Alcaraz ya está en la final de Roland Garros: discute y se reconcilia con su inspiración para desfondar a Musetti

Los genios tienen estas cosas: un día sin inspiración es un día perdido. Le pasa al pintor y al escultor, pero también al triplista cuando se le cierra el aro. Toca esperar un soplo de inspiración o dejar que otros hagan el trabajo. El problema de Carlos Alcaraz es que, si se le escapa la musa, no puede suspender un partido ni dejárselo a otro. Le toca resignarse, despertar y ponerse a la tarea. Este viernes, en semifinales de Roland Garros ante Lorenzo Musetti, la varita mágica no le funcionaba y pese a ello supo remontar para ganar por 4-6, 7-6(3), 6-0, 2-0 y retirada y clasificarse para la final.

Durante un buen rato, casi dos horas, estuvo cabreado con el mundo, llegó a patear su propio banquillo, pero finalmente entendió que si no se tranquilizaba se marchaba para casa. En la previa explicó que ya se sentía más maduro porque cuando se enfadaba por culpa de los errores, sabía calmarse. Su victoria este viernes le da la razón, aunque antes hay que olvidar algunos ratos del segundo set.

Y es que el encuentro tenía más peligro del que parecía por dos razones. La primera era que Alcaraz venía de una actuación majestuosa contra Tommy Paul en cuartos de final, quizá su mejor encuentro en Roland Garros, y lucía muchísima confianza. Y la segunda, que Musetti había perdido sus dos enfrentamientos previos esta primavera, la final de Montecarlo y las semifinales de Roma, y sabía qué tenía que hacer para incordiarle. Ambos factores se unieron para situar al español ante un escenario que no se esperaba.

La amenaza de Musetti

En el primer set desplegó un juego tan alegre como desafinado. Su derecha sonó a látigo, como había sonado ante Paul, pero falló un par de voleas, algunas dejadas, varios reveses cruzados. Punto a punto se encabritaba. Alcaraz buscaba sus golpes y mientras tanto Musetti le devolvía todo, le mareaba cuando podía, le respondía. Con sólo una bola de rotura, el italiano se llevaba el periodo y se presentaba: «Aquí estoy yo, una amenaza».

Era un día gris, encapotado en París, tanto que la organización decidió cubrir la Philippe Chatrier y el ánimo de Alcaraz se fue ennegreciendo. Quejas a su equipo, suspiros y, al final, la patada a su banco. Hasta dos veces pudo resucitar antes, dos breaks consiguió, y sin embargo necesitó llegar a la tercera para hacerlo. El tie-break. Ahí, sí. En la muerte súbita aprovechó la rabia que le consumía para hacerse con el partido. Todos los golpes que antes fallaba, la volea, la dejada, el revés cruzado, le entraron y voló hacia el triunfo.

En ese momento se acabó la historia. Al perder su oportunidad, Musetti desapareció. Sin haber dado muestras antes, en el tercer set empezó a notar ciertos problemas físicos y en el cuarto se retiró. Hubo una pequeña parada para que le atendiera el fisioterapeuta y por sus explicaciones no parecía grave, efectos de la extenuación, pero finalmente no le dejó terminar el encuentro. Alcaraz, ya reconciliado con su inspiración, espera en la final al ganador del duelo entre Jannik Sinner y Novak Djokovic.