Desde las ventanas de su casa en Kadiköy, el barrio más moderno de Estambul, Kenizé Mourad puede ver el palacio de Topkapi, la corte otomana donde residieron sus antepasados. «De alguna forma siento que he cerrado un círculo», señala con una sonrisa ahora que, a sus 85 años, vive en la misma ciudad que su madre tuvo que abandonar de pequeña tras la caída de seis siglos de imperio otomano.
Durante su infancia, Mourad desconoció parte de la historia de su familia, lo que le provocó durante años una grave crisis de identidad. «De alguna forma siempre supe quién era yo, porque en el colegio de monjas me llamaban ‘princesa'», dice.
Nacida en Francia en 1939, Kenizé Mourad es hija de la princesa otomana Selma -nieta del sultán Murad V- que se casó con un rajá indio. Criada con familias de diplomáticos y en un colegio de monjas, no descubrió su pasado hasta bien entrada la veintena, con la visita de unas primas turcas y una comunicación epistolar que inició con su padre en la India. Ahora retratos de fotografía y pintura de su madre, bisabuelo y familia paterna decoran el elegante salón de su casa en la orilla del Bósforo, que dan a entender una conexión fuerte con su pasado.
Sin embargo, Mourad cuenta que fue a través de su trabajo como reportera en Oriente Próximo y Asia de la mano de Nouvel Observateur, así como en su periodos investigando para sus novelas, que conoció verdaderamente sus raíces. «Todo mi trabajo y mi vida han consistido siempre en intentar conectar y explicar el mundo del otro. Para mí, el trabajo ha sido muy importante. Es una herramienta con la que he intentado acercar mis dos mundos: Francia y Oriente Próximo«, señala. «Aunque por encima de todo, creo que estaba muy involucrada porque para mí era una lucha por sobrevivir, una lucha por la vida y para descubrir quién soy«.
Tras una etapa tortuosa en la Universidad de Sorbona en París, donde se unió a un partido trotskista, Mourad pasó por diferentes trabajos hasta iniciarse como reportera en los años 60, viviendo de primera mano conflictos que cambiaron Oriente Próximo, como la revolución iraní o la primera intifada palestina. «La revolución iraní fue fascinante, la primera revolución hecha en nombre de la religión. En aquel momento todos pensábamos que Jomeini [Ruhollah, líder fundador de la República islámica] se iría dejando paso a un Estado Democrático. Cómo cambian las cosas… Aun así, fue fascinante», recuerda.
Pronto las crónicas periodísticas se le hicieron «insuficientes» y sintió la necesidad de escribir libros para, según describe, «profundizar en la psicología de la gente, en la historia, en lo más profundo de sus corazones». En 1987 publicó su primera novela, De parte de la princesa muerta, donde traza la biografía de su madre tras un minucioso trabajo de documentación sobre la historia de su familia otomana exiliada. La novela fue un gran éxito en España y se tradujo a 34 idiomas.
«Todo mi trabajo y mi vida han consistido siempre en intentar conectar y explicar el mundo del otro para acercar mis dos mundos: Francia y Oriente Próximo»
«Siento que con este libro cerré el círculo más hermoso en homenaje a mi madre. Es el mejor recuerdo con el que se puede soñar porque ahora es eterno. Su historia se convirtió en un clásico en todo el mundo», sentencia. Tras este éxito le siguió El Jardín de Badalpur, una novela en la que una joven francesa huérfana intenta descubrir sus orígenes con un viaje a la India.
Sus novelas tienen tanto de autobiográfico como de exhaustiva documentación, además de personajes femeninos fuertes que intentan encontrar su camino pese a sus contradicciones y ansias de libertad. «Uno siempre se deja llevar por la escritura. Por supuesto que hay mucho de mí en mi madre, también en mi abuela», admite. «También de las contradicciones de toda sociedad. La forma en que se presentan la historia y el pasado suele ser muy distorsionada. Es un tema que me interesa mucho. Por ejemplo, la familia otomana nunca fue…musulmana. O sea, claro que eran musulmanes, pero se vivía como algo cultural», describe. «La idea que tenemos de mujeres veladas, extremadamente religiosas, es algo más nuevo e importado de países como Arabia Saudí».
Mourad firmará este domingo en la Feria del Libro de Madrid una reciente reedición de El perfume de nuestra tierra: Voces de Palestina e Israel; y una novela sobre Pakistán hasta ahora inédita en español, En el país de los puros, ambos publicados por la editorial M’Sur Libros. La escritora y periodista solo tiene elogios para España, que sigue interesándose por su trabajo mientras sufre un «boicot» en su país de nacimiento por, según ella, su postura por la causa palestina.
«La idea que tenemos de mujeres veladas, extremadamente religiosas, es algo nuevo e importado de países como Arabia Saudí»
«Ha llegado hasta el límite de que un editor dijera: ‘no abrimos los libros de Kenizé Mourad’«, critica la escritora. «Mi vida dio un vuelco cuando publiqué mi libro sobre Palestina», asegura, sobre El perfume de nuestra tierra: Voces de Palestina e Israel, un ensayo que no ha envejecido un ápice pese a que lo publicó por primera vez en Francia en 2003. Se trata de un mosaico de entrevistas a israelíes y palestinos, «testimonios de gente común, niños, hombres y mujeres».
«La prensa francesa siempre ha sido sionista, cualquier discurso crítico o que escapara de esta línea era considerado antisemita», lamenta la escritora. Mourad cree que las acciones del ejército israelí no han cambiado con el tiempo -por eso su libro sigue siendo actual- pero se ha producido un aceleramiento de su «genocidio contra los palestinos». «No sé qué espera Francia, la comunidad internacional, los países árabes… Han sido asesinados, mutilados y ahora se mueren de hambre, además la hambruna produce daños en el cerebro», describe.
«La situación en Francia ahora es peor que en 2003, por eso me vine a Turquía», asegura. «Nadie ha movido un dedo para parar a Israel, es un delirio colectivo. Pero poco a poco, con la hambruna en Gaza, empieza a haber voces críticas», señala Mourad. «Empiezan a decir que Israel tiene que parar, porque siente que el viento cambia, que a nivel internacional les están girando la espalda. Eso me molesta», añade, y sentencia: «Sienten que el viento cambia y que un día los acusarán de haber apoyado el genocidio. Así está la situación, que les vaya bien».