La capital china de la moda rápida ralentiza su avance por la guerra comercial de Trump

En un mercado de jornaleras de Panyu, la señora Qiu parece desanimada. Está buscando una fábrica de esta aldea urbana en las afueras de Guangzhou que la contrate por un día para coser ropa. Blusas y vestidos baratos que se venderán en China por las plataformas de comercio electrónico, o que se empaquetarán para su exportación a consumidores occidentales.

Pero Qiu no está teniendo mucha suerte. “Todo el sector está pasando apuros y debido a la guerra comercial ahora hay aranceles elevados sobre los productos de China”, dice dando su apellido pero no su nombre. “Muchos clientes extranjeros han reducido sus pedidos a China”.

Capital de la provincia meridional de Guangdong con 20 millones de habitantes, la metrópolis de Guangzhou es el bullicioso y animado centro de la industria mundial de la moda rápida. Millones de trabajadoras se afanan día y noche produciendo prendas baratas en los talleres informales de sus aldeas urbanas, asentamientos destartalados que la expansión de la ciudad ha ido absorbiendo.

En una pequeña y abarrotada fábrica, las mujeres se sientan a sus máquinas de coser junto a montañas tambaleantes de tutús negros almidonados. En otra fábrica, se apilan por las mesas de trabajo pantalones vaqueros rosa que serán vendidos en la tienda de moda rápida por Internet Shein.

Cada mañana, las trabajadoras acuden a mercados informales de jornaleras como el de Panyu en busca de un trabajo para el día cosiendo cientos de botones o planchando cientos de cuellos. Hacinadas durante largas horas de trabajo, ganan entre uno y diez yuanes por artículo [entre 0,12 y 1,22 euros], en función de la complejidad de la tarea.

“Es dinero ganado con esfuerzo”, dice un trabajador de aproximadamente 60 años en Datang, otra aldea urbana 16 kilómetros al norte de Panyu. Son las ocho de la mañana y el hombre, que se niega a dar su nombre, está planchando chaquetas que van a ser exportadas. Su turno comenzó la víspera, a las 11 de la noche. Dice que gana 2 yuanes por chaqueta [unos 0,24 euros]. Le queda por delante la mitad de la jornada.

Los más de doce trabajadores de la confección con los que habló el periódico The Guardian dijeron que la jornada laboral típica duraba entre 10 y 12 horas. Algunos dijeron tener un solo día libre cada mes.

“Poco margen de beneficio”

El comercio electrónico dentro de China ha crecido en los últimos años, pero son los pedidos de otros países los que mantienen en funcionamiento a las fábricas. En 2024 tuvieron origen en China el 25% de los más de 100.000 millones de dólares que Estados Unidos importó ese año en textiles y prendas de vestir. Según los datos de la empresa de investigación de mercados Global Trade & Industry Growth Lab, solo Guangdong exportó más de 7.000 millones de dólares en 2024.

Pero en abril de este año, el presidente de EEUU Donald Trump inició una guerra comercial con China que provocó una conmoción en la economía mundial. Los aranceles sobre los productos chinos alcanzaron el 145%, haciendo que China respondiera con aranceles y restricciones comerciales similares hasta que los dos países acordaron en mayo una tregua de 90 días, con el 12 de agosto como fecha límite para el acuerdo. Ahora que el día se acerca, los trabajadores de Guangzhou se preguntan si podrán o no seguir vendiendo ropa a los estadounidenses.

Yang Ruiping lleva dos décadas al frente de su pequeña fábrica de ropa en Panyu, especializada en tops y con unas 20 trabajadoras. Antes de la pandemia, más del 50% de sus pedidos eran para exportación, principalmente por Shein y por Amazon. Ahora ese porcentaje se ha reducido al 30%. Aunque la pausa en la guerra comercial ha aliviado ligeramente la presión sobre el negocio, sigue teniendo “poca confianza en Estados Unidos”. “En la reciente guerra comercial entre Estados Unidos y China, si suben los aranceles, tenemos que bajar los costes de producción para enfrentarlo”, dice. “Eso deja poco margen para obtener beneficios”.

