Un poeta despierta en el hospital. El agudo dolor que le persigue desde hace días ha trocado en una enfermedad potencialmente mortal que parte su vida en dos. Son los meses de la pandemia. Su pareja no puede visitarlo, el aislamiento es total mientras fuera la sociedad parece desmoronarse. ¿Qué será de él? ¿Qué será de todos nosotros?
Considerado una de las voces más singulares de la literatura norteamericana actual, Garth Greenwell (Lousville, 1978) regresa a las librerías de España con Lluvia pequeña ( Random House), una novela de una belleza y una profundidad sobrecogedoras. Autor de obras tan aclamadas como Lo que te pertenece y Pureza, Greenwell ha construido una reputación basada en la exploración valiente de la intimidad, el deseo y la vulnerabilidad. Con esta nueva obra, ganadora del prestigioso PEN/Faulkner Award, se sumerge en la experiencia límite de la enfermedad para componer un himno a la fragilidad y al poder del arte para dar sentido al caos.
El catalizador de Lluvia pequeña fue una crisis médica real que sufrió el autor, pero se niega a describir su ibro como «autoficción» cuando nos encontramos con él en Madrid. «Es ficción. Punto». La novela nos sumerge en la conciencia de un narrador confinado en la cama de un hospital, enfrentado al dolor y a la incertidumbre dentro del «disfuncional sistema sanitario americano». Lejos de ser una «novela del covid», la obra trasciende su contexto para orquestar, con un ritmo pausado y casi musical, una profunda meditación sobre lo que nos hace humanos. Es la historia de un cuerpo roto en un país roto.
Lo que eleva a Lluvia pequeña a la categoría de acontecimiento literario es su ambición y su negativa a ofrecer respuestas sencillas. Greenwell rechaza explícitamente el panfleto y la metáfora fácil de la enfermedad como reflejo de una sociedad enferma. En su lugar, fiel a su formación como cantante de ópera y poeta, utiliza el lenguaje como una herramienta de exploración casi física. Se inscribe así, asegura, en la gran tradición de la «novela de la conciencia» que va de San Agustín a Proust, explorando lo que significa tener un cuerpo en crisis y descubriendo en la experiencia del dolor, como antes en la del sexo, una nueva forma de conocimiento.
Una de las primeras cuestiones que suscita Lluvia pequeña es su conexión con la biografía. La novela nace de una experiencia real, pero Greenwell se apresura a trazar una línea clara entre vida y arte. Para él, la ficción no es un disfraz de la realidad, sino un espacio de creación con sus propias reglas y exigencias. «La materia prima de mi vida es solo eso, materia prima», aclara. Insiste en que el «yo» que narra sus novelas, aunque comparta circunstancias con él, es una construcción literaria. «Es un sofisticado artificio que he tardado años en construir y que me permite una libertad que la no ficción nunca podría darme».
Esta construcción se sostiene sobre una prosa de una arquitectura inconfundible, densa y meticulosa, lírica. Greenwell no solo acepta la etiqueta, sino que la reclama como el núcleo de su identidad artística. «Soy un poeta que escribe novelas con instrumentos musicales«. Su formación como cantante de ópera es clave para entender su método: «Pienso en la sintaxis como en una frase musical, que debe tener una tensión y una forma. Cada frase debe tener su propio voltaje«. Esta atención al ritmo y a la sonoridad del lenguaje es la que dicta la estructura de sus libros. Describe Lluvia pequeña como una composición de círculos concéntricos, como una «matrioska de historias» donde un relato contiene otro, y este a su vez otro más, creando una sensación de inmersión total en la mente del narrador.
El corazón temático de la novela es el cuerpo vulnerado. Greenwell traza un paralelismo directo entre la experiencia de la enfermedad y la del deseo sexual, territorios que ya exploró en sus libros anteriores. «Lo que me interesa del sexo es lo mismo que me interesa de la enfermedad», explica. «Esa idea del cuerpo en crisis, un estado en el que deja de ser un vehículo transparente para nuestros deseos y se convierte en un objeto opaco, ajeno, que nos obliga a prestarle una atención radical».
Y su atención al cuerpo enfermo se convierte inevitablemente en una radiografía del sistema que debería cuidarlo. La novela transcurre en plena pandemia y su crítica al sistema sanitario estadounidense es implacable. Lo describe como un reflejo de una «fractura fundamental en el país», y añade: «La mercantilización de la salud en EEUU es de una fealdad moral absoluta».
Sin embargo, sería un error leer Lluvia pequeña como un manifiesto. Greenwell siente una profunda aversión por la literatura con una agenda predefinida. «No me interesan las novelas con mensaje, no quiero escribir panfletos políticos«. Para él, la dimensión política de una obra no debe ser un punto de partida, sino una consecuencia de su rigor formal. «La política de un libro debe surgir de su atención estética y no al revés. Si prestas suficiente atención a la realidad, la política emerge sola, porque la política no es más que la estructura de nuestras vidas».
Es en esta fe en el poder del arte donde reside la esperanza de la novela. El narrador, en su aislamiento, se aferra a la música de Händel no como una evasión, sino como una herramienta para estructurar la experiencia del sufrimiento. Es su forma de inscribirse en una tradición que lo obsesiona, la de la «literatura de la conciencia», que para él representa la cumbre del arte de la novela. «Pienso en San Agustín, en Montaigne, en Proust. Ese es el linaje que me interesa, el de los artistas que utilizan la escritura para registrar el movimiento de una mente en el tiempo«. Sin embargo, matiza que «una tradición es una conversación a través del tiempo» y aclara que un escritor puede participar en varias al mismo tiempo.
Admite que «lo que curiosamente apenas impactó en esta novela es eso que llaman la literatura de la enfermedad», a pesar de ser un tema que considera intrigante por su condición de tabú. Recuerda especialmente un ensayo de Virginia Woolf, donde la enfermedad se describe como «un terreno nevado tan privado que ni se pueden ver las huellas de los pájaros» y reconoce que quizás la única excepción destacable en este ámbito literario ha sido «la narrativa del sida», que sí ha tenido un fuerte impacto en su obra.
Para él, especialmente significativa es «la tradición de la literatura gay», destacando la reciente muerte del gran escritor estadounidense Edmund White, cuya obra ha sido «muy importante» para él. Asegura que nunca rechazaría la identificación con la literatura gay, que considera «crucial», pero enfatiza que es incorrecto catalogarla como marginal. «La literatura gay incluye a Shakespeare, a Proust, a Virginia Woolf. ¿Eso es estar al margen? ¡No, es justo el centro de la literatura!«