La cita de Putin y Trump: entre el acuerdo y la victoria, entre el compromiso y la trampa

Será la semana que viene. No se conoce el día, porque los preparativos no son sencillos. No se sabe el lugar, ya pactado pero mantenido en secreto. ¿Quizá Emiratos Árabes Unidos?. Pero el presidente de Rusia, Vladimir Putin, y su homólogo de Estados Unidos, Donald Trump, van a verse cara a cara. Al fin. No es una cita menor: los líderes de Moscú y Washington no se encuentran desde junio de 2021 y han pasado muchas cosas desde entonces. Sobre todo, que Putin ordenó su «operación militar especial» sobre Ucrania, en febrero de 2022, y desde entonces lleva a cabo una invasión feroz sobre un país soberano e independiente. Poner paz en este conflicto es la principal meta del encuentro. Elevada, sí. Imposible, no. 

Las partes esperan que sea una conversación «exitosa y productiva», en palabras del asesor del Kremlin para política internacional, Yuri Ushakov. De momento, ya supone un hito, tras seis llamadas telefónicas entre ambos mandatarios desde que el republicano retornó a la Casa Blanca, en enero pasado, y echó a rodar un improductivo proceso negociador que sólo ha dejado, por ahora, liberaciones cruzadas de presos. 

Estamos en otra fase: los inicios melosos de Trump con Putin, acatando todas sus exigencias y relegando del debate al presidente de Ucrania, Volodimir Zelenski, y a sus aliados europeos, han dado paso a un enfado formidable del norteamericano con el ruso, por hacerle perder el tiempo, por jugar al despiste, por ganar días y semanas y meses sin comprometerse y por recrudecer sus ataques contra Ucrania, especialmente los aéreos (misiles y drones) y especialmente contra civiles (se llama crimen de guerra). 

El anuncio llegó un día después de que el enviado de Trump, Steve Witkoff, mantuviera nuevas conversaciones con Putin en Moscú, en un contexto en el que ya Trump no acepta largas: ha amenazado con sanciones por los «repugnantes» y «vergonzosos» ataques rusos, ha impuesto aranceles a los países que compran su petróleo o su gas (como India) y ha planteado un ultimátum de 50 días que al final ha rebajado a diez. El dead line es este viernes, 8 de agosto. La ventana abierta que supone la reunión de la semana que viene permite estirar algo más los plazos de espera, quizá, aunque Trump ha dicho este viernes que «dependerá» del propio Putin. «Veremos lo que tiene que decir. Pero dependerá de él», remarcó. Nadie sabe hasta cuándo, en qué momento podemos pasar de calificativos como «loco» a «amigo». 

Días de vino y rosas

Trump podrá decirle frente a frente a Putin que está «muy decepcionado» con él, como repite en las últimas semanas. Su paciencia «se está agotando», amenaza. Sin embargo, no empezó así esta relación. El magnate prometió en la campaña electoral acabar con la guerra de Ucrania «en 24 horas» y sus primeros intentos para lograrlo arrancaron en febrero y marzo, con la mediación de Arabia Saudí. Sus primeros movimientos con Moscú congelaron la sonrisa de los esperanzados: no, no buscaba una paz justa y duradera, sino una paz-imposición, rápida, que le evitara perder el tiempo en el flanco europeo (no le importa, su atención está en el Indo-Pacífico). Por eso, en las primeras semanas de tanteo, entre los dos había química, no choques

En febrero, EEUU se alineó con Rusia en las Naciones Unidas, oponiéndose a una resolución elaborada por Europa que condenaba la «agresión» rusa en Ucrania. Primer gesto. Luego, en una llamada telefónica ese mes, ambos presidentes hablaron de visitar sus respectivos países, como si todo estuviera en orden y las relaciones bilaterales se pudieran recuperar mañana mismo. El contenido de aquella charla fue desolador para Ucrania, porque todo lo hablado eran cesiones por su parte, del poder sobre las cuatro regiones del este parcialmente ocupadas por Rusia a la titularidad de Crimea (anexionada unilateralmente por Putin en 2014), de la no entrada en la OTAN al debilitamiento de sus Fuerzas Armadas, pasando por la rebaja en las sanciones internacionales

La Administración Trump ejercía presión sobre Kiev, no sobre Moscú. Memorable, para mal, fue la visita de Zelenski a la Casa Blanca el 28 de febrero pasado, cuando fue humillado por Trump. Lo acusó de gestionar mal la guerra y hasta de iniciarla. Por quejarse, se quejó hasta de su ropa. En paralelo, el norteamericano pasaba de las preocupaciones de la OTAN por el expansionismo ruso y de Europa, por su intento de mediar. Bruselas iba a pagar, avisaba, pero no a sentarse en la mesa. 