Yang dice no tener espacio para reducir más los salarios y añade que ya está perdiendo dinero con cada prenda que vende. Sigue aceptando pedidos para mantener la fábrica abierta, pero con el mercado nacional cada vez más competitivo tal vez no pueda seguir mucho tiempo así.

Shein está presente por todos lados en Panyu. Fundada en China y con sede en Singapur, la empresa revolucionó la industria textil de Guangzhou ofreciendo precios muy bajos a los consumidores y permitiendo a pequeñas fábricas como la de Yang vender directamente a clientes occidentales.

Las grandes marcas operan fábricas más grandes y especializadas, mientras que Shein se concentra en pedir pequeños lotes directamente a fábricas independientes, aumentando la producción en los diseños que se venden bien por Internet. La flexibilidad del modelo ha impulsado su ascenso meteórico. Según la empresa de investigación de mercados Bloomberg Second Measure, Shein acapara alrededor del 50% de la industria de la moda rápida en Estados Unidos.

Su crecimiento también se explica por una laguna en el régimen aduanero estadounidense que permitía importar libremente productos de bajo valor al aplicarles la exención ‘de minimis’. En 2022, más del 30% de todos los paquetes pequeños que se importaron aprovechando la exención ‘de minimis’ vinieron de Shein y de Temu, otra empresa china de comercio electrónico.

El 2 de mayo, Trump puso fin a esa laguna jurídica para todos los productos de China y de Hong Kong. Esta semana la dejó sin efecto también para el resto del mundo, así que los proveedores chinos no podrán eludir el arancel enviando sus productos por terceros países. De acuerdo con un análisis reciente de Reuters, entre el 24 de abril y el 22 de julio los precios en Shein aumentaron un 23% en promedio.

El mercado estadounidense es “volátil y arriesgado”, dice Peng Jianshen, responsable de una fábrica de tamaño medio que confecciona ropa vaquera en Zengcheng (otra aldea urbana de Guangzhou). “Cuando incrementaron repentinamente los aranceles, toda la producción destinada al mercado estadounidense se detuvo, nadie se atrevió a continuar”, añade.

Según los expertos, la incertidumbre generada por la guerra comercial puede impactar de manera negativa en las condiciones laborales, haciendo que los trabajadores añadan horas a unas jornadas que ya son agotadoras.

“En general, en lo que se refiere a la industria textil en China, los trabajadores no tienen días de descanso”, dice Li Qiang, fundador de la ONG estadounidense China Labor Watch. “Se les paga a destajo, así que trabajan todo lo que pueden mientras haya pedidos”.

Pero las personas responsables de las fábricas en Guangzhou, la guerra comercial es solo el último de los problemas que enfrenta su industria. Los conflictos mundiales y el bajo gasto de los consumidores en China les hacen difícil olvidarse de Estados Unidos para orientarse hacia otros mercados.

Li Jun, un jefe de fábrica que fuma sin parar, está a cargo de una fábrica de ropa vaquera que vende pantalones a Rusia. Dice que la guerra en Ucrania ha impactado negativamente a su negocio, y no solo porque muchos de sus clientes potenciales fueran reclutados para luchar. “La economía no va bien en ningún sitio”, dice. “Muchas fábricas están cerrando”.

En su mejor momento, su fábrica exportaba 100.000 pares de vaqueros cada mes, de los que más de 50.000 iban a parar a Rusia. Ahora solo exporta entre 30.000 y 40.000 vaqueros por mes, una cantidad con la que apenas alcanza el umbral de rentabilidad.

Durante mucho tiempo, las fábricas de lugares como Guangzhou fueron un motor de crecimiento para China. Pero en los últimos años Pekín se ha propuesto dejar de ser ‘la fábrica del mundo’ y ha dado todo su apoyo político y económico a industrias de alta tecnología, como la inteligencia artificial y como los semiconductores.

“El Gobierno chino ya no apoya este tipo de industrias ligeras ni a las pequeñas empresas individuales”, dice Li. “Es muy difícil mantener el negocio a flote”.