Elena López Riera, directora de ‘Las novias del sur’: «El feminismo no puede tener miedo, es grave que se someta y sea políticamente correcto»

El cine de Elena López Riera habita en las palabras, duerme en las palabras y en las palabras se pierde. Las imágenes son palabras, los cuerpos son palabras, las propias palabras son, en el más radical de los sentidos, palabras. Pepita, que tiene 105 años, cuenta que con 74 descubrió el amor de su vida. Y con él, el sexo. Y lo cuenta de manera tan frontal y orgullosa, sin subterfugios ni pudores ni vergüenzas, que de cada palabra brotan flores de carne, de carne herida, de carne en rebeldía. Mantenía Foucault que las palabras y las cosas están en la superficie de todo. Pero, un paso más allá, afirmaba que si arañamos esa superficie sólo encontramos palabras. Cuando en ‘Las palabras y las cosas’ precisamente el filósofo se detiene en la figura del Quijote, sostiene que el hidalgo manchego en puridad no es tanto carne enjuta sobre hueso largo como solo signo. «Todo su ser no es otra cosa que lenguaje, texto, hojas impresas, historia ya transcrita. Está hecho de palabras entrecruzadas; pertenece a la escritura errante por el mundo», escribe cargado de razón. Y de palabras.

Las novias del sur es un documental. Pero no uno cualquiera, quijotesco de pura palabra. En poco más de media hora, un grupo de mujeres, mujeres mayores, cuentan su vida y, mientras lo hacen, se cuentan. Miran a la cámara y hablan de su marido al que no quisieron, de su marido al que amaron con locura, del sexo que se les negó, del sexo del que se apropiaron por las bravas, de cada una de sus infinitas derrotas y de cada una de sus descomunales victorias. La película empieza con una foto de la boda de la propia madre de la directora transformada de repente en espejo. Una y otra, hija y madre, se miran y se diría que se descubren. Los ritos del pasado no son ya los del presente, pero, aunque no lo quieran, habitan la misma palabra. Pero la película no va de ellas, ni de todas las mujeres entrevistadas. La película trata en verdad de todas y todos y su único argumento, ya se ha dicho, es la palabra. «Está mi voz en primera persona y están las voces corales de todas esas mujeres, pero quiero creer que hay algo estructural que nos afecta a todos cuando hablamos del amor, del deseo, de la familia o de la herencia», comenta la directora. Y acierta.

Cuenta López Riera que todo empezó por motivos estrictamente personales. No hubo estrategias ni planes preconcebidos que la empujaran a confeccionar el más bello y brillante documental del año tras su película El agua. «Lo diré. Me rompieron el corazón y sentí la necesidad de confrontar mi experiencia al de otras mujeres. De medir mi dolor con el de las demás», confiesa y en su confesión se le escapa una carcajada. Por la pantalla, una y otra tras otra enseñan sus heridas. Son las cicatrices de varias generaciones castigadas por asuntos tales como la ignorancia, el miedo, el silencio y la sumisión. Pero, y esto es lo relevante, son mujeres fuertes capaces como nadie de la alegría, del placer y, ya que estamos, del orgasmo.

«Una acude a ellas con todos los prejuicios de mujer estudiada, concienciada y debidamente feminista, y lo que recibe es un soberbio baño de realidad; una auténtica bofetada. De repente, te ves ante ellas como una absoluta pringada y descubres que esa idea de la abuela que tenemos mitificada no existe. No es la abuela, son las abuelas. Ellas son tan diversas como nosotras», resume gráfica y divertida. Y así es, lejos del siempre macabro victimismo y pese a las muchas ofensas a la vista, impresiona la claridad y fortaleza para darle la vuelta uno a uno a cada una de nuestras ideas mal preconcebidas. Sin más teorías que las que arden, eso que el tiempo ha dado en llamar patriarcado salta por aires. Las palabras explotan.

Las novias del sur huye de modismos, de gestos de importancia y de trucos de estilo. No es una película de no-ficción, no es experimento y menos aún ensayo. Es documental en el que hablan bustos parlantes, se escuchan voces en off y la cámara solo rinde pleitesía a la voz desnuda, grave y resplandeciente. «Me irrita eso de las películas que dan voz. No es una tratado sociológico sobre las mujeres españolas, ni mi intención es descubrir nada. No doy voz a nadie. Al revés, son ellas las que me dan voz a mí. Me dan mil vueltas y, además, me dan la palabra. Por eso me atrevo a hablar en voz propia. Fíjate que he acabado por hacer justo lo que siempre dije que no haría: cine terapéutico… Por díos», se ríe de nuevo la directora en un encendido alegato contra lo moderno o, mejor aún, en lo que quiere ser una reivindicación entusiasta de lo viejo. O de lo «viejuno», como ella prefiere.

López Riera, que se reconoce feminista, entiende el feminismo como un ejercicio de ensayo y error, de lucha sin miedo a equivocarse. «Me parece muy grave que el feminismo tenga miedo y se vuelva políticamente correcto. Prefiero equivocarme y luego pedir perdón que no decir nada por pánico», dice. En el feminismo que reclama y quiere Riera caben todas las voces, incluso las que no comprende. «Estoy a favor de todo tipo de diversidad y de toda la lucha queer y trans. No entiendo la transfobia. Ni la entiendo ni la comparto», sentencia con un entusiasmo visceral en el que caben todas las dudas.

Las novias del sur avanza por la pantalla como el torrente que arrasaba El agua, la película anterior de la directora. Es cine frontal que se escucha con la mirada. Es cine de palabras, por la palabra, contra la palabra. Palabra hecha mujer.