¿Dónde están mis vecinos?

Hace un tiempo escuché una entrevista al profesor Douglas Rushkoff, considerado uno de 10 diez intelectuales más influyentes del mundo por el MIT, en la que proponía frenar esta adicción al consumo haciendo el acto revolucionario de hablar con nuestros vecinos: «Yo sé que no a todo el mundo le gusta, pero quizá podemos empezar por hablar con nuestros vecinos, pedirle ese taladro que pensabas comprar solo porque necesitabas colgar un cuadro».

También contaba cómo a los oligarcas tecnológicos les beneficia nuestra soledad. Y cómo detrás de las apps millonarias, hay un montón de individuos que estamos cada vez más aislados.

Al escucharlo pensé en lo poco que he hablado con mi vecino y en lo mucho que cada noche lo oigo roncar. Es como si durmiéramos juntos. Dos vidas separadas por una pared bastante frágil. Como es un hombre mayor, a veces, cuando para su ronquido, temo que le haya pasado algo. Luego recuerdo que casi nunca hemos hablado. Cuando se muera, le sustituirá un matrimonio y un niño con los que quizá tampoco hable.

Los vecinos no solo han desaparecido de nuestra vida, han desaparecido también de las ficciones como elemento central. La época de la burbuja inmobiliaria, en la que todo el mundo tenía una casa o, al menos, todo el mundo tenía un alquiler digno, se contó con series vecinales como Aquí no hay quien viva, Aída, Cuéntame, La que se avecina… Ahora las ficciones muestran personajes aislados y solitarios en historias pequeñas (una pareja o una familia). Todo es consecuencia de la gentrificación y de la crisis de la vivienda. Con los alquileres altísimos y con los precios de los pisos desorbitados, nadie tiene una casa fija para generar sustrato social. Y, si vas a dejar tu casa en los próximos tres años, ¿para qué vas a hacerte amiga de tus vecinos?

Hay vecinos amables y otros egoístas. Hay vecinos a los que quisiéramos matar. No quiero romantizar la figura del vecino, pero sí quiero hablar de lo imprescindible que es esa figura en el estrato social. Porque un vecino te puede sacar de un apuro y quizá hasta salvarte la vida. Se empieza por no tolerar al vecino o por considerarlo prescindible y se termina por llegar a una sociedad polarizada e individualista como en la que estamos ahora.

El individuo que está solo es más domesticable. Y muchísimo más vulnerable. Y muchísimo más triste. Y muchísimo más rentable. Quizá por eso ahora todos vamos a terapia, o hablamos con ChatGTP. Pero hubo una época en la que abríamos la puerta de la casa y charlábamos en las cocinas.