La generación perdida de Gaza: los niños sin presente ni futuro no son ‘fake news’

Israel ha dejado clara esta semana su apuesta, progresiva pero firme: la de tomar Gaza por completo. Lejos de abrirse al menos a una entrada de ayuda humanitaria digna de ese nombre, sigue con el cuentagotas de camiones, que no resuelven la hambruna. No cede a la presión internacional, escasa durante toda su ofensiva, desde octubre de 2023, pero algo más intensa a raíz de la sucesión de muertes por inanición, principalmente de niños. Hasta se ha sabido que el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, gritó al primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, por ese tema. Bibi le insistió en que lo del hambre son «fake news» y el republicano le tuvo que decir que su gente le había dado muestras de lo contrario. 

Pues igual que hay pruebas de que hay gazatíes muertos por inanición, aportadas por la prensa palestina, ONG locales e internacionales y hasta agencias de Naciones Unidas, las hay de que ese no es, ni por asomo, el único problema que afronta la infancia palestina. Hablamos de una generación perdida en Gaza, son niños más de 18.000 de los 61.000 muertos en estos meses o que, si mantienen la vida, malviven: sin alimentos ni agua, sin sanidad, sin educación, sin casa, sin familia, sin ocio ni juegos. 

Tras la geopolítica y los cambiantes frentes de batalla, está la tragedia más silenciosa y devastadora, la de unos menores que crecen en medio de la violencia, el trauma y la privación, niños de la guerra con el presente y el futuro destrozados. Como lo define Save The Children, Gaza «es un cementerio de niños y de sueños». 

Los muertos 

El pasado 17 de julio, en una intervención ante el Consejo de Seguridad de la ONU, la directora ejecutiva de UNICEF, Catherine Russell, afirmó el millón de niños de Gaza enfrenta «un inmenso sufrimiento». Un millón sobre una población de 2,3 millones antes de la guerra, lanzada por Israel tras los atentados de Hamás del 7 de octubre de 2023, que dejaron 1.200 muertos y 250 secuestrados. Todos, absolutamente todos los infantes de Gaza están afectados por la guerra y sufrirán secuelas de por vida, dijo ante los miembros de un organismo que no ha hecho nada por frenar la barbarie. 

Según sus datos, una media de 28 niños mueren diariamente en Gaza, rozando los 18.000. Eso equivale a una clase entera de críos. Llegan a cien si se les suman los heridos. Bombardeados, víctimas de la artillería y la metralla, de la inanición y las restricciones de ayuda. No obstante, la cifra es muy conservadora: UNICEF cree que la de menores pueden llegar a ser 50.000 y el dato ya se ha quedado viejo, porque lo difundió en mayo. «Más que nada, estos niños necesitan un alto el fuego», reclamó Russell. Para aquellos que sobreviven, la infancia ha sido reemplazada por una lucha diaria por las cosas básicas de la vida. En la franja mediterránea, todas las convenciones internacionales que se supone que protegen a los menores de 18 años son papel mojado. 

Ahora, la cara más visible de la muerte es el hambre. De julio 2024 al mismo mes de 2025 se registraron 791 casos de desnutrición aguda grave (su forma más mortífera) de niños de cero a 10 años, dijo a EFE el Ministerio de Sanidad gazatí. La Organización Mundial de la Salud (OMS) sitúa en 320.000 niños -toda la población de menos de cinco años- como susceptible de padecerla. El dato se ha cuadruplicado en dos meses, según la Agencia de la ONU para la Infancia (UNICEF). Los muertos por hambre en alcanzan los 188, casi 100 de ellos menores de edad, según Hamás, que aún controla el Ministerio de Sanidad.

Además, el mismo organismo calcula que cerca de 300 menores han nacido y han muerto durante el conflicto. Sólo han respirado bajo la operación Espadas de Hierro y sus derivadas. Las leyes de la guerra vetan el daño a todos los civiles, pero es que en el caso de estos niños se han dado situaciones especialmente escalofriantes, como cuando el 10 de noviembre de 2023 las fuerzas israelíes irrumpieron en el Hospital Infantil Al Nasser, en el oeste de la ciudad de Gaza, obligando al personal médico a evacuarlo, bajo fuego enemigo. Los soldados se negaron a evacuar a los bebés prematuros ingresados, lo que provocó la muerte de cinco bebés. Sus cuerpos fueron hallados en sus incubadoras y camas. Se les había cortado el tratamiento vital.

