Julia Ducournau (París, 1983) da corriente. Hace cine, concede entrevistas y, cuando el tiempo lo permite, gana palmas de oro, pero lo más relevante es que genera electricidad por donde quiera que pasa. Crudo, su irrupción en el planeta cine, es un drama entre carnívoro y caníbal sobre la pubertad que hacía daño. Y sangraba. Titane, su gran logro hasta la fecha, es directamente otra cosa. Diferente a todo, su visceralidad en el retrato de los cuerpos trans que mutan convirtió la cinta en el último gran fenómeno en Cannes (cainita por tanto) después del confinamiento. Ahora vuelve dispuesta a casi todo, incluida la explosión súbita, con Alpha, un melodrama sobre las deudas contraídas como sociedad por culpa del sida que no admite ni definiciones ni siquiera halagos. Todo son improperios para una forma de entender el cine directamente eléctrica. Todo empieza con un tatuaje que sangra en el brazo de una adolescente. El resto son cuerpos de mármol, cuerpos que se rompen, cuerpos que cambian, cuerpos que dan calambre.
- En esta nueva película, al contrario que en sus trabajos anteriores, los personajes hablan mucho. ¿Ha dejado de confiar en el poder de la imagen?
- Lo que he hecho en verdad es redescubrir el poder de las palabras. Siempre he sido muy taciturna en mi manera de acercarme al cine. En este caso, el propio tema de la película exigía un tratamiento distinto porque de lo que trata Alpha es de todo lo que se queda sin decir. El tabú es la raíz de la transmisión del trauma. Desde el momento en el que se nombran las cosas y los miedos, los aceptamos, los hacemos nuestros. Pero todo aquello no dicho es lo que acaba por enfermarnos. Y por eso, esta vez los personajes hablan tanto, para liberarse de la negación impuesta por la sociedad. Y la verdad es que fue todo un reto. Pienso el cine desde las imágenes y el sonido. En mi ideario, las palabras siempre han venido después.
- Hace poco en España se estrenó Romería, de Carla Simón, sobre precisamente el sida padecido por sus padres. Ella también hablaba de tabú. ¿Por qué recuperar aquella epidemia precisamente ahora, después de que hayamos pasado otra?
- En verdad, el sida sigue siendo un tabú porque nunca, ni siquiera ahora, se ha reconocido el abuso y maltrato que sufrieron los pacientes y sus familiares. Nunca ha habido un reconocimiento social ni oficial. Abandonamos a aquella gente y la estigmatizamos por su estilo de vida. Les dijimos a la cara que todo los que les ocurría era culpa suya, les avergonzarnos públicamente y les responsabilizamos del horror que estaban padeciendo. Además del sufrimiento físico y emocional que acompaña a cualquier enfermedad, les humillamos. Y ese daño infligido, que nos condena como sociedad, no ha sido reparado. Ahora, con la distancia, cobramos consciencia de todo aquello, de lo insensibles y crueles que fuimos, pero seguimos sin hacer nada. El hecho de que no haya reparación, ni disculpa, ni reconocimiento significa que sigue siendo un gran tabú. Sí, afortunadamente ahora hay medicamentos que permiten una vida satisfactoria y plena, pero eso no nos libra de culpa.
- ¿Diría que buena parte de la pandemia del covid ha reproducido los vicios de aquella otra plaga?
- El miedo y el pánico pueden ser los mismos, pero el covid nos afectó a todos de manera casi horizontal y no hubo espacio para señalar chivos expiatorios ni para estigmatizar a nadie. A mi juicio, el gran problema del covid llegó después del confinamiento. Todos nos vimos presionados, por razones económicas, a retomar la vida como era antes, aunque ya nada era lo mismo. Enseguida nos dijeron que las cosas tenían que volver a la normalidad por miedo a una brutal recesión, que, en cualquier caso, se produjo igualmente. Y ahí está el problema. Hubo una especie de negación colectiva que no tuvo en cuenta que es imposible volver a la normalidad después del trauma colectivo que vivimos. A todos aquellos que durante el confinamiento cayeron víctimas de la depresión, especialmente los jóvenes, se les exigió regresar a la normalidad de inmediato. Fue como decirles que su depresión estaba infundada, que se deprimieron sin motivo. Lo cual, además de falso, me parece extremadamente injusto. Ahora te encuentras con jóvenes que no pueden pagar el alquiler y a los que, otra vez, se les responsabiliza de su depresión, se les dice que son unos vagos, una generación de cristal… Es el mismo mecanismo de vergüenza vivido con el sida. Vivimos en una sociedad que culpa a los débiles de su debilidad.
