María Callas fue el ruiseñor sublime que Aristóteles Onassis quiso encerrar en una jaula dorada. También fue un tigre indómito. María fue la némesis de «la Callas», fue la semidiosa y la mujer, la hija violada, la madre fracasada, la criatura muy humana dotada de un don heroico, su voz, que se le escapó de entre las manos. Su pérdida anunció el final. María Callas, la película de Pablo Larraín, cuenta los últimos días de María Callas en París junto a dos empleados de confianza (interpretados por Pierfrancesco Favino y Alba Rohrwacher), sus perros y una joven entrevistadora, que juega como un felino con una bola de lana de recuerdos que el personaje de Callas desenrolla y enrolla, enreda y corta.
Recuerdos vívidos, sueños rotos, alegrías y arrepentimientos de una vida vivida para la ópera y marcada por el deseo de ser amada. Amada, sobre todo, por Aristóteles Onassis, magnate irresistible y hombre posesivo. Esas son las ideas sobre las que gira la interpretación de Angelina Jolie, que retrata a María Callas en cuerpo y alma, en su físico atormentado, en su voz inexplicable, en sus ojos pegados al grueso cristal de sus gafas, como peces en una bola de cristal.
- A nivel personal, ¿en qué aspecto de María Callas se reconoció más?
- Lo que más me involucró fue su amor por su trabajo; se tomaba muy en serio la música. Ella era extremadamente disciplinada en su oficio. Yo soy una persona muy trabajadora. Y, a nivel personal, también conozco la soledad de ser alguien que lucha consigo mismo. Alguien podría pensar que es a través del arte como somos comprendidos más profundamente por los demás, pero la realidad es que pasamos mucho tiempo sintiéndonos solos.
- Lo que cuenta parece una variación del síndrome del impostor. Pero en el caso de María Callas quizá se tratase más bien de una idea obsesiva de la perfección.
- Para ella fue así, sí. No es mi caso. Ella y yo fuimos criadas de manera muy diferente. Tuve la suerte de tener una madre que me educó para sentir que si no era perfecta en algo, ella me amaría igual, con todos mis defectos. Mi madre era amable y cálida. La madre de María Callas era todo lo contrario. Creo que a María desde pequeña le dijeron que no valía nada si no era perfecto. Tener la presencia perfecta, emitir un sonido perfecto, construir una voz perfecta, un cuerpo perfecto, una mirada perfecta… No sintió nunca que lo que hacía era suficiente. Vivió su vida y su trabajo bajo una presión dolorosa.
La verdadera familia de María Callas, en la película, es la que le ofrecen sus dos sirvientes. Bruna y Ferruccio. Ferruccio es un amigo de confianza pero sin confianza, un poco marido y un poco padre, pero sin intimidad ni autoridad. Con Bruna hay más complicidad y espontaneidad. Los dos personajes comparten una escena en la cocina de su casa. María canta y le pide a Bruna un juicio crítico sincero.
- ¿Tuvo, quizás al principio de su carrera, a alguien como Bruna? ¿Una persona en cuyo juicio usted confiaba absolutamente? No porque fuera una experta sino porque realmente sabía escuchar.
- Mi madre era esa persona. Ella quería ser actriz, lo había deseado muy intensamente. Y creo que, en realidad, por eso me convertí en actriz. No era tanto mi sueño como el de ella, algo que ella no había podido lograr. A los 25 años se divorció de mi padre y se vio con dos niños pequeños. Así que adaptó su vida a lo que había. Le encantaba pasar mucho tiempo conmigo, hablarme de teatro, llevarme a ver obras, hablarme del proceso creativo… Mi madre había estudiado con Lee Strasberg y era una artista maravillosa, pero nunca tuvo la oportunidad de vivir una vida artística.
- Usted, por el contrario, lo logró. ¿Recuerda algún momento en que su madre se dio cuenta de que su carrera despegaba?
- No sé si hubo un momento concreto, pero creo que estaba feliz conmigo y por mí. Y ya está. Pasé buena parte del comienzo de mi carrera pensando en hacerla feliz. Era como si ella respirara a través de mí y estuviera feliz de verme. Creía que vivir como artista era una de las mejores vidas que una podía tener, vivir en creatividad
- ¿Hay alguna película suya que la haya impactado? Quizás Inocencia interrumpida, una de las primeras.
- No hay ninguna en particular, mi madre murió hace varios años, ella sólo vio el comienzo de mi obra. Y lo curioso es que me dijo que ponía mis películas sólo para oír mi voz en casa.
- Un poco como María Callas que en la película se pone sus propios discos para volver a escuchar su voz…
- Sí, en cierto sentido, como si fuera cantante.
- Hablando de vínculos: en la película sentimos a Aristóteles Onassis como un hombre cuyo magnetismo es irresistible para María Callas. Onassis es el hombre que puede tener todo lo que quiere. Es su gran amor. Pero también representa el riesgo de acabar en una jaula de oro. ¿Alguna vez ha conocido a un hombre como Onassis?
- No creo haber conocido nunca a un hombre que me hiciera sentir como ella se sintió con Onassis. Mi relación con los hombres es… no sé. Estos años he estado sola durante mucho tiempo. Es extraño incluso pensar en ello. Pero si dejamos de lado las complejidades de Onassis, puedo decir que me gustan los hombres que tienen ese nivel de masculinidad. Onassis le hacía sentir a María que podía ser una niña, podía ser tierna, incluso pequeña, porque tenía una presencia muy fuerte a su lado. A María le gustaba esa dulzura, no veía a Onassis como una jaula sino como alguien que le permitía expresarse. Y estoy segura de que le gustaba el sexo, le gustaba ser mujer. Y probablemente necesitó un tipo particular de hombre para hacerla sentir de esa manera.
- En la película, María quema su ropa de escenario para romper con el pasado. ¿Qué quemaría usted?
- Nada. No soy de las que se aferran a las cosas. Mis hijos se burlan de mí porque regalo muchas cosas. A menudo tengo cajas llenas de cosas esperando su salida. Mi armario es pequeño. No tengo ese apego, no quiero ser poseída por las cosas. Mientras estén mis hijos, nada importa. Si me preguntan: «Si tu casa se incendiara, ¿qué te llevarías?», respondo que el pasaporte. La libertad de movimiento es para mí la libertad.