Mientras tanto, el enviado de Donald Trump, Steve Witkoff, se había convertido en un visitante habitual de Rusia. Realizó cuatro viajes en poco más de dos meses, pasando horas conversando con Putin. Tras una reunión, el líder del Kremlin le regaló un retrato de Donald Trump para que lo llevara a la Casa Blanca. Se dijo que Trump estaba «claramente conmovido» por el gesto. Era el tiempo en el que se hablaba del «empeño» y el «interés» y la «voluntad» de Putin en la paz, cuando cuajó el primer encuentro entre las partes, ya en marzo, en Riad. Sin avances. Con obstáculos.

«Choque de trenes»

Ese buen rollo entre machotes blancos poderosos se ha disipado con los meses. El periódico sensacionalista ruso Moskovsky Komsomolets ha publicado estos días una viñeta en la que se ve a Putin y a Trump convertidos en trenes que van a chocar. «La locomotora de Trump y la locomotora de Putin avanzan a toda velocidad una hacia la otra. Y ninguno está a punto de girar ni de detenerse y dar marcha atrás». 

Y es que Putin ha ido dejando pasar el tiempo, soltándole migajas al enviado de Trump y a sus negociadores, pero sin conceder absolutamente nada, manteniéndose en una dura posición de partida, incluso cuando Zelenski ha asumido que no va a poder mantener la integridad territorial de su país cuando esto acabe. El líder de la Federación Rusa entiende que va ganando la guerra (ha avanzado en los últimos meses, aunque no sea para nada esa guerra relámpago que soñó) y que tiene una posición de ventaja para negociar. Ahora EEUU duda de su voluntad para encontrar una solución diplomática real y eso enfada a un Trump que, han filtrado sus asesores, se indigna de que «lo quieran tomar por tonto» y duda sobre si debió aprobar más sanciones: en tiempos de Joe Biden, se aplicaban 170 al mes; con él, ni una nueva

El mes pasado, el estadounidense anunció un ultimátum de 50 días a Putin para que pusiera fin a la guerra, amenazando con sanciones y aranceles del 100%. Como seguían los ataques redoblados contra zonas residenciales de Ucrania, lo redujo a diez días. Esas recientes amenazas se suman a un paso tangible: el compromiso para enviar más ayuda defensiva a Kiev. Trump llegó a paralizar el envío de armas y hasta cortó las comunicaciones de Inteligencia, tan valiosas, lo que evidenciaba su desprecio por Ucrania. Lo retomó, lento, más adelante y con los europeos como pagadores. Un cambio radical con respecto a los esfuerzos diplomáticos de los seis meses anteriores.

Cualquier acuerdo basado en las propuestas de Trump habría sido fácil de presentar como un éxito ruso. De hecho, muchos lo habrían considerado un triunfo sin precedentes para el Kremlin. Putin, sin embargo, se ha mantenido impasible. Ha expresado constantemente su apoyo teórico a los esfuerzos estadounidenses por poner fin a la guerra, pero en la práctica ha frustrado cualquier esperanza de un progreso significativo hacia la paz al emplear tácticas dilatorias sin fin e insistir en demandas maximalistas que significarían el fin efectivo de la condición de Estado de Ucrania. 

Luego, conforme arreciaron las críticas de Washington, también le mandó a los perros, en forma de ataques desde los medios de comunicación que controla o altos aliados, como Dmitri Medvédev, vicepresidente del Consejo de Seguridad de la Federación, que llamó al republicano «bocazas». Trump respondió moviendo submarinos nucleares, en un peligroso juego testosterónico. 

¿Por qué Putin se negó a aceptar?

¿Por qué Putin se negó a aceptar la victoria en Ucrania que Trump le estaba planteando, si le era favorable? Es la gran pregunta de estos meses, a la luz de cómo se ha enquistado el proceso luego para sus intereses, de cómo ha ido perdiendo influencia en EEUU, de cómo ha ido ganando cierto empaque Zelenski y su causa, en su lugar. Peter Dickinson, editor del servicio UkraineAlert del Atlantic Council (un tanque de pensamiento con sede en Washington), ha publicado un informe en el que resume en dos las razones del Kremlin: «Sus mayores expectativas de victoria y su inquietud ante las impredecibles implicaciones de cualquier acuerdo negociado para poner fin a las hostilidades».

Básicamente, «cree estar ganando», porque hay avances semanales de su ejército y el desgaste en las tropas ucranianas es evidente, como constatan los partes del Instituto para el Estudio de la Guerra (ISW) norteamericano. «Aunque el progreso es excepcionalmente lento, no cabe duda de que Putin mantiene actualmente la iniciativa en el campo de batalla y puede esperar razonablemente imponerse en una guerra de desgaste contra un oponente mucho menor», asume .

