Prometía el Mont Ventoux, cómo no. Escenario de leyendas, rampas como alucinaciones, agonía hacia una cima descarnada donde los héroes llegan exhaustos hasta límites insospechados por la falta de oxígeno: al noruego Tobias Johannessen, octavo en la general, le tuvo que rescatar la ambulancia tras sufrir un colapso y desplomarse. El fantasma del drama de Tom Simpson en el 73. Prometía el Gigante de la Provenza otro combate a dos, pues Vingegaard, tan aparentemente derrotado en este Tour, no se rinde aún. Ni con sus palabras ni con sus actos.
Resultaron en vano sus cuatro ataques, toda la estrategia del Visma y sus efectivos por delante (Benoot, Campenaerts…), el equipo que busca insistentemente otro Granon. Porque Tadej Pogacar no afloja: los resolvió, todos, sin aparente sufrimiento, atentísimo sin compañeros, sentado, sin perder un milímetro la rueda de su oponente. Incluso, a falta de dos kilómetros, lanzó su potencia, desatada también en la meta, para arañar otros dos segundos más a su ventaja, otro clavo psicológico, también en sus palabras de después, pura suficiencia: «Lo ha intentado con todo, pero sabía que podía seguirle la rueda, no necesitaba comprometerme demasiado. La escapada era fuerte, así que no quería arriesgarme a un contraataque de Jonas por detrás. He sufrido en algún punto, pero le aguanté, intenté contraatacar una vez, tampoco quería exponer demasiado. Mantuve mi ritmo y controlé la carrera».
A Tadej le aguardaba el abrazo y los besos de Urska Zigart, su pareja, en la cumbre. Ciclista profesional también ella, había completado la ascensión al Mont Ventoux un rato antes. A Jonas, como si todo en este Tour le jugara malas pasadas, lo que le esperaba era un incidente: un choque con un fotógrafo despistado le hizo caer al suelo. «Se me metió corriendo justo después de cruzar la meta. No sé qué hacía ahí. Creo que la gente en la zona de meta debería prestar más atención», se quejó, irritado, el danés.
Que, sin embargo, volvió a mostrarse esperanzado. «No he ganado tiempo, pero he ganado en motivación. Me siguió, le seguí, no sé si tuvo alguna debilidad. Lo seguiré intentando», lanzó. Le quedan dos oportunidades en los Alpes para intentar recortar una distancia que se dispara ya a los 4:15. El jueves, la etapa reina entre Vif y el Col de la Loze (con el Glandon y la Madeleine de aperitivos) que tan buenos recuerdos le trae. Y el viernes, cinco puertos y cima en La Plagne.
En su desafío permanente, Pogacar y Vingegaard elevan el ciclismo a límites de rendimiento como no se conocen. Cuando comenzaron a ascender el Mont Ventoux la victoria de etapa parecía una quimera para cualquiera de los dos, con los fugados, entre ellos el bravo Enric Mas y el vencedor Valentin Paret-Peintre, a casi siete minutos. Sin demasiado rastro del UAE Emirates, el Vista tocó pronto a rebato, primero Van Aert, luego Kuss. El ataque inicial de Vingegaard, el que ya los dejó mano a mano, fue a falta de ocho kilómetros. Fue tal el ritmo de ambos que llegaron a apenas 43 segundos del francés.
Y, de paso, fulminaron un récord de esos imposibles, el que Iban Mayo tenía en la ascensión (45 minutos y 47 segundos desde St. Esteve), desde 2004. Aquella etapa del Dauphiné era una cronoescalada. Pogacar, que recordó su «mal día» en este escenario en 2021, dijo que esta vez «disfrutó»: lo completó en 44:48, dos segundos menos que Vingegaard. Contando un poco más atrás, desde Bedoin (21,2 kilómetros al 7,5% de desnivel), también desplumaron al vasco en más de un minuto: 55:51 Iban Mayo entonces, 54:31 Pogacar ayer.
«No creo que hubiéramos podido rodar mucho más rápido. Jonas y su equipo han marcado un ritmo muy bueno desde la base del puerto, y también más adelante con los dos hombres que venían de la fuga. Este es el límite de lo rápido que podíamos rodar, más allá de haber trazado mejor alguna curva», razonó. El récord en el Tour del Mont Ventoux lo tenía Marco Pantani desde 1994: Tadej esta vez ascendió casi tres minutos más rápido.