Los nacimientos también vienen marcados por la muerte y la violación de derechos esenciales. El Fondo de Población de las Naciones Unidas (UNFPA) sostiene que en la primera mitad de este año, sólo se registraron 17.000 nacimientos en Gaza, lo que representa una disminución del 41% en la tasa de natalidad de Gaza con respecto a los últimos tres años. «Toda madre e hijo merecen el derecho a un parto seguro y un comienzo de vida saludable. Lo que presenciamos es una negación sistemática de estos derechos fundamentales, que lleva a toda una generación al borde del abismo», declara Laila Baker, directora regional del UNFPA para los Estados Árabes. 

Las complicaciones tratables durante el parto se convierten en muchos casos en sentencias de muerte, llevando a lo «incomprensible» la «magnitud del sufrimiento de las nuevas madres y sus bebés». Incluso antes de nacer, de llegar a las ambulancias atacadas, los hospitales hundidos y los quirófanos sin medios: ni ecógrafos, ni incubadoras ni kits de maternidad que valgan. Hay 50.000 embarazadas doblemente aterrorizadas en Gaza. 

Amputados y solos

Más allá de la muerte, aplastante, está lo que queda en vida. Ya en diciembre de 2024, Philippe Lazzarini, comisionado general del Organismo de Obras Públicas y Socorro de las Naciones Unidas para los Refugiados de Palestina en Oriente Próximo (OOPS), advirtió de que en Gaza se daba una «pandemia de discapacidades» debido a la guerra en curso. Ha llovido desde entonces y todo está peor. «En la actualidad, Gaza tiene el mayor número de niños amputados per cápita del mundo: muchos pierden extremidades y se someten a cirugías sin siquiera anestesia», sostiene. La oficina de prensa del Gobierno de Gaza informa de que cerca de 7.000 personas han sufrido amputaciones y el 18% de ellas son niños.

Hasta que llegan a las amputaciones incapacitantes, los menores tienen que pasar por un sufrimiento atroz. Como el resto de los gazaríes, enfrentan un sistema sanitario arrasado: de los 36 hospitales de la franja, sólo la mitad, 18, funcionan parcialmente, según datos de la OMS. La falta de suministros hace amputar un brazo o una pierna sea una operación hecha a cara de perro, sin anestesia prácticamente, como denunciaba el anestesista español Raúl Incertis, recién llegado a casa hace unos días. 

Explica que tenía que atender a los pacientes en el suelo por falta de medios y que, en el caso de los niños, compartían hasta tres la misma camilla. A la hora de realizar operaciones quirúrgicas, también sufrieron recortes: «Solo teníamos ibuprofeno intravenoso para el dolor posoperatorio. Se acabó el fentanilo, por lo que hemos hecho operaciones con muy poca morfina y reutilizando jeringuillas», describía. «Tenía que atender a niños con el cuerpo desfigurado por la explosión, porque la metralla les ha arrancado partes del cuerpo, desde un mes de edad, hasta muchachos de 15 o 16 años», explicaba.

Amputaciones, parálisis, traumatismos craneoencefálicos, pérdida sensorial… Consecuencias de la guerra que se suman a la incapacidad de los niños con enfermedades mortales o crónicas, del cáncer a la insuficiencia renal, a los que no se les da permiso para salir de la franja a tratarse en el exterior, salvo excepciones, como los llegados a España la semana que viene

El pan de cada día en vidas que empiezan y que no han vivido más que un bloqueo permanente y ofensiva tras ofensiva, desde que Hamás ganó las elecciones y tomó el poder en 2007, ninguna como la actual. 

Si los niños sobreviven, si salen de una operación de las características de las citadas, queda la vida con otro cuerpo, con otra memoria y, en muchos casos, sin familia, porque hace un año (con todo lo que ha pasado en estos 12 meses), Hamás afirmaba que más de 500 familias palestinas habían sido eliminadas por completo por Israel. La Oficina Central Palestina de Estadísticas sostiene que más de 39.000 niños palestinos han quedado huérfanos de padre, madre o de ambos en medio de la campaña, lo que marca la «mayor crisis de huérfanos en la historia moderna». Hay aproximadamente 17.000 niños ahora están completamente sin cuidado y apoyo familiar, añade el mismo informe. 

El Comité sobre los Derechos del Niño indica, además, que al menos un millón de niños y niñas han sido desplazados y 21.000 han sido dados por desaparecidos.

