Hace cinco años, cuando la ola de La casa de papel era tan enorme que parecía capaz de sepultarlo todo, Jaime Lorente (Murcia, 1991) decidió presentar un primer guion para que alguien le produjera su ópera prima. Así, en pleno tsunami de fama y exposición. Le dijeron que no y decidió presentar otro. Y otro. Y otro. Todos con idéntica respuesta. Hasta que El mal hijo se coló en su vida por una casualidad en forma de llamada y la persistencia acabó surtiendo efecto.
Esa llamada era del actor Miguel Ángel Puro: un novelista murciano, Salvador S. Molina, sabía que Jaime quería levantar su primera película y él tenía una novela que podía adaptar. La primera mitad del texto convenció al actor, la segunda había que ficcionarla por completo. A todos les pareció bien el cambio y a la productora AF también le pareció lo propio poner el dinero para que el proyecto saliera adelante. Todo estaba listo para empezar a rodar.
«Al final toda película parte de una idea que pretende ser muy grande, pero es muy chiquitita en tu habitación, en tu casa o en tu cabeza. Cuando ves que todo esto empieza a cobrar sentido es muy emocionante, me siento un niño pequeño», confiesa Jaime Lorente al otro lado del teléfono, en uno de los escasos parones que le permite el rodaje de El mal hijo. Seis semanas entre Canarias -donde responde a la llamada- y Madrid -donde se rueda en este momento-. «Yo siempre he tenido claro que iba a tirar para adelante con mi película, pero todas las negativas fueron frustrantes, he pasado mis bachecitos. Y mira que a mí me ha ido bien en la profesión, pero hay algo de que no te lo terminas de creer hasta que no acabas el primer día. Hasta que no me vi allí, siempre pensaba que iba a pasar algo que iba a hacer que la película no se hiciese».
Jaime Lorente siempre ha sido un actor poco convencional. Cuando la fama le atropelló con la dimensión de La casa de papel o Élite, había algo que no encajaba en él porque no había conseguido fundar la compañía de teatro con la que había soñado al acabar sus estudios de arte dramático. Cuando se ha puesto a rodar su primera película ha decidido que fuera en celuloide en lugar de digital, saltando de los 16 a los 35 milímetros para diferenciar las dos etapas en las que se divide la película. «A mí hay algo del ritual de rodar así, del ambiente, de la concentración en el set, de saber que no podemos tener tomas infinitas que me atrae. Me apetece tener una apuesta muy clara en mi ópera prima. Claro que te limita, no puedes chutar 200.000 tomas, pero me apetece ir al grano de la propuesta, ponerla sobre la mesa y defenderla«.
En la historia de El mal hijo se le juntaron a Jaime Lorente algunas cosas que le interpelaron directamente. Primero que la historia ocurriera en Murcia, aunque el rodaje no ha pasado por la región -«la hemos deslocalizado porque hay necesidades de producción y uno no puede rodar siempre donde quiere», explica-. Segundo que el argumento abordara la adicción y la inestabilidad familiar que esta produce. La historia se centra en Rubén, un niño de 11 años que acaba viviendo con su abuela por las adicciones de su padre, que convierte en tierra quemada todo a su paso. El director, que no quiere dar detalles concretos, también ha tenido presente en su vida las adicciones, ha lidiado con la enfermedad en su entorno y ahora la ha convertido en cine. «En el cine se ha llegado a contar mucho la droga, pero lo importante es que la gente entienda lo que significa más allá del consumo, que viene de un lugar más primario y todo lo que destruye. Tengo una especial sensibilidad con eso y necesitaba expresarlo más allá de mi vida personal».
Y la tercera interpelación fue a la paternidad. El murciano fue padre de una niña en 2021 y de un niño en 2023 y en El mal hijo la paternidad es el tema crucial de una historia que protagonizan el propio Miguel Ángel Puro como padre, Susi Sánchez como abuela y Abel de la Fuente como hijo. «Para mí esto fue muy importante, tengo una obsesión por la mirada de mis hijos, por los futuros posibles, por intentar construir un lugar de seguridad en mi casa. Hay cosas que me revuelven el estómago de esta historia, supongo que es por ser padre. Me da mucho miedo ser una figura paterna que marque negativamente a sus hijos. No es algo que me bloquee, pero intento estar muy centrado, cuidar a los que están a mi lado».
Ese mismo ambiente de los cuidados lo ha intentado trasladar Jaime Lorente a su primera experiencia como director. «Me he trabajado mucho, he pagado muchas horas de terapia y me reafirmo en el lugar de cuidador que he tenido muchas veces en mi vida personal y que no he sabido gestionar. Creo que así las cosas salen mucho mejor». Y sigue: «Un set de rodaje es el escenario ideal para convertirte en un gilipollas porque estás intentando sacar un plan bastante imposible, queriendo contar tu idea con tu sensibilidad e intentando que todo el mundo saque lo que tú quieres. Cuando empiezan a fallar las cosas, te puedes convertir en un gilipollas fácilmente. Pero creo que si das cariño y buen ambiente, la gente va a hacer todo lo posible por sacar el día de la mejor forma. Yo quiero ser cuidador. También entiendo ahora muchas cosas que como actor no entendía, ahora sé lo que supone que salga o no salga bien, que algo se ponga en tu contra…».
Cuenta el actor que El mal hijo ocupa ahora todos sus días, que su mente no para de maquinar para meter cambios en el resultado final.»Si me despierto a mitad de noche, ya no me vuelvo a dormir. Se me van cruzando secuencias continuamente». Y eso que la parte económica no está pasando por sus manos al ser únicamente productor ejecutivo. «En eso hay algo de desconocimiento por mi parte que me hace descansar, hay un montón de guerras de las que no me entero. En AF [la productora] han hecho que no me entere de algunas dificultades, me han puesto un jardín de niños y yo estoy jugando. Si presenté el proyecto hace un año y ya estamos rodando», reconoce.
Un proyecto que espera no sea el último tras las cámaras. Que su rol de director no se limite a una simple ópera prima. Que su faceta como actor le permita más respiros. Porque desde 2017, con el arranque de La casa de papel, Jaime Lorente ha ido encadenando proyectos y exposición al mismo ritmo. Y no siempre con los mejores resultados para su vida. «Es algo que cuesta reconocer, yo me siento mal por decir que no disfruto cuando hay un montón de compañeros y compañeras que no tienen trabajo. Yo disfruto mucho este trabajo, delante y detrás de la cámara, en los procesos de ensayos, de creación, pero hay proyectos que me han destruido personalmente. Sales a la calle después de que te hayan visto millones de personas y hay algo de ti a nivel personal que ha desaparecido y que te hace sufrir. Eso no es que no me guste mi trabajo, es que las consecuencias de este trabajo me están machacando». Se para y vuelve: «Yo me he autodestruido mucho con ese tema. Yo venía de Murcia con el gran sueño de montar una compañía de teatro y se me esfumó. Y esto me da rabia decirlo, pero te autoconvences de que ese sueño era pequeño, de que mereces algo más. Te hacen creer que el verdadero éxito es petarlo y hacer la serie más grande de la mayor plataforma posible. Y creo que en querer dirigir hay algo también de luchar contra eso, de ser conciliador con un equipo, de crear una energía bonita y de crear tu propia compañía«.
Y, en cuanto se acaba la llamada, la cámara de Jaime Lorente vuelve a rodar.
