Horizon 2: Kevin Costner sigue sin domar su cabalgada a la eternidad, pero qué más da

Hay una escena al principio de Centauros del desierto, la película que define perfectamente las intenciones y la amargura de su director John Ford hacia el género que él mismo encumbró. Cuando Ethan (John Wayne) encuentra a un comanche enterrado al pie de una roca, le dispara entre los ojos. Quiere condenarle a vagar para siempre entre los vientos imposibilitado como está en ese preciso instante, sin ojos, para entrar en la tierra de los espíritus. A su manera, esta película y esta escena en concreto, por su desconsuelo, por su antiheroísmo, por su vocación de abismo, sirve igual para el éxtasis y la refutación. El mejor wéstern de la historia quiere ser también el último. ¿Cómo seguir haciendo películas del Oeste después de este monumento sobre el género? Kevin Costner ha encontrado la respuesta. La ha llevado su tiempo, ha tenido que empeñar sus propiedades, pero la tiene. Basta con olvidarse de John Ford y a otra cosa.

Para nuestro desconsuelo, Horizon 2 mejora en poco Horizon 1. Es decir, la segunda parte de las cuatro películas proyectadas que pretenden recuperar tal cual, punto por punto, cada uno de los tropos y lugares comunes que convirtieron la conquista del Oeste en la piedra fundacional del cine avanza -o cabalga, mejor- pero a un paso tan cansino y hacia un lugar tan indeterminado que se diría que sigue su camino hacia ninguna parte. A su favor juega que no hay decepción. Eso ya se sufrió en una primera película en la que el director se mostraba incapaz de unir las distintas historias que más que avanzar en paralelo, discurría una en contra de la otra. Más que complementarse, se interrumpían.

Ahora, todo es más transitable. De un lado, la caravana que tendrá que aprender a hacer justicia y a separar a los peores. Del otro, la historia del vaquero con alma de forajido al que da vida Kevin Costner en la piel de Hayes Ellison con la misma claridad que John Wayne («Yo no actúo, reacciono», decía el Duque). Y por último, el relato de aliento mitológico del pueblo que, tras ser arrasado por los apaches, ha de resurgir de sus cenizas. En la primera parte, todo, pese a ser igual de largo, polvoriento y premioso, era mucho más confuso. Los personajes, eso sí, no han recuperado ni un centímetro de relieve y siguen siendo igual de planos. De hecho, siendo como son arquetipos, sus reacciones por momentos se antojan más propias de una IA con el algoritmo vago.

Pero no todo son malas noticias. Hay que reconocer que el gusto por el detalle, por la suciedad y por la etnográfica reconstrucción de una realidad moral y esencialmente mugrienta otorga al conjunto un raro aire de, por decirlo de alguna manera, nouveau roman. Bien mirado, la propuesta de Costner de puro mostrenca (y entiéndase esto en positivo por frontal y nada retórica) acaba por ofrecerse al espectador como un comentario a un imaginario demasiado lejano pero, a la vez, muy vívido. Hacer un wéstern puro cuando todas las noticias que tenemos del género son en clave revisionista bien para denostarlo, bien para reformularlo, bien para revitalizarlo tiene mucho no solo de ingenuidad o tozudez, que también, como de pistolero solitario. Es muy de héroe de wéstern crepuscular hacer una película (y cuatro ya no digamos) tan fuera de norma y de moda. Y ahí, Costner nos tiene ganados a pesar de sí mismo y de su cabalgada infinita a ningún lado.

Horizon no parece que entrará en la tierra de los espíritus, pero nos tendrá detrás todo el tiempo que le lleve vagar de festival en festival.