El final de Stranger Things: más infantiloide que infantil, más bobalicón que entrañable

Si Stranger Things no fuese un popurrí de referencias y homenajes, podríamos decir que se trata de la propiedad intelectual más valiosa de Netflix. Pero esta serie es básicamente un desacomplejado remix de cine juvenil de fantasía y aventuras de los años 80, así que igual no osaremos considerarla una propiedad intelectual por sí misma. Sí es, sin ninguna duda, una de las joyas de la corona de Netflix.

Ahora, cuando toca finalizarla definitivamente (¿definitivamente?), la plataforma estirará el proceso un poquito. La última entrega de Stranger Things llegará a Netflix en varias fases. Sus dos últimos episodios estarán disponibles de madrugada el día 26 de diciembre y el 1 de enero, respectivamente. Si eres fan de la serie, feliz Navidad y feliz año nuevo. Si no eres fan pero tus hijos sí, te acompaño en el sentimiento. Padres e hijos se sentarán juntos frente a la pantalla de madrugada (aunque de vacaciones), para disfrutar del final de una de sus series favoritas.

A Stranger Things le da igual que algunos la califiquemos de repetitiva, aburrida y hortera. Su éxito es incuestionable y transversal. Y su base de fans es tan fiel como agresiva. ¿Apostamos algo a que más de un lector de este texto se lanzará a mi yugular por sugerir que su serie favorita es repetitiva, aburrida y hortera? Más infantiloide que infantil y más bobalicona que entrañable.

Por mucho que algunas de sus referencias hagan diana en mi memoria emocional (¡Linda Hamilton! ¡Poltergeist!) no puedo dejar de sorprenderme de la cantidad de fans adultos que tiene Stranger Things. Creada por dos hermanos que conocieron los 80 de oídas (Matt y Ross Duffer tenían cinco años cuando esa década tocó a su fin), la serie tiene mucha tracción entre los que sí vimos Cortocircuito o Los Goonies en el cine y seguimos siendo capaces de liarnos a tortas si alguien osa decir que no son buenas películas. Los Goonies es bastante potable, pero Cortocircuito es, directamente, una aberración fílmica. Por suerte, Stranger Things tira de obras mucho menos cuestionables: El secreto de la pirámide, Aliens

Los niños de ahora, esos que flipan con una no-película como Minecraft, suelen disfrutar con Los Goonies y no tanto cuando les intentamos convencer de que las marionetas de Jim Henson son lo más y Los Cazafantasmas, lo más de lo más. Stranger Things ha obrado la proeza de ser para niños y para adultos. Criterios de calidad objetivos aparte, lograr eso merece aplausos. Hacer que algo tan de segunda mano se venda como material no solo de primera, sino de lujo, tiene mucho de chiripa (Netflix ni se imaginaba que esto se convertiría en semejante fenómeno), pero también de saber leer el momento. Eso es lo que claramente han hecho los hermanos Duffer.

Ellos han conseguido fabricar nostalgia de la nada, que sus homenajes no se vean como plagios y que Winona Ryder sea ahora para muchos «la madre de Stranger Things». Ryder, con sus habituales mohines ya fuera de control, fue el cebo que nos pusieron a los adultos para ver esto. Algunos se quedaron atrapados dentro, como el niño de la primera temporada en el inframundo. No le decían que caminase hacia la luz, Caroline, porque no se llamaba Caroline. Ahora que tantas cosas son restos de ayer recalentados, se agradece que algunos puedan pasar por un plato recién hecho. Stranger Things es, nos guste o no, buena cocina de aprovechamiento. Perfecta para después de las uvas y los turrones, supongo.