Diamante en bruto, la película que cuestiona nuestra fascinación y desprecio por la telerrealidad: «La mirada burguesa hace de la belleza un privilegio»

Siempre es chocante y hasta ligeramente descorazonador comprobar que los problemas que consideramos únicos, intransferibles y profundamente personales, en verdad no lo son tanto. Siguen siendo problemas, pero, con ligeras diferencias, son los mismos para todo el mundo en cualquier época histórica. La directora Agathe Riedinger andaba dándole vueltas a lo extraño, fascinante y perturbador (todo a la vez) de los reality shows cuando de repente se dio de bruces con un documental sobre las cocottes (prostitutas de lujo además de cantantes y más cosas) de la Belle Époque. «De repente», razona la cineasta, «me di cuenta de que hay patrones que se repiten: idéntico culto al cuidado personal, idéntico narcisismo y una relación muy parecida con la imagen. Entonces, era la novedad de la fotografía (daguerrotipo) la que obligaba a posar constantemente, a ofrecer una imagen idealizada de uno mismo. Ahora de eso se encargan las redes sociales. Caí en la cuenta de que el comportamiento de las protagonistas (más ellas que ellos) de la telerrealidad ahora mismo no difiere tanto de personajes como la Bella Otero, por cierto de origen español. Las cocottes de entonces producían la misma fascinación asociada al mismo desprecio por parte de la mirada normativa, de la mirada burguesa. Y ellas, como las de ahora, se sentían poderosas haciendo suyas esa atracción y toda esa repulsión». Y ahí, de momento, lo deja.

De lo que habla en realidad la directora debutante de Diamante en bruto no es tanto de un episodio de su vida, que también, como de un momento cualquiera de de la vida de todos los que alguna vez, con conciencia de culpa o todo lo contrario, han pasado (y quemado) un buen rato contemplando cómo un grupo de concursantes no hacen absolutamente nada. De eso trata la telerrealidad, de reproducir lo real como un espacio neutro en el que lo ridículo, lo nimio, lo intrascendente, lo vergonzante toma la palabra y la toma a gritos. La cinta cuenta la historia de una mujer de 19 años (increíble la también debutante Malou Khebizi) fascinada por, efectivamente, los reality de antes. En realidad, lo que la mantiene obsesionada no es el programa Miracle Island (algo así como Supervivientes) para el que un buen día fue seleccionada, sino la condición de posibilidad de ese espacio televisivo: la fama instantánea, el brillo de lo que brilla, los likes, los followers… La suya es una opción consciente de afirmación, de autoafirmación -de rebeldía contra esa mirada burguesa de antes- que no se detiene ante nada, ni ante la más que probable inmolación. La protagonista no está ahí para dar pena, ni mucho menos para pedir perdón.

«La idea de Diamante en bruto», prosigue Riedinger, «no es denunciar a los concursantes, ni presentarlos como víctimas. El problema es el propio sistema, puesto que es un sistema violento. Para muchos jóvenes que viven atrapados en ese mundo, los programas reality son la única opción que les ofrece la sociedad para ascender socialmente. Hablamos de gente que no tiene acceso ni a la educación ni al empleo y, por ello, han entendido perfectamente que la ilusión, por falsa que sea, que le promete ese tipo de televisión es su única herramienta de emancipación. El sistema, la sociedad, no les ha dejado otra si quieren cambiar de clase o simplemente progresar. Lo que hacen es su forma de venganza social. No tenemos derecho a menospreciarles por buscar la belleza a su modo». Pausa. «La pregunta que cabe hacerse ahora es: ¿qué es la belleza?».

Adelante, ¿qué es la belleza?
Ésa es la obsesión que tiraniza a los usuarios de las redes sociales. Y aquí entra otra vez la mirada burguesa, que, desde la dictadura del buen gusto, decreta lo que está bien y no, lo que es bello y es feo. La mirada burguesa convierte la belleza en un privilegio. Lo que me interesa es invitar al espectador, al espectador burgués que consume cine de autor, a cambiar su perspectiva, a indagar en lo dictatorial de su actitud… La protagonista transforma su cuerpo y usa prótesis labiales y de pecho porque, de alguna manera, su cuerpo es su defensa, su cuerpo es su coraza, su cuerpo es la manera con la que contesta a la sociedad que no quiere saber nada de ella. Su cuerpo, para ella, es bello. ¿Con qué derecho lo tachamos de feo?

Queda claro.

Malou Khebizi, la actriz, asiste atenta a las explicaciones de su directora. Todo indica que no es la primera vez que las escucha. «Tuve que someterme a un largo y duro proceso no tanto de transformación como de comprensión. Tengo la misma edad que mi personaje, 19 años, pero no tengo nada que ver con ella. Tuve que aprender a comportarme como ella: a nunca cruzar las piernas, a sentarme de golpe, a no tocarme el pelo, a no inclinar la cabeza… Se trataba de comprender estos códigos de belleza para poder usarlos con libertad y adaptarme a ellos. A ella le gusta complacer a los demás, pero no entra en el juego de seducción. Me di cuenta de que respetando todas estar reglas te apropias de una forma de estar en el mundo y cambia tu mirada…», dice Malou Khebizi en una descripción de su trabajo que se antoja muy cercana al propio efecto que busca la película en la mirada (siempre burguesa) del espectador. Cambiar para comprender.

Cuando habla de mirada burguesa, ¿se refiere también a la mirada patriarcal o simplemente machista?
Son diferentes, pero están relacionadas. Sea como sea, queda mucho por hacer. Se ha avanzado mucho y movimientos como el MeToo así lo demuestra. Pero vemos que las directoras, que cada vez somos más, solo tenemos acceso a presupuestos limitados o pequeños. Vemos que la idea deificada del director o actor está en declive y, por fin, se juzga a una figura como Gérard Depardieu. Pero queda mucho. El caso Depardieu demuestra que la justicia sigue siendo muy amable con el poder.

Queda claro.