Bienvenidos a Gallagherland: aquí las paradas de tranvía las anuncia Oasis y los cortes de pelo de Liam están de moda

Manchester no ha dormido igual desde que se anunció la reunión de Oasis. La ciudad que había vivido con orgullo parir a los Gallagher, Stone Roses, The Smiths o Happy Mondays, se ha transformado estos días en un altar urbano al britpop. Las parkas y los bucket hats suelen tomar sus calles ante la constante amenaza de lluvia, pero ahora los atuendos desafían el sentido común y la línea entre la celebración y el parque temático se vuelve finísima. Y, sin embargo, a nadie le importa porque el Manchester de los 90 ha vuelto para un bis largamente esperado.

«Bienvenidos a este verano supersónico», rezan numerosos carteles anunciando la gira de los Gallagher -solo en Manchester se espera la llegada de más de 350.000 personas-. La ciudad, como ellos anunciaron en sus posts de Instagram, se ha convertido en «el centro del universo». ¿De cuál? Da igual. Pero estar en sus calles produce una especie de enajenación mental que te hace creerlo. Los anuncios de las marcas llevan la serigrafía que ellos usan. Algunas compañías, incluso de papel higiénico, se atreven a hacer gags con los miembros de la banda o sus canciones. Las paradas de algunas líneas de tranvía las anuncia una grabación de Liam y el cartel de muchas estaciones es negro, con el borde y el nombre en blanco como si fueran pequeñas versiones del logo original de Oasis. En cada esquina hay algún detalle o guiño. Como si fuera posible que, por un instante, alguien no supiera que 16 años después han vuelto.

Los niños no llevan orejas de Mickey, calzan Adidas -mayoritariamente Samba y Spezial- y desbordan actitud. Los adultos, si la genética ayuda, suman patillas y flequillo al uniforme. En unos minutos, ante una desfilan todas las etapas capilares de Liam Gallagher, como si el catálogo de su evolución estética cobrara vida. En Manchester, hoy, la diferencia entre un fan y un mancuniano se diluye porque Oasis es cultura local. Todos quieren un recuerdo de la gira como demuestran las colas en las tiendas de merchandising. Los negocios hacen caja y no escatiman a la hora de sacar su orgullo por los hermanos en sus escaparates. En las tiendas de música, pero también en peluquerías o supermercados.

Da igual ser abogado, camarero, profesor o fontanero, lo importante es saber para qué concierto tienes entrada… y si los has visto antes. Si dices que sí, una batalla de anécdotas. Si no, te espera un monólogo encendido con fechas, lugares y setlists, como si quien habla hubiera presenciado una revelación divina. «Son tan especiales porque llevaban la misma vida que todos los de nuestra generación. Iban a los mismos bares, se movían por los mismos barrios y hacían lo propio de unos chavales de la época. Fueron ellos, pero podría haber sido cualquiera de nosotros», dice Joe, un guía turístico que vuelve a enseñar su ciudad con la ilusión de un niño. «Los vi el viernes pasado y no tengo palabras».

Y es que el 11 de julio, Oasis volvió a la ciudad donde empezó todo. Heaton Park, una de las zonas más verdes y simbólicas de Manchester, ha sido el lugar elegido -como Stone Roses en su reunión de 2012- para celebrar el regreso. Seis fechas, todas agotadas. Ya se ha vuelto costumbre -aunque rara, viendo la relación fratricida que ha marcado la historia de los Gallagher- que Noel y Liam entren de la mano. Chulos y arrogantes, pero sabiendo que esto es un triunfo para todos. Después de eso, ya no hay más gestos de amor y Hello, se convierte en un cigarrillo en una gasolinera. Ahí empieza el festín de hooliganismo emocional y los acordes se convierten en consignas casi sagradas para un público, mayoritariamente, joven.

Después Morning Glory irrumpe sin pedir permiso. Se invita a la esperanza con Some Might Say y Bring It On Down prepara el parque para que se convierta en un campo de batalla para Cigarettes & Alcohol. Ya con el primer riff, más de uno, ha perdido la poca cordura. Bengalas, empujones, cerveza por el aire, cuerpos que se abrazan y hombros que suben a desconocidos para que agiten la fiesta desde las alturas.

Una primera traca de euforia que cierran Supersonic y Fade Away, para dar paso al momento protagonista de Noel y esparcir ternura con Talk Tonight, Half the World Away y Little by Little. Su hermano lo mira desde atrás y ve como, por un momento, el público se rinde ante él.

Lo que sigue es una batería de himnos en revoluciones bajas (D’you know what I mean, Stand by me y Cast No Shadow) que van subiendo hasta llegar al alivio y liberación de Whatever y a la liturgia de puños en alto y gritos de promesa de Live Forever. Y, de ahí, a la recta final. Rock and Roll Star pone el cuerpo a funcionar otra vez con la vuelta de los saltos, el sudor y la certeza de estar en el lugar exacto. The Masterplan baja las luces, pero no la intensidad. Don’t Look Back in Anger la grita el público como quien intenta espantar algo. Le sigue otro himno, Wonderwall, que no necesita presentación. Y Champagne Supernova es el final inevitable. La tocan como si no quisieran soltarla, la estiran y la dejan flotar hasta que llegan los fuegos artificiales que, más que un adorno, son un estallido atrasado de lo que ha pasado en Heaton.

Tras más de dos horas de concierto, ya no queda nada. Solo miles de personas que se miran como si acabaran de salir de un sueño. O de volver de un lugar donde nunca se hubieran imaginado que podían estar.