«Es bonita porque está puesta sin querer», dice Paloma Sainz de la Maza de Luzmela, la vivienda que su abuela Concha levantó en los años 20 en el pueblo de Mazcuerras (Cantabria) y cuyas imágenes han empezado a circular como si fueran objetos de otro mundo, escenarios de un cuadro impresionista o de algún pasaje de En busca del tiempo perdido. La casa bonita, «puesta sin querer», a la que se refiere Sainz de la Maza está en venta con su historia centenaria y abrumadora. Concha, la abuela que encargó la construcción, fue la novelista Concha Espina (1869-1955), fundadora de una saga de escritores, músicos y periodistas que, con la venta de la Casa de Luzmela, perderá su referencia. La familia de Concha Espina ha negociado durante años con el Gobierno de Cantabria para convertir el caserón en un museo, pero ha renunciado ya a llegar a un acuerdo, de modo que la casa está en el mercado. «Decían que pedíamos mucho dinero pero no es cierto. Hicimos ofertas siempre a la baja», dice Concha Muguerza, la bisnieta de Concha Espina, la hija de Paloma Sainz de la Maza. Su teoría es que a la escritora de La Esfinge Maragata le ha caído la fama simplificadora de escritora franquista, y que eso pone incómodos a las administraciones públicas. «Lo único que entienden por cultura es lo de siempre, petardos, toros y panderetas».
¿Qué se puede decir de la Casa de Luzmela? Que su nombre remite a La niña de Luzmela, la novela de 1909 con la que Concha Espina se convirtió en una escritora de enorme éxito de público y de crítica, probablemente antes que ninguna otra mujer en España. Según el anuncio inmobiliario publicado, la casa tiene cuatro habitaciones y tres baños repartidos en 300 metros cuadrados en dos plantas y bajocubierta. La parcela es de 950 metros cuadrados, 840 de jardín, e incluye «dos tilos centenarios, dos abetos, un magnolio y unos cuantos bojs en los que anidan aves rapaces, según cuenta Paloma Sainz de la Maza. Escuchar la descripción de los árboles es conmovedor: la nieta de Concha Espina, escritora y periodista, tiene 92 años y ha perdido la vista, igual que la perdió Concha Espina. Cuando se refiere a su abuela escritora la llama «Madrina».
El anuncio de venta de la casa incluye 24 fotos que parecen 24 cuadros y una descripción: «En su interior se conservan elementos originales como suelos antiguos pulidos, carpintería tradicional de madera, puertas macizas y chimeneas que dotan de carácter y calidez a las estancias. En la planta baja, encontramos la cocina (a reformar), un baño completo, el salón principal y un pasillo distribuidor. La primera planta alberga tres dormitorios, otro baño completo y un gran salón con biblioteca y despacho, ideal para quienes buscan un espacio de trabajo o creación en un entorno inspirador. En la planta bajocubierta, una sala diáfana y un tercer baño ofrecen múltiples posibilidades de uso: desde estudio artístico hasta dormitorio adicional o zona de descanso». Hay un dato más que es importante, el precio de la vivienda: 895.000 euros.
Concha Muguerza, la hija de Paloma, explica que la casa cuenta la historia de Concha Espina y de su dinastía. En resumen: los padres de la escritora eran burgueses santanderinos de buena posición y tenían en propiedad un suelo en Mazcuerras, cerca de Cabezón de la Sal, que explotaban como cuadra, como una casa de postas en la que paraban los carros que viajaban desde Santander (a 41 kilómetros) hasta Madrid y en la que cambiaban los caballos. Concha Espina creció en Santander, más o menos ajena a ese mundo ganadero, en un entorno provinciano y próspero, intelectualmente conformista, hasta que se arruinó Víctor Espina, su padre. La familia se refugió entonces en la finca de Mazcuerras. La escritora era adolescente cuando llegó al pueblo. Su madre murió allí en 1891.
La ruina y la orfandad llevaron a una boda de conveniencia. Concha Espina se casó en 1893 con Ramón de la Serna y Cueto, miembro de una familia con negocios en Chile. La pareja se trasladó a América, fue infeliz y pasó apuros económicos. Por eso, Concha Espina empezó a escribir en la prensa bonaerense. Después probó con las novelas. Tuvo éxito, volvió a España y su marido tuvo tantos celos que llegó a destruir sus manuscritos y a prohibirle que escribiera. Fortalecida por su nueva independencia financiera, Concha Espina despachó a Ramón de la Serna hacia México y después, cuando la II República aprobó el divorcio, se separó de él ante los juzgados.
Con el dinero de los libros, Concha Espina convirtió la antigua cuadra/casa de postas en un caserón insólito, ni burgués ni señorial, ni indiano ni modernista pero todo a la vez. Lo hizo poco a poco, añadiendo piezas y suntuosidades, esculturas y cuadros. «Recuerdo esta casa como un lugar lleno de papeles y de obras de arte», cuenta Concha Muguerza. Papeles de la bisabuela Concha, de la abuela Josefina de la Serna, de su marido, el guitarrista Regino Sainz de la Maza, de los tíos Víctor y Ramón de la Serna, de la prima María Blanchar, de un querido amigo de la familia llamado Federico García Lorca…
El nombre de García Lorca es oportuno para explicar el complejo papel de Concha Espina en aquella España que se dirigía hacia la guerra. La escritora santanderina fue una falangista «profundamente religiosa», según su bisnieta. Su hijo Víctor fue un periodista poderoso y temido durante el franquismo. Y, a la vez, Espina fue lo contrario a una mujer conservadora. Tuvo éxito como profesional, desafió a los hombres que estaban en una posición de poder en las letras españolas, fue pionera de la aviación y del divorcio, encabezó las protestas de los mineros de la comarca de Mazcuerras y confraternizó con decenas de escritores y artistas de izquierdas. Si hasta la republicana Clara Campoamor fue su aseora en el divorcio… Cuando llegó la Guerra Civil y Santander se convirtió en un baluarte republicano, Concha Espina tenía 66 años. Se enclaustró en la casa del monte con su hija, temió por su vida y escribió tres libros de testimonio: Esclavitud y libertad, Retaguardia y La luna roja. Fue la guerra la que cambió su visión del mundo, la que la volvió más rígida. En 1948, la escritora recibió en su casa de Mazcuerras la Orden de Alfonso X el Sabio.
Solo falta citar La niña de Luzmela, el libro de 1909 que Concha Espina escribió para describir su infancia de desclasada y huérfana en Mazcuerras: «Con una facilidad asombrosa acomodóse Carmencita a la vida sedante y fría de Luzmela. Su naturaleza robusta y bien equilibrada no sufrió alteración ninguna en aquel ambiente de letal quietud que se respiraba en el palacio; ella lo observaba todo con sus garzos ojos profundos, y se identificaba suavemente con aquella paz y aquellas tristezas de la vieja casa señorial. El encanto de su persona puso en el palacio una nota de belleza y de dulzura, sin agitar el manso oleaje de aquella existencia tranquila y silenciosa, en medio de la cual Carmencita se sentía amada, con esa aguda intuición que nunca engaña a los niños».