- No es de los que piensa, por lo que veo, que del confinamiento salimos mejores, más solidarios…
- Parece claro que no. Al revés, se han perdido las referencias. El mecanismo como opera la llamada posverdad hace imposible que nos pongamos de acuerdo sobre lo más elemental, el deber moral que tenemos hacia los demás como sociedad ha desaparecido por completo a escala global.
- Alpha mantiene la obsesión por el cuerpo que preside todo su cine. En este caso, es la transformación de la piel la que le ocupa…
- Cuando hablamos de trauma, el cuerpo funciona de la misma manera que la familia y la sociedad. La sociedad, de hecho, funciona como un cuerpo. Si sabes que estás enfermo y decides ignorarlo y evitar el tratamiento, sabes que va a empeorar. El cuerpo es un lugar de intimidad, pero también un espacio social. Mi visión del cuerpo es completamente opuesta a lo que la sociedad nos dicta y siempre nos ha dictado sobre el cuerpo en general, y sobre el cuerpo femenino en particular.
- Me pierdo.
- El cuerpo representa el lugar del secreto, el lugar de lo que no podemos compartir con los demás… Siempre es considerado un lugar sucio, repulsivo, porque tememos los cambios corporales, ya sea algo menor como una verruga o un eccema, o algo mucho más serio. Nos pasamos la vida avergonzados de nuestro cuerpo y lo ocultamos con maquillaje, con ropa, con lo que sea… Y no me refiero a la obsesión religiosa por el cuerpo femenino. El mensaje siempre es que el cuerpo es un lugar para experimentar en soledad y estoy completamente en desacuerdo. Al contrario, creo que el cuerpo es lo que nos hace vulnerables, lo que nos hace, digamos, mortales y, por ello, es un terreno fértil para la empatía y la conexión. El cuerpo, bajo mi perspectiva, es un lugar donde podemos conectar con el otro, es un lugar de comunicación muy directa y de amor hacia los demás, de comprensión, al menos, hacia los demás.
- Si la he entendido bien, aboga porque aceptemos nuestro cuerpo en un nuevo credo naturista…
- Si nos fijamos, vivimos en una sociedad en la que nadie, absolutamente nadie, está contento con su cuerpo. Ni las personas más guapas lo están. Todos sufrimos la misma presión social que nos obliga a una búsqueda constante de la perfección. Y cada vez más por culpa de la exposición constante en las redes sociales con todo tipo de filtros que supuestamente nos mejoran. Aceptar el cuerpo significa que nos hacemos cargo de nuestra finitud, de nuestra mortalidad. Y por eso creo hay que tratar el cuerpo de manera directa, sin máscaras ni maquillaje, porque es en el cuerpo donde podemos entendernos y amarnos.
- Queda claro. ¿Diría que la solución es el transhumanismo que proponía en Titane?
- Esa era la solución en Titane, solamente. Efectivamente, lo que proponía ahí era una humanidad moribunda que buscaba soluciones para contrarrestar su degradación más íntima. Un personaje se refugiaba en los esteroides, y otro buscaba una mutación hacia el transhumanismo del que habla. En Alpha, lo que busco es estar en el corazón de la humanidad porque no hay escapatoria a nuestra mortalidad. Los cuerpos de Alpha se transforman en mármol porque deseo mostrar que lo sagrado es parte de lo más íntimo de la humanidad. Las esculturas de mármol remiten a lo religioso, a lo eterno. Y lo eterno habita dentro de cada una de nuestras debilidades.
