El diseñador olvidado del metro de París tendrá un museo: «Es el fin de una injusticia histórica»

La marquesina del metro, con su abanico de cristal, parece a punto de levantar el vuelo entre la fronda de Porte Dauphine. Se la conoce popularmente como La Libélula y es la única superviviente del tipo B que ha resistido el paso del tiempo en su emplazamiento original. Fue diseñada a primeros del siglo XX por el arquitecto modernista Hector Guimard (1867-1942), que llegó a firmar hasta 167 entradas al Métropolitain de París de las cuales la mitad han desaparecido.

Cuesta creer que los iconos por excelencia del art nouveau y de la belle époque fueran despreciados en su día por los parisinos, como lo fue la Torre Eiffel. Unos consideraban las entradas al metro demasiado «extravagantes», «confusas» y «poco prácticas». Otros las desdeñaban como «poco francesas» y disonantes con el urbanismo haussmaniano.

Durante décadas, Hector Guimard cayó en un injusto olvido en su propia tierra y acabó sus días en el exilio neoyorquino durante la Segunda Guerra Mundial. Tuvo que llegar Salvador Dalí en los años 70 a ensalzar «las entradas divinas» al metro como «holografías de la realidad radical», para que los parisinos empezaran a mirar su obra con otros ojos.

«La lógica de la destrucción dejó finalmente paso a la preservación», advierte Fabien Choné, coleccionista y divulgador de la obra del arquitecto a través de la organización Hector Guimard Diffusion. Choné destaca el contraste histórico entre el reconocimiento internacional, impulsado sobre todo por el Museo de Arte de Moderno de Nueva York, y el desdén mostrado por la ciudad de París, que rechazó en su día el ofrecimiento de su viuda, Adeline, para convertir el emblemático Hôtel Guimard en una casa-museo.

«El fin de una injusticia histórica»

La creación de Le Cercle Guimard hace 22 años dio un renovado impulso a quien empieza a ser considerado el auténtico «precursor del diseño», con obras celebradas como el Castel Béranger, la sinagoga de rue Pavée o el Hôtel Mezzara en el distrito 16, que ha resistido prácticamente intacto el paso del tiempo. A finales del 2027, el Hôtel Mezzara reabrirá precisamente sus puertas reconvertido en el Museo Guimard, con su espectacular claraboya y sus forjados en hierro. Nicolas Horiot, arquitecto y presidente de Le Cercle Guimard, considera que será «el fin de una injusticia histórica».

Sus proyectos arquitectónicos, los construidos y los destruidos, sus piezas de mobiliario en «estilo Guimard» (él mismo rehuía el cliché del art noveau) y sus diseños originales serán algunos de los atractivos principales del museo, entre los que destacarán la historia sobre cómo el arquitecto logró imponer su peculiar visión con formas orgánicas como emblema del metro parisino.

París llegó, de hecho, con notable retraso a la fiebre del undergroundque arrancó en Londres en la segunda mitad del siglo XIX y que caló antes en ciudades como Viena o Budapest. La Exposición Universal de 1900 dio finalmente impulso al Chemin de Fer métropolitain de Paris (CFP), que organizó un concurso para el diseño de las entradas, marquesinas y balaustrada de la red subterránea. Concurrieron inicialmente 21 participantes, pero todos los diseños fueron desechados.

El presidente de la CFP, el banquero Adrien Bérnard, sentía un aprecio especial por el art nouveau, y así fue como el consejo de administración se dejó seducir por los diseños de Guimard. El caso es que el arquitecto dispuso de apenas unos meses para completar el diseño y producción en serie del mobiliario urbano, usando materiales ligeros como el hierro forjado para la estructura, el cristal para los techos y lava esmaltada para los paneles.

«Descenso al subconsciente de la estética viviente»

Guimard se inspiró en elementos de la naturaleza para el diseño de dos variantes para «el descenso al subconsciente de la estética viviente» (de nuevo, en palabras de Dalí). El tipo A, el más habitual, consistía en dos postes serpenteantes unidos por un arco. El tipo B, «más audaz y dinámico», estaba techado y rematado por un abanico de cristal inspirado en las alas de las libélulas.

Los detractores no tardaron en cortar las alas a los delirantes edículos. El propio Guimard sufrió la humillación de tener que desmantelar una de sus entradas de metro junto a la Opera de París y verlo sustituido «por un modelo más clásico» en el nombre de la armonía. El arquitecto respondió con sarcasmo en la prensa local: «¿Deberíamos acaso armonizar la estación del cementerio de Père-Lachaise con una entrada que imite a una tumba?».

Tras el revuelo inicial, Guimard entró en conflicto con la compañía del metro por impagos. Una vez saldadas las deudas, vendió sus modelos y sus derechos de fabricación y no quiso volver a saber nada más. Entre 1900 y 1913 se construyeron 167 entradas de metro de «estilo Guimard». Un total de 88 siguen en pie, casi todas han volado de su lugar original.