Putin «también se ha sentido alentado por las limitaciones del apoyo internacional a Ucrania», dice Dickinson. No es que los occidentales se hayan olvidado de Kiev, porque sigue en pie eso de «hasta que sea necesario» y, por ejemplo, la UE ha aprobado nuevos paquetes de sanciones, hasta 18, pero ha habido «retrasos o restricciones constantes debido a consideraciones de política interna y al temor generalizado en Occidente a una posible escalada rusa». Para el Kremlin, lo que está por llegar es el «inevitable colapso de Ucrania».

También hay razones internas. Putin ha logrado poner la economía rusa en pie de guerra , con aumentos masivos del gasto militar y pagos a los soldados que ayudan a compensar el daño causado por las sanciones internacionales, las fábricas rusas ahora trabajan sin descanso y producen más armamento que todos los países miembros de la OTAN juntos, y ese sistema hace que «millones de familias rusas comunes son mucho más ricas hoy que en 2022». A la vez, los subsidios estatales han «disparado» la inflación y ha habido que subir las tasas de interés, lo que afecta a los no militares. 

Las exportaciones rusas de petróleo y gas -Defensa aparte- «se han redirigido a nuevos mercados en el Sur Global» y se han aumentado las ventas a amigos como China e India, manteniendo el tipo. Las empresas occidentales que abandonaron Rusia en respuesta a la guerra han sido reemplazadas por alternativas locales, «lo que ha generado amplias oportunidades de enriquecimiento para muchos miembros del círculo íntimo de Putin». Todo eso sumado lleva a una conclusión que el analista ve clara: «un alto el fuego pondría en peligro todo este modelo económico, con consecuencias potencialmente desestabilizadoras para el país en su conjunto».

Si eso es en lo económico, qué decimos de lo político. «El Kremlin ha aprovechado las condiciones de la guerra para completar la larga transición postsoviética de Rusia, de una democracia deficiente a una dictadura. Prácticamente todos los posibles opositores al régimen están ahora exiliados, encarcelados o muertos. Los últimos vestigios de una prensa independiente se han extinguido, mientras que las libertades civiles se han visto aún más restringidas. No existe un movimiento antibélico significativo en la Rusia actual. Tampoco cabe duda de que Putin permanecerá en el poder hasta el final de su mandato en 2036, si es que llega a vivir tanto». 

De haber paz, también retornarían miles de soldados, «brutalizados», que pueden crear un problema de seguridad pública, más aún si son presos perdonados por ponerse el uniforme. «Putin es plenamente consciente de que los soldados del Ejército Rojo que regresaban de la guerra soviética en Afganistán desempeñaron un papel clave en la escalada de bandidaje de la década de 1990. No tendrá prisa por arriesgarse a que se repita», escribe el experto.

Envolviendo todo eso, de fondo, está algo que a las potencias occidentales, y especialmente a EEUU, se les suele pasar por alto: que perdura el empeño de Putin de extender el poder territorial de Rusia, al modo de los zares. El mandatario insiste en que Ucrania es una «amenaza existencial» para su país y quiere acabar por completo con sus gobernantes y su independencia. Se conformará con un satélite como Bielorrusia, como mucho. Y después puede venir más, como temen los países bálticos, por ejemplo. «La obsesión de Putin con Ucrania como posible catalizador del colapso imperial ruso se ha hecho cada vez más evidente a lo largo de su reinado» y actúa en consecuencia con esa mirada, el famoso «mundo ruso». 

¿Se puede ser optimista, entonces?

La postura de Putin hace que sea difícil para Trump y para cualquiera rebajar esas ansias, más allá de Ucrania y de la negociación actual. Rusia no quiere ceder un ápice, por ahora, y eso es lo que ha transmitido en público y en privado. «Tuvimos muy buenas conversaciones con el presidente Putin y hay muchas posibilidades de que podamos cerrar la ronda, el final de ese camino (la guerra). Hay muchas posibilidades de que haya una reunión muy pronto», explicó Trump a la prensa, aún así, tras el retorno de su enviado especial, el jueves de madrugada. Sin embargo, su secretario de Estado, Marco Rubio, declaró en una entrevista en la Fox que todavía «queda mucho por hacer» antes de que se produzca la reunión de Trump y Putin y de que sea fructífera. 

