La guerra del cubo, un botín ridículo por el que murieron 2.000 hombres

Habrá que repasar esta Guerra del Cubo para calcular si somos más o menos idiotas que entonces. Incluso igual de idiotas. Por culpa de un cubo de madera de roble murieron 2.000 personas. El caso delata un principio de la idiocia. De todas las guerras del santoral bélico, la que arrancó en noviembre de 1325 entre las ciudades-estado de Bolonia y Módena -la Italia medieval- es una de las imprescindibles en la historia del ridículo. No sale a cuenta tanto desastre por un beneficio tan escaso. El barreño sólo fue el desencadenante. El recelo entre las dos hinchadas en disputa se remonta al tiempo del Sacro Imperio Romano Germánico, donde todo el mundo conocía a los partidarios del Papado como los Güelfos (ciudadanos de Bolonia) y a los partidarios del emperador les decían Gibelinos (establecidos en Módena). Entre una cosa y otra llevaban 300 años deseándose mutuamente un destino aciago.

Por algún lado había que descongestionar tanto odio. Y así unos soldados de Módena se colaron en la ciudad rival y acordaron dar un golpe que empujase a las autoridades de Bolonia (y a sus habitantes) a perder los nervios. Buscaban hacer daño donde más podía doler y ese es parte del problema de las guerras más idiotas del mundo: el daño de ardor bufo. Los infiltrados robaron el cubo de roble del pozo principal de la plaza más importante del territorio, cerca de la Porta di San Felice. Cometieron el ultraje en la noche. Cuando los primeros boloñeses se percataron de la falta del balde, después de mil aspavientos y de aullar sin consuelo por la puta cubeta, un comunicado de los de Módena desató la tremolina. Reconocían haberlo secuestrado. En Bolonia todo saltó por los aires: había que vengar ferozmente el ultraje. Así empieza una guerra. Por cuestiones de tal miseria se abalanzan unos contra otros hasta matarse. Las autoridades boloñesas reclamaron la devolución del botín sin demora ni concesiones. Los de Módena, en respuesta, armaron las ballestas e inventaron la refriega cubista.

Miles de hombres de Bolonia y Módena se ajustaron la cota de malla, un gambesón para soportar mejor la armadura parcial o completa, un bacinete de pico de gorrión o un yelmo. También botas de cuero reforzado con placas de metal. El ejército boloñés estaba integrado por compañías de mercenarios liderados por un condotiero, más o menos un militar en régimen de autónomo contratado para un servicio concreto. Estos eran más eficaces que los ejércitos locales, quizá por falta de escrúpulo. Había que amortizarlos pronto porque tenían muy bajo el umbral de la lealtad. El ejército de Módena, por otro lado, representaba una mezcla de fuerzas feudales y milicias urbanas (sea lo que sea una urbe del siglo XIV). Tenían una capacidad de combate mayor por las unidades de caballería con arqueros y además también contrataban mercenarios para tareas especializadas como asedios o batallas campales. Presentadas las dos partes, el lío resultó grande.

Algunos historiadores y un poeta echan abajo la ridícula idea del cubo como detonante, pero la historia no siempre aloja ciencias exactas. El poeta es Alessandro Tassoni (1565-1635). Un par de siglos después del enfrentamiento escribió el poema La secchia rappita [El cubo raptado], texto que otro siglo y medio más tarde desde su publicación también daría impulso a un dramma heroicomico en tres actos con música de Antonio Salieri y libreto de Gastone Boccherini. El poema es malo.

Desatado ya el frenesí de la guerra, todo fue a peor y un par de miles de soldados murieron en la refriega donde se vengaban en verdad rencores de seis generaciones precedentes. Más o menos el ritual de lo habitual en los conflictos enquistados. Para los boloñeses el rapto del cubo era una afrenta intolerable. Exigieron su puesta en libertad, pero los de Módena se echaron a reír. Los humillados movilizaron 30.000 hombres. Los modenenses, aún a carcajadas, lo dejaron en 7.000. Los ganadores persiguieron a los vencidos hasta las mismas puertas de Bolonia. El número de cadáveres ya lo sabemos. Y fue para nada. Los captores se quedaron con la prenda, la pasearon boca abajo en la punta de un pendón como signo de victoria y lo exhibieron en lugar preferente para entusiasmo de la gente.

Desde 1325, un sucedáneo del cacharro se conserva en Módena. Hace tiempo que la réplica ocupa una urna en el Palazzo Comunale de la ciudad. Hoy es un atractivo turístico de primera calidad. Un cubo de madera de roble. Güelfos y Gibelinos se enzarzaron sucesivamente, pero al haber alcanzado tal cota de lisergia las contiendas siguientes empezaron de la manera tradicional: un desafío, una declaración de guerra, una carnicería.

De vuelta al asunto italiano del quatroccento conviene también dar noticia de que el verano de aquel año de 1325, antes del día del gran disgusto, los boloñeses hicieron dos incursiones fuertes en zona enemiga arrasando pueblos y cosechas. Lo que nadie esperaba es que recibiesen un escarnio tan elemental que podría ser incluso sofisticado. No hay guerra ni muertos en guerra que dispensen una lección duradera para quienes llegan después. Siempre es posible ser más asesino igual que siempre es posible ser más estúpido. La Guerra del Cubo es un ejemplo extraordinario.