Mar Coll hace implosionar en la Seminci ‘Salve María’, el más bello, furioso e intenso sacrilegio del año

Un sacrilegio es en su definición en latín, mucho más seria, ‘Violatio rei sacrae’. Y la forma de llevarse a cabo puede ser, siempre en la lengua de los romanos, ‘contra personam sacram’, ‘contra locum’ y ‘contra res sacras‘. Persona, lugar o cosa. Por supuesto, y para que nadie se lleve a engaño, es pecado. ‘Salve María‘, de Mar Coll, entra dentro de la categoría de sacrilegio, de violación de asunto sagrado. Y lo hace con todas las consecuencias y de manera se diría entusiasta. Trata de una madre (‘personam sacram’), discute los lugares comunes tanto del drama como del cine de terror (‘contra locum‘) y coloca del revés el espacio por definición intocable de la maternidad (‘contra res sacra‘). La Seminci vivió así su momento más radical de la mano de una Mar Coll convertida no tanto en simple directora como, ya puestos, acontecimiento.

La responsable de obras mayores como ‘Tres días con la familia’ y ‘Todos queremos lo mejor para ella’ se desdice en buena medida de su cine anterior tan pegado a la piel de la realidad, tan pendiente de la intimidad del detalle y tan atento a la vibración diminuta del drama, para completar el más arriesgado, brillante e inquietante ejercicio de cine contra casi todo. «Llevar la contraria está en nuestro ADN», dice Coll y en el plural incluye a la guionista Valentina Viso. Cuenta que todo empezó entre la pandemia y su propia maternidad. En sus manos cayó la novela de Katixa Agirre y ya no hubo remedio.

«No diría», precisa por aquello de no asustar, «que se trate de una película contra la maternidad. Nuestra idea fue poner el foco en una maternidad distinta y disfuncional; una maternidad que no cuadra con el relato de lo que se supone que es una madre, que es una persona que ama de manera incondicional. Y ama de este modo tan pleno porque, se supone, en el momento del parto se produce una vinculación mágica e indestructible. Digamos que de todos los tipos disidentes de maternidad, nos fuimos a fijar en la más incómoda». Pausa. «A ver qué pasa», añade.

Y lo que sucede es la historia de una mujer de nombre María (Laura Weissmahr) que justo cuando acaba de ser madre, en el puerperio, cuando su cuerpo aún se confunde con la memoria de todo lo que ha sido en los últimos nueve meses, se da de bruces con un suceso de los que detienen el pulso, estremecedor por incomprensible: una mujer francesa ahogó a sus gemelos de diez meses en una bañera. Lo que sigue es la historia de una obsesión, un descenso al más turbio y doloroso de los infiernos donde cada señal de alerta, cada límite que marca lo sagrado, aparece siempre acompañado de una invitación a mirar del otro lado. Ningún sacrilegio sin ser convocado.

«Hay un momento después del parto en el que todo es angustia. Es un momento más bien irracional. En el cuerpo todo son fluidos y el animal que somos está muy presente. Vives constantemente acosada por el miedo a qué pase algo», dice la directora y la creemos. Digamos que ‘Salve María’ acierta a imaginar la maternidad y el hecho mismo de ser madre con una precisión que asusta y lo hace a fuerza de alejarse conscientemente de todas y cada una de las frases hechas sobre el asunto. Y es ahí, en su voluntad de acercarse a lo más grave, de atreverse a todo, donde ‘Salve María‘ se hace fuerte hasta convertirse más que en una película para ser contemplada, en una película para ser sentida, sufrida y finalmente vivida hasta lo más profundo. Hasta la agonía misma del último suspiro.

La idea es colocarse al lado de la protagonista y con ella sucumbir y salvarse a la vez. Como es regla en el cine de Coll, los personajes atraen con la misma fuerza que repelen. Pero ahora más. Se trata de colocar al espectador en la misma situación de miedo, angustia y fragilidad del personaje principal y con él padecer el mismo Vía Crucis de pecado, dolor, confesión, perdón y, finalmente, quizá salvación. No en balde ella comparte nombre con la madre del mismo dios. Hay ángeles como bebés, demonios de cuernos enormes y una luz opaca que todo lo absorbe. ‘Salve María’ no renuncia a nada. Es melodrama dibujado con los elementos del terror más puro; es thriller psicológico que, por momentos y por nerviosismo, deviene en comedia, casi carcajada; es puro cine de género que se niega a sí mismo a cada paso que da. «Diría que un momento dado es hasta ‘body-horror'», apunta en referencia a la inolvidable escena de una cesárea entre tinieblas.

El resultado es un prodigioso milagro, pero muy turbio; un sacrilegio, pero feliz, casi él mismo sagrado. Es eso y la mejor de las excusas para repensarnos desde dentro y desde el principio, desde la más tierna de las infancias, desde el más afectuoso de los sentimientos, desde el otro lado de cualquiera de los cariñosos cumplidos con los que nos reconocemos unos a otros. Es todo eso y un soberbio ejercicio de cine al borde mismo de todos los abismos. ‘Violatio rei sacrae’.