El Sónar no se libra de la polémica con el fondo israelí KKR en un arranque que convirtió en jazz y electrónica a Paco de Lucía y Camarón

Había en los días previos al inicio del Sónar sobrevolando algo extraño, un clima que el festival no había experimentado en su larga trayectoria en Barcelona. Y, desde el inicio, el elefante apareció en el centro de la habitación: el fondo de inversión israelí KKR como inversor mayoritario del evento. Una situación que, en mitad de la guerra que el Gobierno de Netanyahu ha recrudecido en la Franja de Gaza, provocó que al menos 30 artistas e instituciones rechazaran formar parte del cartel, incluso unas horas antes de que todo diera comienzo como el caso de la DJ palestina Sama AbdulHadi que hasta el miércoles estuvo anunciada.

Los primeros compases del festival no pudieron librarse tampoco de que KKR hiciera acto de presencia. No eran ni las 12 del mediodía -las puertas se habían abierto a las 10- cuando en la conversación ya había salido el fondo de inversión. Las catalanas Berta Segura y Francesca Tur lideraban la charla Hacking the world sobre la encrucijada cultural de nuestro tiempo con las tensiones políticas. En la esquina superior derecha del powerpoint que les servía de presentación se mostraba la bandera palestina. Tur, futurista y fundadora del medio Tendencias.tv, afirmaba en su arranque que en el mundo actual hay «oligarcas», «tecnócratas» y «KKRs». Ahí estaba el elefante que ya se quedó presente durante la hora y media de charla. «Hemos tenido muchas dudas, ha sido un viaje personal decidir si debíamos estar o no estar. Nos hemos preguntado si se puede cancelar el genocidio de Gaza y estar en el Sónar. Pero también si se puede cancelar el Sónar y seguir bebiendo Coca-Cola, usando Google o pinchando con el programa Tecknik que la mayoría usa», agregaba su compañera Segura.

Eso en la parte tecnológica e intelectual, donde aún hoy el Sónar tiene programado un coloquio titulado El papel de la cultura en el contexto global en el que volverá a aparecer el conflicto en Gaza. Pero la música también arrancó con mensaje político. En el escenario exterior, la DJ barcelonesa Nahoomie pinchaba con su tradicional mezcla de sonidos soul y disco con house. En una de las naves interiores, la madrileña Nina Emocional se preparaba para iniciar su espectáculo FDM, entre lo musical, lo performático y la danza contemporánea. Unos minutos antes de su presencia, sobre el fondo negro, apareció un texto en letras blancas. «Esto es un señalamiento directo a la ocupación, el apartheid y la violencia ejercida por el estado genocida de Israel contra el Pueblo Palestino. Somos conscientes de lo que está pasando y nuestra acción no va a limitarse al Sónar».

Y, desde ahí, ya todo fue música. Mayormente la electrónica que caracteriza al Sónar, pero con algunas variaciones. El show de Nina, con una base electrónica saturadísima, fue un híbrido entre la performance teatral y el pop underground -un oxímoron en sí mismo- que acompaña a una de las propuestas más interesantes de futuro. Como la de Tristán!, un chavalín de 19 años, que acaba de colaborar con Nathy Peluso, que forma parte del colectivo Rusia-IDK al que pertenecen Ralphie Choo y Rusowsky y que está previsto que este año ponga en el mercado su primer álbum. Pura melancolía a ritmo de R&B.

Fueron ellos quienes dieron paso a esa prospección hacia las raíces del flamenco que el pianista Chano Domínguez y el productor jerezano Bronquio han armado bajo el nombre de Calle Barcelona. Para acabar transformándolo en una mezcla entre el propio flamenco, el jazz y la electrónica con la voz de Irene Ribas resonando sobre las bases, sobre el sonido del cajón, sobre la keytar, sobre la guitarra española… Por el escenario pasaron Paco de Lucía y Camarón de forma que ni ellos hubieran imaginado.

Al piano interpretó magistralmente Chano Domínguez Monasterio de sal de Paco de Lucía. Con una base electrónica retumbó el Solo quiero caminar que él y Camarón hicieron eterno. Y, casi en un suspiro se intuyeron los acordes de Entre dos aguas. A apenas unos metros, en otro de los escenarios, y casi en paralelo, Alizzz presentaba en directo los temas de su último álbum Conducción Temeraria. Cuando nadie lo esperaba sonó Antes de morirme, aquella canción que C. Tangana y Rosalía hicieron detonar en sus inicios, cuando aún eran pareja. «Un besito para el Puchito y La Rosalía», aseguraba el del Baix Llobregat. Y el final fue su trío de hits indiscutibles: El encuentro, Ya no siento nada y Ya no vales en una versión acústica.

Llegó así el momento para la pura electrónica. La de la portuguesa Noia con los 160 beats por minuto de su drum’n’bass para poner a saltar al público que se congregaba frente al escenario al instante. La del neoyorquino Todd Terry que desplegó en ritmo house una batería de temas icónicos: del In de Ghetto de David Morales y Bad Yard -que Skrillex reversionó en su colaboración con J Balvin- al Push the Felling On de Nightcrawlers pasando por E Samba, Missing o Aint Nobody. Y también la del alemán MCR-T, con ese sonido influenciado por la ola del trap y el ghetto house.

Como cierre de la primera jornada, que no cuenta con programación nocturna como el viernes y el sábado, quedaron las músicas no occidentales de Sarra Wild; la música house de Fafi Abdel Nour, con su influencia árabe por su país de origen, Siria, fusionada con la música de club; el rompedor Blawan, que ha modificado los códigos de la música techno británica, y el joven brasileño MOCHAKK, heredero de esa misma música house, que ya había debutado en la edición de 2023 del Sónar en Barcelona y en Lisboa.