Cuenta Zahara que un día invitó a una madre del cole de su hijo a casa y nada más cruzar la puerta se percató de que las paredes estaban llenas de cuadros de ella misma retratada con su banda de Puta y su aura de virgen impía y toda la iconografía de aquel disco que más que desahogo fue vómito y, de repente, sintió mucho pudor. La anécdota resume en segundos un viaje de cuatro años desde que gritó al mundo que habían abusado de ella con 12 años hasta recalar en el abrazo del hogar, de la tranquilidad, del campo. Zahara, en fin, se nos ha hecho mayor.
Fue en plena vorágine de aquella gira que terminó en rave cuando la inspiración le trajo una nueva calma: «Me nacía hacer canciones desde la amabilidad», recuerda. «Es que ya lo había contado todo, lo había hablado todo. Había pasado tanto tiempo en esa narrativa del abuso que para mí ya era ficción, parecía que estaba viviendo la vida de otra de tanto que me la contaba todo el mundo».
Y llegó Formentera, una reflexión sobre la fugacidad de los momentos felices, sobre el paso del tiempo, sobre de qué está realmente hecha la vida, sobre la pareja y la soledad y todo lo que ambas nos enseñan sobre nosotros mismos. Ya tenía leitmotiv para un disco.
- Su tema más popular en Spotify sigue siendo Con las ganas, una canción preciosa sobre morir de amor. Ahora canta: «Parecía tan bonito cuando me necesitabas aunque fuera menos sano». Hace 20 años de aquello, ¿qué piensa cuando la escucha?
- No la escucho jamás, pero es que yo no me escucho. Sí lo hago en el proceso de composición, de grabación, de producción, de promoción, pero luego ya, Dios mío, no vuelvo a escucharme en la vida. De hecho, a veces me reconoce algún taxista y pone un tema mío y me lleva media canción reconocerme. Los primeros títulos que salen en Spotify son con los que menos conexión tengo pero no puedo controlar con lo que conecta la gente. A mí me parece maravilloso tener este mapa de mi vida a través de mis canciones, porque veo claramente qué sentía, qué música escuchaba, qué me importaba. Con las ganas fueron esos 10 mandamientos del amor postadolescente, pero me gustaría poder ponerle un cartelito de esos como en las películas que se hicieron hace 40 años y que son racistas, un disclaimer que diga: esta visión del amor igual no es la correcta. Y quizá dentro de unos años escuche este disco y también diga: hija, qué equivocada estabas. Seguramente, la vida va de eso.
El nuevo trabajo de Zahara, que se publicará el próximo viernes pero del que ya dan cuenta cuatro singles seleccionados con toda la intención, lleva por título un estado mental, Lento ternura, una especie de Nirvana al que ha llegado la cantautora jienense entre otras cosas, volviendo al pueblo. No al suyo, aunque a su Úbeda natal también le canta, sino a uno mucho más pequeño y remoto al que llama Coñohondo, no le vayan a reventar el escondite.
«Es demencial el ritmo de las grandes ciudades, la contaminación y la precariedad. Irme a vivir al fin del mundo ha sido una gran decisión»
- Usted sólo quería escribir una canción de amor y le ha salido una canción de amor a una casa.
- Más que a una casa, yo creo que es una canción de amor a un modo de vida. Yo he ido toda la vida con el piloto automático puesto en todas las cosas que tenía que hacer y creo que irme a vivir al fin del mundo ha sido una gran decisión, algo muy consciente.
- Canta: «Que se muera Madrid, que arda en el infierno». Le tiene ganas…
- Mira, el otro día cruzando un paso de cebra al lado del colegio, todo lleno de niños a las nueve de la mañana, un autobús se saltó un semáforo en ámbar y no se llevó por delante a un grupo de niños de puto milagro. Y yo en ese momento dije: esto es Madrid, es ese autobusero que va al límite porque tiene que cumplir unos horarios, son esos niños que cruzan sin mirar porque llegan tarde al cole. Es demencial el ritmo, como lo son la contaminación y la precariedad. Eso es lo que a mí me quema, lo que yo quiero que se muera, en Madrid y en todas las grandes ciudades, todo este sistema que nos oprime y del que somos partícipes sin enterarnos. Yo ahora tengo dos vidas, y cuando estoy en Coñohondo soy una persona que medita y disfruta los rayos del sol y vengo a Madrid y tengo que hacer un ejercicio de respiración y recordarme: ‘venga, te has inventado un concepto que es el Lento Ternura para usarlo en sitios como este’.