¿Se puede ser optimista, entonces? Bueno, hablar siempre es bueno, para empezar, y hacerlo cara a cara facilita las cosas. Una cumbre con Putin sería un gran momento para hacer de estadista y ofrecería a Trump la oportunidad de demostrar lo gran negociador que es. Siempre se muestra orgulloso de ello, recurriendo a su pasado empresarial. Hasta ha dicho en público que quiere que le concedan en Premio Nobel de la Paz por ello (el primer ministro de Israel, Benjamin Netanyahu, va a empezar el proceso)

Aunque desde el equipo de Trump estaban proponiendo que la reunión sea trilateral, reuniendo a Putin y al presidente Zelenski también, este viernes Trump ha negado que el ruso deba reunirse con el ucraniano como requisito para encontrarse con él. Queda mucha tela que cortar. Sería el encuentro diplomático más importante desde la invasión ilegal rusa hace tres años. Nunca en este tiempo se han visto los líderes directamente, sólo han hablado a través de equipos negociadores, a nivel ministro en el caso más alto. Y ese tipo de eventos rupturistas pueden movilizar las cosas, a veces para bien y a veces para mal. 

La presión a Putin para que logre al menos algo que Trump pueda considerar una victoria puede servir para desbloquear algo la crisis, aunque sea un paso, aunque sea parcial. Esto podría incluir un acuerdo para detener los ataques aéreos contra civiles, incluso si un alto el fuego total y un acuerdo de paz total tarda muchos meses en concretarse. Pero las promesas rusas de alto el fuego a menudo no valen ni el papel en que están escritas, como se ha visto en las pausas autoimpuestas por fiestas religiosas ortodoxas.

Un progreso significativo también validaría la nueva estrategia de Trump de intentar obligar a Putin a negociar con castigos, en lugar de halagos. Puede que no sea casualidad que el aparente avance en la guerra coincidiera con el día en que Trump anunció que impondría fuertes aranceles a India, uno de los principales compradores del petróleo ruso que financia el esfuerzo bélico. Ya están en vigor. 

El miércoles, se percibió un inusual optimismo en Ucrania. «Rusia ahora parece más inclinada a un alto el fuego; la presión está surtiendo efecto», declaró Zelenski en su discurso nocturno, un clásico en tiempos de guerra. Pero nadie puede echar las campanas al vuelo porque Putin, quizá, está jugando al juego de siempre: si ni siquiera se ha comprometido con un armisticio de 30 días que le rogó Trump, humillándolo. Witkoff no es el negociador de oro, precisamente, un hombre que estaba inicialmente encargado de Oriente Medio y que no ha logrado nada en Gaza. Nadie sabe qué ha podido presentar de inicio al Kremlin y cómo lo ha transmitido.

Trump podría intentar presentar cualquier cumbre con Putin como una victoria en sí misma, pero estaría otorgando a Putin un premio sin asegurarle un precio. El exjefe de la KGB es listo podría estar contando con la afición de Trump por las fotos, muy teatrales, pero que a menudo no dan muchos resultados. Sus cumbres del primer mandato con el dictador norcoreano Kim Jong-un, por ejemplo, no lograron poner fin al programa nuclear del país asiático. Fue todo escena. 

Putin lleva mucho tiempo afirmando su disposición a reunirse con Trump cuando sea el momento oportuno, y dicha reunión -que evocaría ecos de las famosas cumbres entre Estados Unidos y la Unión Soviética durante la Guerra Fría- representará el regreso de un líder paria a la élite diplomática mundial, retorno que empezó a gestarse con la primera llamada de Trump. Lo puede ver como una oportunidad, no como una cesión. Trump también pensará lo mismo, posiblemente. Pueden diferir sus lecturas: «Donald Trump quiere un acuerdo. Vladimir Putin quiere la victoria», como refleja certeramente el histórico corresponsal de la BBC en Moscú, Steve Rosenberg.

Yendo a lo concreto, EEUU intentó en primavera alcanzar un acuerdo para detener los ataques aéreos de ambas partes, lo que podría permitir a los ucranianos abandonar sus refugios antiaéreos. Pero las posibilidades de un alto el fuego más amplio parecen remotas, ciertamente. Parece probable que se produzcan avances importantes en la ofensiva de verano de Moscú. Entonces, ¿por qué detener la lucha ahora? Putin podría interpretar este nuevo compromiso con Trump como una forma de ganar tiempo para arrebatar territorio estratégico clave en el este de Ucrania.

Otro enfoque posible sería que Rusia persuadiera a Trump con incentivos para que dejara de prestar atención a Ucrania: «tal vez una promesa de conversaciones sobre un acuerdo de control de armas nucleares que impulsaría su legado o alguna cooperación económica significativa que evocaría los instintos transaccionales de Trump», desvela la CNN.

Todo el rato hablamos de Rusia y EEUU, de Putin y Trump, porque ninguno está dejando mucho espacio a la Ucrania de Zelenski. Kiev, en estas horas, se desgañita explicando sus necesidades: pide armas necesarias para defender sus ciudades de los bombardeos, recuperar la iniciativa en el campo de batalla y hacer claudicar a Rusia. De momento, ha reclamado un alto el fuego como condición previa a ninguna reunión. No hay respuesta de su invasor.