EEUU se quita el sombrero ante el «impactante ataque» de Ucrania que sacude el plan militar de Rusia

A principios de junio, Ucrania ejecutó una de las operaciones militares más audaces desde el inicio de la invasión rusa. Un ataque coordinado con drones golpeó bases aéreas rusas situadas hasta a 3.000 kilómetros de Kiev y dejó fuera de combate una parte sustancial de la flota de bombarderos estratégicos del Kremlin. La magnitud del golpe ha sorprendido incluso en Washington, donde The Wall Street Journal, uno de los periódicos más influyentes del, ha calificado el ataque como “sin precedentes” y con “implicaciones geoestratégicas de gran alcance”.

Según la información publicada por el diario estadounidense, más de 40 bombarderos Tupolev —modelos Tu-95 y Tu-22M3— habrían resultado destruidos o dañados. Son los mismos aviones que Rusia emplea casi a diario para lanzar misiles contra ciudades ucranianas, y también los que utiliza como plataforma para su capacidad de disuasión nuclear. Imágenes por satélite y vídeos verificados han permitido confirmar al menos 14 aeronaves afectadas, aunque los analistas estiman que la cifra real podría duplicarse.

El daño no es solo cuantitativo. Estos modelos, diseñados en la Guerra Fría, ya no se producen. Moscú no tiene capacidad de reponer las unidades perdidas, y los aviones más modernos de los que dispone no igualan ni su alcance ni su capacidad de carga. Para más inri, uno de los aparatos alcanzados servía como plataforma aérea de mando y control, una pieza crítica para la guerra moderna.

“El enemigo bombardeaba nuestro país con esos aviones casi cada noche, y hoy ha sentido que ‘la venganza es inevitable’”, afirmó el jefe del SBU, Vasyl Maliuk, al confirmar que la orden del ataque la dio directamente el presidente Volodímir Zelenski. Desde EEUU, ya se señala que este éxito obligará a Rusia a “replantear por completo cómo opera, almacena y protege su flota de bombarderos estratégicos”. En otras palabras: el golpe ha hecho mella no solo en la capacidad militar rusa, sino también en su imagen como potencia global.

Un punto de inflexión

El artículo de The Wall Street Journal (muy citado en medios occidentales) plantea que la destrucción de los Tupolev representa algo más que una victoria táctica. Es un revés a la capacidad de Rusia para proyectar poder más allá de sus fronteras, y un aviso para sus adversarios, incluido Estados Unidos. Como explica el diario, estos aviones cumplen una función equivalente a la de los B-52 y B-1 del arsenal estadounidense, y son uno de los tres pilares de la tríada nuclear rusa, junto a los submarinos y los misiles terrestres.

El análisis deja claro que no se trata de un simple ataque exitoso, sino de un movimiento que cambia las reglas del juego. Moscú no solo pierde capacidad ofensiva: pierde también prestigio estratégico. “El ataque ucraniano ha obligado a Rusia a mover lo que queda de su flota a bases aún más lejanas, alejando su poder aéreo del campo de batalla”, detalla el periódico.

El artículo sitúa esta acción dentro de una cadena de ofensivas ucranianas que han logrado penetrar profundamente en territorio ruso. Desde el sabotaje del puente de Kerch hasta la destrucción de infraestructuras críticas como un radar de alerta nuclear, Kiev ha ido ganando terreno en el plano simbólico y operativo. Y el ataque de junio representa, según The Wall Street Journal, “un antes y un después”.

El mismo día del ataque, Rusia y Ucrania se reunieron en Estambul para intentar avanzar en negociaciones de paz. Las conversaciones fueron breves y sin avances, lo que refleja el creciente distanciamiento entre ambas partes, en un momento en el que Ucrania demuestra, con hechos, que aún puede cambiar el curso de la guerra.