- ¿Y cómo llegamos ahí el resto?
- Pufffff… ¡No sé ni cómo llegar yo! Verás, yo he alcanzado cierta calma usando cada vez menos el móvil, quitándome notificaciones, estando presente en las conversaciones. Pero hasta eso, si lo asumes, te vuelve un poco obsesiva y acabas haciéndole intervenciones a la gente: uy, estás mirando demasiado el móvil… Es peligrosísimo. Yo he descubierto algo que a mí me viene bien. ¿Cómo lo alcanzáis el resto? Pues mira, os apañáis [risas].
La portada de Lento Ternura tiene algo de eso, de encontrar la calma donde parece imposible. Zahara lee un libro mientras se reclina con las bragas por las rodillas sobre un WC portátil de esos de plástico que se utilizan en los festivales. La sorpresa llega al abrir el libreto del disco. Lo que Zahara ve en el libro es nada menos que a sí misma leyendo en el váter portátil, en una especie de loop eterno que no deja de ser un poco la vida misma.
Desde que escribiera Trabajo, piso, pareja han pasado ocho años, un hijo, un divorcio y una pandemia mundial por lo menos. Y también han pasado los 40. Quizá por eso, mientras Puta lanzaba un mensaje contra la violencia machista que lo mismo era aplicable a una niña que a una anciana, Lento Ternura regresa a la reflexión generacional, una mirada tranquila a en qué nos convertimos cuando, ahora sí, nos hacemos adultos. «¿Era esto la vida?», se pregunta en el sexto track, «quizá la vida es tan solo querer quererlo todo y temer tenerlo».
«La industria musical sigue siendo muy, muy, muy machista. Ni siquiera les chirría que en un cartel con 50 bandas sólo haya cuatro mujeres»
Lento Ternura es también el primer disco que Zahara ha compuesto sin guitarra. Atrás quedó para siempre la cantautora dulce de antes de Puta, la ravera que cuela mensajes profundos entre los beats ha venido para quedarse. «Tenemos infravalorado el cuerpo, sólo lo miramos desde un punto superficial y estético y es nuestra casa, nuestro receptor maravilloso», asegura. «Cuando estás bailando te liberas, sientes, y ahí te lanzan un mensaje y te lavan el cerebro, para bien o para mal».
Esta es también la primera incursión de la jienense en la producción musical. Básicamente, lo ha creado ella sola en una habitación con su ordenador y sus instrumentos, dos años de aprendizaje hasta que ha cogido soltura. Ha sido como aprender a conducir. «Muchas mujeres no se atreven a hacerlo porque tienen prisa, tienen presión y no se ven capaces. Lo son pero necesitan tiempo», lanza. No falta en su disco introspectivo una canción protesta. Demasiadas canciones se enreda en un ritmo endemoniado para enumerar los despropósitos que manchan su profesión.
- Canta: «Demasiadas pocas mujeres tocando en festivales. Demasiado poco dinero aunque sean headliners». ¿Sigue siendo machista la música?
- La industria musical sigue siendo muy, muy, muy machista, a unos niveles que no sé cómo explicarte sin contar cosas que no puedo contar. es que está interiorizado, y cuando algo está interiorizado no te lo cuestionas. Un grupo de personas, la mayoría mujeres, lo hemos visibilizado muy enérgicamente. ¿Por qué? Porque estamos hasta el coño. Y ese ruido puede llevar a la falsa percepción de que se habla del tema y que se está solucionando, pero la verdad es que ni siquiera hemos llegado al punto en que les chirríe que en un cartel de un festival con 50 bandas, sólo cuatro sean mujeres. No tienen vergüenza. Dicen que no hay mujeres girando, y que las que hay son demasiado grandes. Mira, te doy una lista de 100. Si tienes un hueco y en lugar de una tía metes a un pavo es porque no te ha salido de tu mismísimo interior. No me vengas con excusas.