Gijón se deja enamorar por Brother Verses Brother, un prodigio de cine musical vivo, en vivo y en un único plano

En un momento de la proyección de Megalópolis en el Festival de Cannes, un actor se colocaba delante de la pantalla (fuera de la película y justo en frente de los espectadores) y, lejos de anunciar que se había fundido un foco o que era el momento de visitar el selecto ambigú, daba la réplica al personaje de Adam Driver, él sí proyectado o simplemente pegado a las dos dimensiones del lienzo en blanco. No quedaba claro que fuera Cine en Directo (o Live Cinema o Cine en Vivo), pero el susto no te lo quitaba nadie.

Ari Gold, que presentó el sábado en el Festival de Gijón junto a su hermano Ethan la película Brother Verses Brother, no aspira a tanto. O sí. Confiesa, eso sí, que se leyó el libro del maestro Coppola El cine en vivo y sus técnicas y que el propio director de El padrino le ha ayudado a sacar adelante su proyecto. Pero, y ya visto y disfrutado todo, lo que se le quedó de una lectura que presumimos no muy atenta del texto fue la necesidad de hacer una película completamente viva, que se sintiera no como un ejercicio de improvisación (que también) sino más bien del lado de la misma vida: imperfecta, tierna a veces, amarga casi siempre y, sobre todo, cierta. Y con algo de música que siempre es mejor. Y, aquí sí, el susto fue una auténtica bendición.

Brother Verses Brother (un juego de palabras que se refiere tanto al «contra» de los combates de boxeo como a los versos de los poemas) tiene todo para resultar un error. Otra vez el ya cansino alarde del plano secuencia único; de nuevo un cincuentón empeñado en hacer pasar por angustia existencial su dolor de muelas, y, para rematarlo todo, un deje nostálgico de cuando en San Francisco estaba poblado por Jack Kerouac, Allen Ginsberg y otra fauna Beat. Pues no. Nada que ver. Se diría que, gracias a dios y a Coppola, justo lo contrario. Se cuenta la historia de dos hermanos gemelos (eso es verdad dentro y fuera) que recorren su ciudad hasta llegar a la casa de su padre de 99 años para enseñarle su última canción. De por medio, tendrán tiempo para dar algunos tumbos por los locales de la zona, lamentarse del éxito que no llega, cantar mucho y, llegado el momento, enamorarse de Louise.

Así las cosas, Gold se las arregla para reinventar muchas cosas. Todas ellas demasiado viejas y demasiado olvidadas. De repente, el musical como género cinematográfico es experimentado con una naturalidad y belleza tan radiante que se diría, en efecto, inédita. La narración ni se interrumpe ni se prolonga con cada una de las canciones. Simplemente se amplía, se llena de muchas cosas y todas tan buenas como apetecibles. Ya saben, emoción, sensibilidad, cariño, algo de desengaño y mucha vida. Sí, era cine en vivo. También de repente, la relación que dos hijos establecen con su padre a punto de morir se descubre como una profunda, cálida y compartida caricia. El padre, para más señas, es el novelista Herbert Gold (contemporáneo de los Beat de antes sin ser él mismo Beat), que, como nos anuncian los créditos, murió semanas después de terminada la película. Si a esto se suma que antes y después de la proyección en el festival, Ari y Ethan tocaron respectivamente el ukelele y la guitarra y cantaron con la misma simpatía ligeramente desgarrada que lo hacen en la película, todo encaja. Ahora sí, el cine se antoja tan vivo como irresistible.

Y luego está lo del plano secuencia. Lejos del virtuosismo machacón al que nos tienen acostumbrados estos alardes, Brother Verses Brother se las arregla para que la continuidad de la escena se experimente sin grietas, con el artificio perfectamente incorporado al sentido mismo de lo narrado mediante unos ligeros e inteligentes guiños autoconscientes.Todo brilla en su inocente espontaneidad perfectamente estudiada. Todo es perfecto y tan contradictorio como la caricia profunda del párrafo de arriba.

Francis Ford Coppola mantiene que el cine en vivo (o en directo) ha de ser una nueva forma de arte audiovisual híbrido que combine elementos del cine, el teatro y la televisión en tiempo real. El director de Megalópolis está convencido de que el cine del futuro (él siempre mira hacia adelante) ha de ser por fuerza una creación efímera y única, realizada siempre en riguroso directo. Acabó la película de Ari Gold y él y su hermano nos cantaron una bonita canción que hablaba de lo tristes que están porque han perdido su jersey favorito. Más vivo imposible.


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