Santa Marinera, es en realidad la que en 1933 miraba al mar desde la playa del Cabañal. Los técnicos municipales quisieron preservar la obra en mármol de la corrosión por la salinidad del mar, por lo que será de nuevo el Sorolla en bronce el que regrese en un futuro a la playa. La idea del consistorio valenciano es que lo haga a su emplazamiento original, para lo cual ya se está tramitando el permiso con la Demarcación de Costas. Si no fuese posible sobre la arena, se baraja como escenario alternativo el paseo marítimo.
Una fachada de Madrid
Ahora bien, el resto del monumento, realizado en piedra, integraba materiales del antiguo edificio de la Real Fábrica y Escuela de Platería Martínez de Madrid. «Estas piezas las tenemos catalogadas en el Archivo de la Villa de Madrid y sabemos que son de granito de la Sierra de Guadarrama», destaca Escrivà, quien subraya que para confirmar la procedencia de las piedras se ha trabajado en colaboración con el Instituto Geológico y Minero de España, dependiente del CSIC.
¿Y cómo acabó la fachada de Platería Martínez en Valencia? Erigida a finales del siglo VVIII, en 1918 se decidió demoler el edificio de la Real Fábrica. La ocasión la aprovechó Sorolla, por mediación de su amigo Benlliure, para comprar la fachada. En mente tenía aprovechar sus materiales para construir un palacio de Bellas Artes en Valencia. Como la idea nunca cuajó, fue la Academia de San Carlos la que sugirió que las columnas y basas se usaran en el monumento a Sorolla. Y eso que algunas estaban en un «estado deplorable».
Tras la riada, las piezas acabaron de dispersarse con la «política de adecentamiento de jardines» del área metropolitana que se llevó a cabo en la década de 1980, según Escrivà. A las piedras se les dio otro uso ornamental en parques y cementerios, de donde ahora saldrán para lograr, en los próximos años, que Sorolla vuelva a mirar al mar.