Imposible crecer

La infancia es también el tiempo en el que los niños se preparan para crecer, para ser adultos funcionales, útiles para su comunidad, personas formadas, trabajadoras, pensantes, conocedoras de los rudimentos básicos para progresar. Se llama educación y eso hoy, en Gaza, es un imposible. Por muy meritorios que sean los intentos de la UNRWA, la Agencia de la ONU para los Refugiados Palestinos, que tiene programas en una cincuentena de escuelas-refugio para mantener cierta actividad académica, del arte al deporte, está completamente paralizada. 

El Artículo 28 de la Convención sobre los Derechos del Niño establece el derecho a la educación y obliga a los Estados partes a asegurar la educación primaria gratuita y obligatoria para todos, fomentando el desarrollo de la enseñanza secundaria y haciendo que la enseñanza superior sea accesible para todos. Además, se enfatiza la importancia de la disciplina escolar compatible con la dignidad humana del niño y se promueve la cooperación internacional en educación para combatir la ignorancia y el analfabetismo.

Tras casi dos años de conflicto, eso parece olvidado si respecta a los niños gazatíes, con el 90% de los centros educativos destruidos o dañados y los centros de la UNRWA, salvadores en tiempos de bloqueo, ahora es donde malviven los desplazados. No queda en pie ni una universidad (aunque eso no afecte a los menores, sí a su porvenir). «Cuanto más tiempo los niños permanecen sin escolarizar, más difícil les resulta recuperar el aprendizaje perdido y más propensos son a convertirse en una generación perdida, víctimas de la explotación, como el matrimonio infantil, el trabajo infantil y el reclutamiento en grupos armados», declaró la directora de comunicaciones de UNRWA, Juliette Touma. 

Israel insiste en que ataca los centros educativos porque son usados por Hamás y otras milicias palestinas para salvaguardar a sus dirigentes y esconder arsenales, «usando a los civiles como escudos humanos», en palabras de las Fuerzas de Defensa.

En el curso escolar que debía terminar en junio, iban a matricularse 625.000 críos gazatíes, además de otros 58.000 niños de seis años, que se iban a estrenar. Nada más lejos de la realidad. El hijo de Umm Zaki, Moataz, de 15 años, debía comenzar el décimo grado, pero el día del inicio de clases se despertó en su tienda de campaña en Deir al-Balah, en el centro de Gaza, y lo enviaron a buscar un recipiente con agua a más de un kilómetro de distancia. «Normalmente, un día como este sería un día de celebración, viendo a los niños con el uniforme nuevo, yendo a la escuela y soñando con ser médicos e ingenieros. Hoy, solo esperamos que la guerra termine antes de perder a ninguno», declaró a Reuters la mujer. La vida dada la vuelta, y así volverá a estar en septiembre si no llega un alto el fuego, que es lo previsible. 

Los niños de Gaza viven en una tierra vieja y sabia, pero ellos se quedan atrás. No por inteligencia o falta de voluntad, sino porque se les niega la herramienta esencial para crecer. La mitad de la población, que es la que tiene menos de 18, no puede avanzar porque su entorno está hundido y también sus mentes, por lo que han presenciado. Es el otro gran lastre de esta generación: el de la salud mental. El secretario general adjunto de Asuntos Humanitarios de las Naciones Unidas, Tom Fletcher, detalla que «un millón de niños necesitan apoyo psicosocial y de salud mental por depresión, ansiedad y pensamientos suicidas». Lo dijo ante el Consejo de Seguridad, de nuevo, para que nadie diga que no sabía. 

«Niños han sido asesinados, han muerto de hambre y congelados. Han quedado mutilados, huérfanos o separados de sus familias», recordó Fletcher en una sesión sobre la difícil situación de los niños en Gaza que pasó sin pena ni gloria, en enero. Tan dura su existencia que ni un alto el fuego inmediato lo arregla. Y es que los efectos de la guerra en la infancia son devastadores y de largo alcance. Uno de los problemas más alarmantes es la pérdida del habla, un trauma que puede manifestarse como mutismo selectivo o pérdida total de la capacidad de comunicarse, ya que los menores recurren al silencio como un mecanismo de defensa. En sus dibujos, en cambio, lo muestran. 

Además, más del 50% de los niños y niñas en Gaza presenta signos de trastorno de estrés postraumático (TEPT), ansiedad o depresión, según la Organización Mundial de la Salud. Sin tratamiento, estos problemas de salud mental pueden afectar su desarrollo emocional, social y académico. 

Al lastre del horror vivido se suma el radicalismo creciente, una consecuencia clásica de los entornos bélicos. Eso no lo avisa la OMS, sino los libros de Historia. Quien siembra vientos, recoge tempestades. La reconstrucción, el siglo que llegue, tendrá que ser mucho más que física.